El Cantar de los Cantares 5 (abreviado como Cantar 5) es el quinto capítulo del «Cantar de los Cantares» o «Cantar de Salomón», un libro de la Biblia hebrea y del Antiguo Testamento de la Biblia cristiana.[1][2] Este libro es uno de los Cinco Megillot, un grupo de libros cortos, junto con Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester, dentro de los Ketuvim, la tercera y última sección de la Biblia en hebreo.[3] La tradición judía considera a Salomón como el autor de este libro (aunque esto está ahora muy controvertido), y esta atribución influye en la aceptación de este libro como texto canónico.[3]
Este capítulo comienza con la respuesta del hombre al consentimiento de su amada en los últimos versículos del capítulo 4, pero la segunda parte del capítulo relata la negativa de la mujer a recibir al hombre en su habitación por la noche, y cuando ella cambia de opinión, él ya ha desaparecido; en la siguiente parte, ella lo busca por la ciudad y, en la sección final (versículos 10 en adelante), describe a las hijas de Jerusalén lo hermoso que es el hombre.[4]
El texto comprendido entre estos versículos de capítulos sucesivos retoma motivos ya presentes: la búsqueda nocturna (5,5-8; cf. 3,1-4), la alabanza detallada del amado (5,10-16; cf. 4,1-5) y la afirmación de pertenencia mutua (6,3; cf. 2,16). Aunque se repitan, expresan con verdad la dinámica del amor, capaz de reiterarse sin agotarse. El inicio resulta desconcertante: tras la unión nupcial del canto anterior, ahora aparece la ausencia y el desencuentro (5,2-6), que lleva a la amada a una búsqueda dolorosa (5,6-8). Dos preguntas de las hijas de Jerusalén (5,9; 6,1) dan pie a la proclamación de la hermosura del amado (5,10-16) y a la reafirmación de la unión indisoluble entre los amantes (6,2-3).
En la visión global del libro, el poema refleja las oscilaciones propias del amor: encuentros y pérdidas, pruebas y reconciliaciones, ausencia y presencia. Como es la amada quien protagoniza el relato, la alegoría apunta al amor de Israel por su Dios, marcado por la fragilidad, pero destinado a la plenitud. La tradición ascética, a su vez, lo interpretó como imagen de la experiencia espiritual: momentos de luz y de oscuridad, de fervor y de sequedad, de consuelo y de desolación.[5]
En este estado, pues, de desposorio espiritual, como el alma echa de ver sus excelencias y grandes riquezas, y que no las posee y goza como querría a causa de la morada que hace en carne, muchas veces padece mucho, mayormente cuando más se le aviva la noticia de esto (…). Pues cuando Dios hace merced al alma de darle a gustar algún bocado de los bienes y riquezas que le tiene aparejadas, luego se levanta en la parte sensitiva un mal siervo de apetito, ahora un esclavo de desordenado movimiento, ahora otras rebeliones.[6]
El texto original está escrito en lengua hebrea. El capítulo se divide en 16 versículos.
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo en hebreo pertenecen al texto masorético, entre ellos el Códice de Alepo (siglo X d. C.) y el Códice Leningradensis (1008 d. C.).[7] Algunos fragmentos que contienen versículos del Cantar 1 se encontraron entre los Manuscritos del Mar Muerto, asignados como 6Q6 (6QCant); 50 d. C.; versículos 1-7 existentes).[8][9][10]
También existe una traducción al griego koiné conocida como la Septuaginta, realizada en los últimos siglos antes de Cristo. Entre los manuscritos antiguos conservados de la versión de la Septuaginta se encuentran el Códice Vaticano (B; B; siglo IV), el Códice Sinaítico (S; BHK: S; siglo IV) y el Códice Alejandrino (A; A; siglo V).[11]
La Versión Inglés Moderno (MEV) identifica a los interlocutores en este capítulo como:
El comienzo del quinto capítulo y el final del cuarto capítulo no se encuentran en el mismo versículo en todas las versiones de la Biblia: la versión Vulgata del capítulo 5 comienza con «Veniat dilectus meus ...»,[13] que es el final del discurso de la mujer en el último versículo del cuarto capítulo en la mayoría de las demás versiones:[14]
Traducción del versículo del latín:
Este versículo contiene el cierre del diálogo por parte del hombre al final del capítulo anterior; la invitación a comer y beber implica la consumación.[4] John Gill señala que las palabras que cierran el diálogo no deberían haberse separado del resto del intercambio en el capítulo 4.[16]
[El Amado/el Hombre]
[A sus amigos]
En esta parte, la mujer se niega a recibir a su amante en su habitación por la noche (ya sea en la realidad o en un sueño; cf. 3:1-5), pero cuando cambia de opinión, el hombre ya ha desaparecido. Ella lo busca por la ciudad, y entonces los centinelas (los guardias) la encuentran y la golpean. Pide ayuda a las hijas de Jerusalén por su mal de amores.[4]
Las «hijas de Jerusalén» quieren saber cómo es el amante masculino.[4]
