Toribio del Campillo y Casamor (Daroca, 1824-Madrid, 8 de febrero de 1900) fue un archivero, historiador y escritor español, también conocido por su pseudónimo Agustín Casamor.[1]
Toribio del Campillo y Casamor | ||
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Información personal | ||
Nacimiento |
1824 Daroca (España) | |
Fallecimiento |
8 de febrero de 1900 Madrid (España) | |
Nacionalidad | Española | |
Educación | ||
Educado en | ||
Alumno de | Pedro Felipe Monlau | |
Información profesional | ||
Ocupación | Escritor, bibliógrafo, historiador, archivero y bibliotecario | |
Cargos ocupados | Catedrático de universidad | |
Seudónimo | Agustín Casamor | |
Miembro de | Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos | |
Se formó entre su Daroca natal y Zaragoza, donde asistió al centro que los escolapios regentaban en la ciudad, y terminó sus estudios en la Universidad de Zaragoza. Aunque se licenció en derecho, fue desde 1860 miembro del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, del que llegaría a ser un señalado miembro.[2]
Como bibliotecario trabajó en la Biblioteca Universitaria de Madrid (antecedente de la actual Biblioteca de la Universidad Complutense) y en la Biblioteca Nacional, compaginándolos con la actividad docente como profesor de Paleografía antes de ser nombrado en 1875 catedrático de Bibliografía e Historia Literaria de la Escuela Superior de Diplomática.[1]
Su obra propia está vinculada a la historia de su región natal, el Campo de Daroca. Denunció en 1871 el mal estado de los documentos históricos que se conservaban en Cariñena, recopilándolos y preservándolos en el Archivo Histórico Nacional.[3] A raíz de ello publicó su obra más influyente, Documentos Históricos de Daroca y su comunidad, que, entre otras cosas, supuso la primera publicación contemporánea del Fuero de Daroca.
Además, estuvo también activo en su actividad docente y académica como archivero. Publicó varios trabajos sobre la historia de las bibliotecas española y fue director de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.[4] Como tal, fue el portavoz de los denunciantes del mal estado del Archivo General de Simancas en 1877.[5] Eduardo Ibarra lo incluyó como uno de los «eruditos de buena ley».[2]
Se le consideraba de tendencias conservadoras[1] y próximo al neocatolicismo.[2] Fue miembro de la Unión Católica.[6]
A día de hoy una calle lleva su nombre a las afueras de Daroca.