La arquitectura barroca novohispana es la denominación que recibe la arquitectura del Barroco que se produjo en el territorio histórico español del virreinato de Nueva España entre los siglos XVII y XVIII.
El país más representativo del estilo barroco novohispano es México, seguido de Filipinas, Guatemala, y Honduras. Además, hay ejemplos en Nicaragua, Cuba, EE. UU., El Salvador, y Puerto Rico.
Proveniente de la palabra portuguesa barrueco, en Nueva España el barroco produjo además, una arquitectura fantásticamente extravagante y visualmente frenética en México que es el churrigueresco. Además, la sismicidad dio lugar a la solución del barroco de terremotos.
En la actualidad las obras del barroco novohispano son símbolos nacionales y recursos turísticos culturales de primer orden mundial. Además, muchas de estas construcciones son patrimonio de la humanidad por la UNESCO, entre ellas un gran número de conjuntos monumentales, edificios religiosos y civiles en todo México, las Iglesias Barrocas de Filipinas, la ciudad de Antigua Guatemala, la Catedral de León, Nicaragua, los edificios barrocos incluidos en Ciudad vieja de La Habana y su sistema de fortificaciones y las Misiones de San Antonio, Texas.
El barroco llegó a la Nueva España de mano de algunos arquitectos españoles que realizaron trabajos en las principales ciudades virreinales, en especial en la Ciudad de México, y también de arquitectos novohispanos.
Algunos de los arquitectos más destacados en este periodo son Jerónimo de Balbás, autor del retablo de los Reyes de la catedral Metropolitana de la Ciudad de México, la obra churrigueresca más antigua de México; Lorenzo Rodríguez, maestro de Francisco Antonio de Guerrero y Torres y autor entre otros de la fachada del colegio jesuita de San Ildefonso (México); Pedro de Arrieta, autor de entre otros del antiguo palacio del Tribunal del Santo Oficio de la Santa Inquisición y Miguel Custodio Durán, autor entre otros del templo de San Juan de Dios (México).[1]
Otros arquitectos novohispanos destacados fueron Juan Montero de Espinosa, Felipe de Urueña, Manuel Álvarez y el ingeniero militar español Luis Díez de Navarro
El mayor representante de la fase última del barroco es Francisco Guerrero y Torres, quien tradujo el rococó galante a un lenguaje mexicano.
La arquitectura religiosa barroca en México constituye una de las manifestaciones más relevantes del arte novohispano entre finales del siglo XVII y el siglo XVIII.[2] Su desarrollo estuvo vinculado al proceso de consolidación de la Iglesia católica en la Nueva España y a la prosperidad económica de ciudades como Ciudad de México, Puebla, Querétaro, Guanajuato y Morelia, donde se erigieron templos, conventos y colegios de gran riqueza ornamental.[3]
El barroco novohispano se desarrolló en un contexto de fuerte religiosidad, con el patrocinio de órdenes como los jesuitas, franciscanos y dominicos.[4] La abundancia de recursos mineros en regiones como el Bajío permitió la construcción de templos ricamente decorados, que funcionaban tanto como espacios litúrgicos como símbolos de poder y prestigio social.[5]
Entre los rasgos distintivos se encuentran:
La historiografía del arte ha considerado al barroco religioso novohispano como una de las expresiones más originales del barroco americano, con autores como Manuel Toussaint y George Kubler que han analizado su especificidad frente a los modelos europeos.[3][4] Investigaciones recientes, como las de Martha Fernández, destacan su función social y su papel en la construcción de identidades locales.[2][5]