La mujer describe a su amante de pies a cabeza en un waṣf o poema descriptivo, utilizando imágenes de la fauna y la flora para su cabeza, y metales y piedras preciosas para el resto de su cuerpo.[4] Este waṣf y los demás (4:1-8; 6:4-10; 7:2-10a (7:1-9a inglés)) demuestran teológicamente el corazón del Cantar, que valora el cuerpo no como algo malo, sino como algo bueno, incluso digno de alabanza, y lo respeta con un enfoque apreciativo (en lugar de morboso).[26] Hess señala que esto refleja «el valor fundamental de la creación de Dios como buena y del cuerpo humano como parte clave de esa creación, ya sea al principio (Génesis 1:26-28) o redimido en la resurrección (1 Corintios 15:42, 1 Corinthians 15:44)'.[26]
La frase «Veniat dilectus meus» y variantes textuales basadas en ella han sido musicadas, por ejemplo, en el canto gregoriano y por compositores como Alessandro Grandi y Pietro Torri.[31][32][33][34]
La alternancia entre el presente del v. 2 y el pasado en el resto del texto llevó a algunos a pensar que podría tratarse de un sueño, aunque esta interpretación no resulta obligatoria. Se distinguen dos situaciones: la vigilia con la llamada, el diálogo y los gestos de los amantes (vv. 2-5), y la búsqueda del amado por parte de la amada (vv. 7-8) tras descubrir su ausencia (v. 6). Los vv. 3 y 6 marcan el cambio de foco: la amada, despierta, recibe la llamada del amado, responde con una excusa sorprendente (v. 3), pero luego actúa de manera contraria, levantándose para abrirle (v. 6). Sin embargo, ya es tarde: el amado ha desaparecido. Si se interpreta el v. 3 como rechazo, sería el único caso de negativa de la amada en todo el libro. Tal vez la referencia al «jugo de mirra en el cerrojo» (v. 5) denote coquetería; en cualquier caso, el poema muestra que a la llamada del amor se debe responder sin demora, no solo con palabras sino con todo el ser: palabras y gestos se corresponden (vv. 2-5).[35]
Los Padres de la Iglesia interpretaron este pasaje como enseñanza sobre la prontitud y la integridad con que debe responderse al amor divino de la siguiente manera:
Dichoso, pues, aquel a cuya puerta llama Cristo. Nuestra puerta es la fe, la cual, si es resistente, defiende toda la casa. Por esta puerta entra Cristo. Por esto, dice la Iglesia en el Cantar de los Cantares: Oigo a mi amado que llama a la puerta. Escúchalo cómo llama, cómo desea entrar: ¡Ábreme, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío, mis rizos, del relente de la noche! (…). Él se digna visitar a los que están tentados o atribulados, para que nadie sucumba bajo el peso de la tribulación. Su cabeza, por tanto, se cubre de rocío o de relente cuando su cuerpo está en dificultades. Entonces, pues, es cuando hay que estar en vela, no sea que cuando venga el Esposo se vea obligado a retirarse. Porque, si estás dormido y tu corazón no está en vela, se marcha sin haber llamado; pero, si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta (…). Ábrele, pues; quiere entrar, quiere hallar en vela a su Esposa.[36]
La imposibilidad de la separación impulsa a la amada a iniciar de inmediato la búsqueda. A diferencia del intento anterior (cf. 3,2-3), en esta ocasión solo logra hallar al amado tras atravesar dificultades y sufrimientos (v. 7), lo que subraya que el amor verdadero requiere perseverancia y esfuerzo para reunirse con quien se ama.
En las heridas de amor, comenta San Juan de la Cruz, no puede haber medicina sino de parte del que hirió, y por eso dice que salió clamando, esto es, pidiendo medicina tras del que la había herido, clamando con la fuerza del fuego causado de la herida. Y es de saber que este salir se entiende de dos maneras: la una, saliendo de todas las cosas, lo cual se hace por desprecio y aborrecimiento de ellas; la otra, saliendo de sí misma por olvido y descuido de sí, lo cual se hace por aborrecimiento santo de sí misma en amor de Dios; el cual de tal manera levanta al alma, que la hace salir de sí y de sus quicios y modos naturales clamando por Dios.[37]
La intervención de las hijas de Jerusalén (v. 9) da paso al retrato poético que la amada hace del amado. Este retrato combina dos descripciones generales —v. 10: único «entre millares»; v. 16: todo él «delicias»— con un recorrido detallado de las distintas partes del cuerpo. Las imágenes escogidas aluden a dos ámbitos diferentes. Por un lado, el oro (vv. 11, 14-15), las piedras preciosas y el marfil (v. 14), así como el mármol y los cedros (v. 15), expresan majestuosidad y remiten a los materiales y la grandeza del Templo de Jerusalén. Esta riqueza simbólica justifica plenamente la lectura alegórica que identifica al amado con Dios, o con Cristo hecho hombre, como expresión suprema de poder y perfección.[38]
Éste es aquel que se ha hecho nuestro prójimo por su benignidad para con nosotros, el que nos ha nacido de Judá y se no ha hecho familiar, el indicado por la esposa a sus doncellas, el señalado por la esposa virginal cuando dice a las hijas de Jerusalén: Así es mi amado, así es mi amigo, hijas de Jerusalén. Sucédanos a nosotros que podamos, por las señales dadas y guiados por el Espíritu Santo, conocer y alcanzar a aquel que es la salvación de nuestras almas, a quien sea da la gloria por siempre.[39]