2 Corintios 11 es el decimopimer capítulo de la segunda epístola a los corintios del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Fue escrito por Pablo de Tarso y Timoteo de Éfeso (2 Corintios 1:1) en Macedonia entre los años 55 y 56 d. C.[1] Según el teólogo Heinrich Meyer, los capítulos 10-13 «contienen la tercera sección principal de la Epístola, la defensa polémica del apóstol de su dignidad y eficacia apostólicas, y luego la conclusión». [2]
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo se divide en 33 versículos.
Algunos de los primeros manuscritos que contienen el texto de este capítulo son:
En el versículo 13, Pablo escribe sobre los «falsos apóstoles» (ψευδαποστολοι, pseudapostoloi). En el versículo 5 se ha comparado a sí mismo con los «superapóstoles» [3] o los «apóstoles extraordinarios» [4] (των υπερλιαν αποστολων, tōn hyperlian apostolōn). Meyer pregunta: «¿A quién se refiere con τῶν ὑπερλίαν ἀποστόλων?». Señala que «según Crisóstomo, Teodoreto, Grotius, Bengel y la mayoría de los comentaristas más antiguos, así como Emmerling, Flatt, Schrader, Baur, Hilgenfeld, Holsten y Holtzmann [entre los comentaristas del siglo XIX], [se refiere] a los verdaderos summos apostolos, es decir, Pedro, Santiago y Juan», pero Meyer sostiene que «Pablo no está luchando contra ellos, sino contra los falsos apóstoles» y recomienda la traducción «los apóstoles excesivamente grandes». Meyer enumera a los comentaristas bíblicos Richard Simon, Alethius, Heumann, Semler, Michaelis, Schulz, Stolz, Rosenmüller, Fritzsche, Billroth, Rückert, Olshausen, de Wette, Ewald, Osiander, Neander, Hofmann, Weiss, Beyschlag y otros como seguidores de la sugerencia de Beza, según la cual los pseudoapóstoles eran entendidos como maestros judaizantes anti-paulinos. [5]
La Biblia del Rey Jacobo añade «Ojalá Dios os hiciera soportar un poco mi locura». La referencia a Dios no forma parte del texto griego. [4]
Las repetidas disculpas de Pablo reflejan la intensidad emocional del pasaje, conocido como el discurso del necio. Adoptando irónicamente el papel de insensato, realiza declaraciones firmes y apasionadas en defensa de su misión. Con este recurso retórico expresa su profundo celo por la comunidad, presentándose como el amigo del esposo que protege la pureza de la esposa, imagen de la Iglesia. Advierte el riesgo que representan las intrigas de sus adversarios y actúa con firmeza para salvaguardar la fidelidad de los creyentes.[8]
El Apóstol dice que la Iglesia es como Eva, a la que el diablo a veces persigue abiertamente por medio de tiranos y poderes, y entonces es como león rugiente que anda rondando y busca a quién devorar (1 P 5,8). Otras veces molesta a la Iglesia a escondidas por medio de los herejes que prometen la verdad y simulan ser buenos, y entonces es como la serpiente que seduce con su astucia, prometiendo cosas falsas.[9]
Pablo utiliza de forma irónica el título de “superapóstoles” para referirse a los falsos maestros que buscaban atribuirse una autoridad similar o superior a la suya. Estos individuos intentaban ganarse el reconocimiento de la comunidad presentándose como auténticos enviados, pero en realidad distorsionaban el mensaje del Evangelio. Con esta expresión, el Apóstol desenmascara su actitud arrogante y pone en evidencia la falsedad de sus pretensiones.[10]
Pablo presenta su desprendimiento económico como prueba de la autenticidad de su ministerio. Aunque algunos lo interpretaran como falta de afecto, su única intención era agradar a Dios y servir con rectitud.
¿Qué nos enseñaron o qué nos enseñan los apóstoles santos? No el arte de pescar, no el hacer tiendas u otro semejante a éstos (…). Nos enseñaron a vivir con rectitud (…). La vida recta juzgo yo que consiste en padecer males, hacer bienes y perseverar así hasta la muerte.[13]
Con tono irónico, Pablo ridiculiza la actitud de los corintios, que se consideraban sabios pero fueron engañados incluso en lo material por falsos maestros infiltrados en la comunidad.[16]
Pablo inicia su defensa destacando su identidad y méritos en contraste con sus adversarios. Afirma que, como judío, es igual que ellos, pero como ministro de Cristo los supera claramente, y lo demuestra con la larga lista de sufrimientos físicos y morales soportados por el Evangelio. Este testimonio autobiográfico, ausente en los Hechos, muestra que su verdadera autoridad se basa en el dolor y la cruz, signos inseparables de la vida cristiana.[25]
Cuando emprendemos el camino real de seguir a Cristo, de portarnos como hijos de Dios, no se nos oculta lo que nos aguarda: la Santa Cruz, que hemos de contemplar como el punto central donde se apoya nuestra esperanza de unirnos al Señor. Te anticipo que este programa no resulta una empresa cómoda; que vivir a la manera que señala el Señor supone esfuerzo. Os leo la enumeración del Apóstol, cuando refiere sus peripecias y sus sufrimientos por cumplir la voluntad de Jesús: cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno….[26]