2 Corintios 7 es el séptimo capítulo de la Segunda epístola a los corintios del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Fue escrito por Pablo de Tarso y Timoteo de Éfeso (2 Corintios 1:1) en Macedonia entre los años 55 y 56 d. C.[1] El versículo 1 suele relacionarse con el capítulo anterior y puede formar parte de una interpolación posterior. Los versículos 2 y siguientes continúan a partir de la petición de Pablo a la iglesia de Corinto en 2 Corintios 6:11-13 para que se aceptara su autoridad.[2]
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo se divide en 16 versículos.
Algunos de los primeros manuscritos que contienen el texto de este capítulo son:
La Nueva Biblia del rey Jacobo y la Nueva Versión Internacional, y los comentaristas bíblicos Johann Bengel[4] y Heinrich Meyer,[5] tratan el versículo 1 como la conclusión de los versículos 11-18 del capítulo anterior:
Algunas versiones sustituyen «amados» por «hermanos», incluida la versión etíope.[7] El teólogo bautista John Gill (1697-1771) afirma que en «estas promesas», Dios promete caminar en su templo, morar en sus iglesias, ser su Dios y ellos su pueblo, ser su Padre y ellos sus hijos e hijas «amados» (2 Corintios 6:16-18).[7]
Varias traducciones dicen «Hacednos sitio en vuestros corazones», aunque «en vuestros corazones» no forma parte del texto original.[9] Esto, según Juan Crisóstomo y otros, repite exhortaciones anteriores,[10] «ensanchad o dilatad vuestros corazones, es decir, tened amor, verdadera caridad y celo por nosotros y por los ministros del evangelio».[11]
Los temas de «aflicción» y «consuelo» introducidos en capítulo 1 y de nuevo en el versículo 4 aquí, se desarrollan más a fondo en este pasaje.[12]
Tito, al llegar a Macedonia, trae noticias de que los problemas relacionados con «el ofensor» que, en 5:1, «tenía la mujer de su padre», ya se han resuelto.[12]
En 2 Corintios 2, Pablo había empezado a hablar sobre una carta “dolorosa” que les había enviado previamente. Esta carta tenía un propósito claro: no era herirlos, sino llevarlos al arrepentimiento y restaurar su relación con él. Sin embargo, antes de continuar con ese tema, Pablo interrumpió su discurso para defenderse de las críticas de algunos opositores que habían sembrado dudas entre los corintios sobre su autoridad apostólica y sus intenciones (caps. 3–6).
En el actual capítulo 7, Pablo vuelve al hilo original. Expresa su alegría al saber, por medio de Tito, que los corintios habían recibido bien la carta y habían respondido con arrepentimiento sincero. Esto había fortalecido nuevamente el vínculo entre ellos y el apóstol. Pablo aclara que su intención nunca fue humillarlos, sino ayudarlos a crecer espiritualmente y a reafirmar su amor por él. Este pasaje es un modelo de corrección cristiana. Pablo no busca venganza ni imponer su autoridad; busca el bien de la comunidad, su conversión y la restauración de la relación. Corrige con amor y con un propósito constructivo.[14]
Debemos corregir por amor; no con deseo de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto: si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él (Mt 18,15).[15]
San Pablo expresa con sinceridad su alegría al recibir de Tito noticias alentadoras sobre la comunidad de Corinto. Los fieles habían mostrado respeto y acogida hacia su colaborador y respondieron con arrepentimiento y afecto a la carta que les había enviado con dolor, conocida como «la carta de las lágrimas». Esta reacción positiva confirmó el fruto de su corrección: lejos de generar distancia, produjo un cambio sincero y fortaleció el vínculo entre el apóstol y los corintios.
En el versículo 10 se habla de «Tristeza según Dios». Esta tristeza es el dolor del alma que llora el pecado con la esperanza del perdón.
La tristeza que causa un arrepentimiento saludable es propia del hombre obediente, afable, humilde, dulce, suave y paciente, en cuanto que deriva del amor de Dios (…). La tristeza diabólica es diametralmente opuesta. Es áspera, impaciente, dura, llena de amargor y disgusto, y le caracteriza también una especie de penosa desesperación.[16]