Oseas 6 es el sexto capítulo del Libro de Oseas en la Biblia hebrea o el Antiguo Testamento de la Biblia cristiana.[1][2] En la Biblia en hebreo forma parte del Libro de los Doce Profetas Menores.[3][4] Este capítulo contiene profecías atribuidas al profeta Oseas, hijo de Beeri, incluyendo una exhortación al arrepentimiento (Oseas 6:1-3) y una queja contra Israel y Judá por persistir en su maldad (Oseas 6:4-11).[5]
El texto original fue escrito en lengua hebrea. Este capítulo se divide en 19 versículos.
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo en hebreo pertenecen a la tradición del texto masorético, que incluye el Códice de El Cairo (895), el Códice de los Profetas de San Petersburgo (916), el Códice de Alepo (siglo X) y el Códice Leningradensis (1008).[6] Se encontraron fragmentos que contienen partes de este capítulo en hebreo entre los Rollos del Mar Muerto, incluido el 4Q78 (4QXIIc; 75-50 a. C.) con los versículos 11-13 conservados (versículos 13-15 en hebreo);[7][8][9][10] 4Q79 (4QXIId; 75-50 a. C.) con los versículos 1-3 conservados (versículos 3-5 en hebreo);[8][11][12][13] 4Q82 (4QXIIg; 25 a. C.) con versículos conservados 2-3, 12-17, 20-23 (versículos 1-2, 4-5, 14-19, 22-25 en hebreo);[8][12][14][15] y 4Q166 (4QpHosa; Comentario de Oseas; Pesher Hoshe'a; finales del siglo I a. C.) con los versículos 8-14 conservados.[16][17][18][19]
También existe una traducción al griego koiné conocida como la Septuaginta, realizada en los últimos siglos a. C. Entre los manuscritos antiguos que se conservan de la versión de la Septuaginta se encuentran el Códice Vaticano (B; B; siglo IV), el Códice Alejandrino (A; A; siglo V) y el Códice Marchaliano (Q; Q; siglo VI).[20][22] El capítulo 6 tiene 11 versículos en la Septuaginta.[23]
Esta sección continúa el pasaje que comienza en Oseas 5:8, que se refiere al tiempo de la guerra siro-efraimita (735-733 a. C.) y sus consecuencias (733-731 a. C.).[24] Mientras que en 5:8-15 Oseas declara el juicio divino tanto sobre Judá como sobre Israel en su lucha intestina, que YHWH enviará «enfermedad mortal» (término de John Day), en 6:1-3 proclama la esperanza de un renacimiento si el pueblo está dispuesto a aceptar su exhortación al arrepentimiento.[24] Los editores de la Biblia de Jerusalén sugieren que esta oración penitencial de Oseas puede haber sido tomada de un ritual de expiación.[25]
porque él nos ha desgarrado, y él nos sanará; él nos ha herido, y él nos vendará».[26]
Esta sección, que continúa en 7:16, contiene algunos oráculos sobre la corrupción política y religiosa de Israel, porque Israel no vivió según la exigencia de YHWH de amor constante y conocimiento de Él (versículos 4-6). Las acciones corruptas de Israel (versículos 7-10) impiden que YHWH restaure la nación (versículos 6:11b-7:2).[31]
Estas palabras enfatizan la importancia del «comportamiento moral correcto» por encima del «ritual», como también se afirma de manera similar en otros libros de los profetas (Isaías 1:10-17; Jeremías 7:21–23; Miqueas 6:6–Miqueas 6:8).[31]
La súplica inicial de Israel, tras el desastre y la experiencia del fracaso, parece auténtica confesión de culpa y deseo de conversión. Sin embargo, el profeta denuncia que ese retorno no pasa de ser un sentimiento pasajero: el amor que ofrecen es como el rocío o la neblina, pronto disipados con el sol. La comparación subraya la inconsistencia de un corazón incapaz de sostener la fidelidad en el tiempo, revelando que la raíz de la infidelidad se remonta al origen mismo de la historia del pueblo y de la Alianza. El v. 7 recuerda esa traición desde los comienzos, evocando a Adán como símbolo del primer quebrantamiento, o bien la ciudad de Adam como lugar donde Dios había manifestado su poder al abrir las aguas del Jordán. En cualquier caso, la idea es clara: desde antiguo Israel ha quebrantado la confianza con su Señor, mostrando que la fragilidad de la fe no es un accidente aislado, sino una constante que atraviesa su caminar.
Ante ello, el Señor no se complace en sacrificios externos ni en un culto vacío, sino en el amor fiel (hesed) y en el conocimiento profundo de su voluntad. Este principio, recogido más tarde por Jesús, se convierte en criterio esencial de la verdadera religiosidad: lo que agrada a Dios no son las ofrendas rituales, sino un corazón misericordioso y una vida que busca la comunión con Él. La enseñanza del profeta sigue vigente como advertencia contra un culto aparente y como llamada a la autenticidad del amor que permanece.[33]
Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: Quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Y el mismo Señor en persona les advertía: Si comprendierais lo que significa: “Quiero misericordia y no sacrificios”, no condenaríais a los que no tienen culpa, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.[34]
En Oseas, la mención de «dos días» y «el tercero» es una forma de decir «muy pronto»: el pueblo, herido por su pecado, experimentará que el mismo Dios lo hace revivir y le devuelve la vida. El sentido inmediato es de esperanza cercana y restauración rápida. Los primeros cristianos, desde Tertuliano, vieron en estas palabras una referencia anticipada a la resurrección de Cristo. Aunque el Nuevo Testamento no las cita expresamente, la fórmula «resucitó al tercer día según las Escrituras» encuentra aquí un posible apoyo. Por eso la tradición, recogida en el Catecismo, reconoce en Oseas 6,2 un anuncio velado de la Pascua: la vida que Dios promete a su pueblo se cumple plenamente en la resurrección de Jesús al tercer día.[35]
En esta sección de Oseas se entrelazan cuatro denuncias que tienen un mismo trasfondo: el olvido de Dios en todos los ámbitos de la vida del pueblo. Primero, los sacerdotes son acusados de corromper la alianza y de convertirse en asesinos, imagen dura que muestra cómo quienes debían guiar al pueblo lo han desviado hacia la idolatría. Después, el profeta se detiene en las intrigas palaciegas y los asesinatos de reyes, reflejo de la convulsión política que atravesaba Israel, utilizando la parábola del horno descuidado para señalar la irresponsabilidad de los gobernantes que, al tolerar conspiraciones, dejaron que la corrupción se extendiera.
El oráculo siguiente denuncia los pactos internacionales con Asiria y Egipto, presentados como alianzas inútiles que, lejos de dar estabilidad, provocan ruina y mayor dependencia. La imagen de la «torta sin dar la vuelta» y de la «paloma ingenua» ilustra la torpeza de un pueblo que busca seguridad fuera, mientras olvida a su Dios. Estas figuras expresivas transmiten la ironía y el dolor del profeta ante la ceguera de sus contemporáneos, que no supieron leer los acontecimientos como llamadas al retorno. La última denuncia retoma y amplía las anteriores: Israel se ha apartado del Señor para volverse a lo que no salva, confiando en su propia fuerza y en lo que es vacío. El arco que falla, símbolo de su inutilidad, resume el fracaso de una historia marcada por la infidelidad. En este contraste entre la fidelidad de Dios y la fragilidad de su pueblo, Oseas pone de manifiesto una verdad universal: el hombre que pretende construirse sin Dios acaba siempre en el desengaño y en la ruina.[36]