Es curioso como las cosas de pronto se presentan, para aquellos que confían en si mismos, una serie de eventos a su favor pueden considerarse una racha de buena suerte, una conjunción planetaria, una casualidad o el fruto de los esfuerzos sembrados. Para aquellos que confiamos en Dios es imposible ver aquello que se nos presenta como algo aleatorio, no podemos sino ver su mano tras bambalinas actuando a nuestro favor. Ahora bien, el favor de Dios no lo obtenemos como decimos en el norte por “chulos y bien peinados”. El favor de Dios es un conjunto de acciones que usualmente vienen desde tiempo atrás, como resultado de preparación, trabajo, tesón, perseverancia y el aprovechar las oportunidades que Él mismo puso en nuestro camino. El resultado de una racha de buena suerte es que es finita, más temprano que tarde ese soplo de la buena fortuna ha de terminar. Cuando uno aprende a buscar, recibir y aceptar el favor de Dios como parte de su vida la perspectiva de como se presentan las cosas cambia enormemente, no se trata de algo pasajero, se trata de algo que permanece con uno todo el tiempo y le proporciona la certeza de que sin importar cuan grande sea el reto o la dificultad siempre se tendrán a la mano los recursos para afrontarlo.
El favor de Dios se manifiesta de formas espontáneas y que superan por mucho nuestra limitada imaginación, como humanos estamos acostumbrados a pensar en términos de nuestras promuas limitaciones, Dios al no tenerlas puede manifestarse más allá de lo que hubiésemos podido esperar y por canales que simplemente no nos caben en la cabeza.
Siempre tuve la inquietud y el gusto por hablar en público, mi recuerdo más antiguo de un discurso preparado por mi se remonta al año de 1981 en mi graduación de primaria, seguido por infinidad de discursos en concursos de oratoria, declamación, conducción de asambleas, etc. Extrañamente nunca una audiencia me intimidó, siempre y tal vez movido por el ego es que buscaba el poder hablar en público. El tiempo transcurrió y en algún momento pensé en ingresar al instituto bíblico, pero nunca este deseo fue lo suficientemente fuerte, pude haber sido un mal predicador opté por no serlo en absoluto. Años depués al escribir mi primer libro una idea cruzó por mi mente, si bien no aspiraba al púlpito, nada me impedía el poder dirigirme a audiencias más grandes, en pocas palabras convertirme en conferencista cumplía perfectamente con el requisito de permitirme hablar sin las limitaciones propias de un ministro de culto.
Cuando hablo de las limitaciones de un ministro de culto, no lo hago de forma peyorativa. Un predicador tiene dos formas básicas de acceder al público. Puede hablar en el púlpito a su propia congregación, misma que puede o no crecer o bien puede tocar puerta por puerta como muchos lo hacen de forma muy digna, pero esto es un proceso largo y laborioso que si bien implica hablar a un gran número de personas no lo hace al mismo tiempo. A diferencia de un predicador, un conferencista puede atraer a públicos muy diversos, un mensaje adaptado a una audiencia más abierta puede alcanzar a personas que de otra forma tal vez no recibirían el mensaje. Si se le invita a alguien a ir a un templo a escuchar a un predicador usualmente las negativas relacionadas con religión, filosofía o estilo de vida serán un obstáculo importante, las posibilidades se amplían cuando se invita a alguien a asistir a una conferencia.
Cuando pedí a Dios que me proporcionara los recursos para convertirme en conferencista nunca pensé en cómo se iba a manifestar su respuesta, desde hacía algunos meses había encontrado algunos anuncios sobre la certificación internacional de la Asociación de Conferencistas Hispanos, pero por alguna razón nunca coincidían los tiempos. Me inscribí al boletín de noticias y cada determinado tiempo recibía actualizaciones sobre ello sin propiamente recibir la noticia de “tal día en tal parte se va a efectuar la certificación” hubiera esperado que éste fuera el medio pero me equivoqué. Hace un par de meses recibí una llamada de una buena amiga mía invitándome a tomar esta certificación, no fue necesario que me diera un discurso de ventas, sabía exactamente de lo que se trataba, era sin lugar a dudas la respuesta a mis oraciones.
Durante 3 días convivi con un variopinto grupo de personalidades y mi mayor ganancia fue darme cuenta de que estoy en el camino correcto. El favor de Dios se manifestó de forma tan abundante e inmerecida que me faltarían años de vida para poder agradecerlo.
Si bien, el obtener esta certificación para algunos podría ser la culminación de un proceso para mí no lo es, esto es simplemente el primer paso de un trayecto que tengo plena confianza en que me llevará a compartir el mensaje de abundancia, prosperidad y paz que yo mismo he recibido. No soy un mensajero de Dios sino el más humilde de sus servidores a quien le fue conferido el talento de la palabra, quiero que, llegado el momento, pueda postrarme a los pies del Señor y decir, he aquí el talento que me diste, lo tomé, lo hice crecer, lo compartí y he aqui los frutos de aquello que inmerecidamente recibí, mi mayor anhelo es poder escuchar las palabras de “Buen siervo y fiel...”