2 Corintios 2 es el segundo capítulo de la Segunda epístola a los corintios del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Su autor es San Pablo Apóstol y Timoteo (2 Corintios 1:1) en Macedonia en los años 55-56 d. C.[1] En este capítulo, Pablo amplía la explicación iniciada en capítulo 1 sobre por qué no visita Corinto antes de su viaje de regreso a Judea.
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo se divide en 17 versículos.
Algunos de los primeros manuscritos que contienen el texto de este capítulo son:
Este pasaje es una continuación de la parte final del capítulo 1.[5] Pablo se refiere a una «visita breve y dolorosa» anterior, durante la cual prometió una visita más larga, que es el motivo del cambio de opinión al que alude aquí. [6]
La carta de Pablo tras su «dolorosa visita» se conoce comúnmente como la «carta severa» o «carta de lágrimas». 2 Corintios 7:8-12 también hace referencia a esta carta.[8]
Algunos han interpretado este pasaje como una referencia al caso de inmoralidad mencionado en la primera carta a los Corintios, pero también podría tratarse de alguien que ofendió directamente a Pablo o a uno de sus colaboradores durante su estancia en Corinto. Es posible que el responsable perteneciera al grupo judaizante y contara con el respaldo de una parte reducida de la comunidad. Después de haber sido corregido y sancionado, mostró arrepentimiento, lo que llevó a Pablo a pedir que se le tratara con misericordia. El perdón ocupa aquí un lugar central, no solo como un acto de bondad, sino como una expresión de justicia que, al aplicarse, restaura la paz y la unidad entre los creyentes.[9]
El ofensor sin nombre, τοιοῦτος, toioutos, «tal persona» (KJV), «un hombre en su posición» (traducción de J. B. Phillips), es el hombre que, en NKJV, «tiene la mujer de su padre». [11]
MacDonald sugiere que la fórmula de acción de gracias de este versículo sirve de punto de partida para una sección que se extiende hasta 2 Corintios 5:19, que trata de la autoridad de Pablo como apóstol.[13]
Pablo muestra una preocupación constante por las personas que forman parte de su misión. Su entrega no se limita a la predicación, sino que incluye un profundo afecto por sus colaboradores y comunidades. Siente angustia por la situación de Tito, a quien había enviado a Corinto, y experimenta un gran alivio cuando logra reunirse nuevamente con él en Macedonia. Esta actitud refleja su cercanía humana y pastoral. Al afirmar que somos el buen olor de Cristo, expresa de forma simbólica que la vida de los creyentes debe transmitir la presencia y la gracia de Cristo en el mundo, como un perfume que se esparce y transforma el ambiente que toca.[18]
El Evangelio expande por todas partes un perfume agradable y precioso, aunque haya quienes perecen a su lado, como consecuencia de su incredulidad. No es por tanto al Evangelio a quien debe culparse de la ruina de algunos, sino a su propia corrupción.[19]
Por tanto, el cristiano debe mostrar a Cristo con su forma de actuar:
Debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi, el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro.[20]
En la segunda parte del versículo 16 y en el 17, Pablo abre el camino hacia la defensa de su labor apostólica que desarrollará en los capítulos posteriores. Señala la diferencia entre su manera de anunciar el mensaje y la actitud de quienes manipulan la palabra de Dios para obtener beneficios personales. Mientras él habla con transparencia y fidelidad, otros distorsionan el contenido del Evangelio buscando reconocimiento propio en lugar de honrar a Cristo. Esta contraposición sirve como punto de partida para afirmar la legitimidad y autenticidad de su ministerio.[21]
Adulterar la palabra de Dios es o sentir en ella algo distinto de lo que en realidad es, o buscar por ella no los frutos espirituales, sino los fetos adulterinos de la alabanza humana. Predicar con sinceridad es (…) buscar la gloria del autor y creador.[22]