Mateo 24 es el vigésimo cuarto capítulo del Evangelio de Mateo del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Comienza el Discurso del monte de los Olivos o "Pequeño Apocalipsis" pronunciado por Jesucristo, también descrito como Discurso escatológico,[1] que continúa en Mateo 25.[2] Contiene la predicción de Jesús sobre la destrucción del Templo de Jerusalén.[3] Marcos 13 y Lucas 21 también cubren el mismo material.[4].
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo está dividido en 51 versículos.
La narración puede dividirse en las siguientes subsecciones:
Algunos manuscritos tempranos que contienen el texto de este capítulo son:
[5]
En los capítulos anteriores (capítulos 21-23), Jesús ha estado enseñando en el Templo y debatiendo con los fariseos, herodianos y saduceos.
Jesús y sus discípulos abandonan el Templo (Mateo 24:1), o los terrenos del templo en la Nueva Traducción Viviente.[6] El teólogo John Gill observa que Jesús "no volvería jamás".[7].
Arthur Carr informa que al descender por el Valle del Cedrón, al este del templo, y luego ascender por la ladera del Monte de los Olivos, los discípulos pudieron mirar hacia atrás y véase "el Templo [alzándose] con su columnata de deslumbrante mármol blanco, coronada con tejado y pináculos dorados, y fundada sobre una subestructura de enormes piedras".[2]
En esta "escena introductoria" (versículos 1-2),[8]: 876 Jesús predice que "no quedará aquí piedra sobre piedra".[9] La predicción sigue los sentimientos expresados por Jesús en Mateo 23:37-38:
El fundador del metodismo John Wesley dice que la predicción se cumplió "muy puntualmente" en el sentido de que la mayoría de los edificios del templo fueron quemados y luego desenterrados por orden del general invasor romano Tito en el año 70 d.C.[10].
El Templo de Jerusalén, por sus grandes magnitudes, era el orgullo de los judíos. Sus enormes sillares de piedra causaban una gran impresión de durabilidad y llevaron a la admiración de los discípulos. La sentencia profética de Cristo «no quedará aquí piedra sobre piedra», se cumplió el año 70, cuando los ejércitos del Imperio romano de Tito destruyeron la ciudad. Sin embargo, esa destrucción era la señal de algo más importante: señal de que prescribía su función ya que dejó de ser el lugar de adoración de Dios puesto que el nuevo templo es el propio cuerpo de Cristo en cualquiera de las misas quese dijeran en lo sucesivo. Las palabras de Jesús están en continuidad con las pronunciadas un poco antes cuando ya había anunciado los tres motivos presentes en el discurso: las persecuciones en esta generación, la desaparición del Templo, y la manifestación triunfante de Cristo.[11]
Del discurso se deducen algunas claves para comprender lo que dice Jesús a continuación. Los judíos de tiempos de Cristo —y los Apóstoles con ellos— esperaban que el día del Juicio de Dios [12][13] se mostraría terrible para los impíos, pero sería un día de gloria para el pueblo elegido. La grandeza del Templo no era sino la señal de esa futura gloria. El Señor corrige esa interpretación: el Templo no perdurará sino que será destruido de forma violenta. Por ello, los discípulos deben aprender a ver en esa destrucción señales de la oposición que encontrarán en su misión de predicar el Evangelio hasta la venida gloriosa del Hijo del Hombre. Por eso, a lo largo del discurso, los dos acontecimientos —la destrucción del Templo y la vida de la Iglesia— están entremezclados.[14]
Jesús y sus discípulos se dirigen al Monte de los Olivos, donde tiene lugar una conversación "privada" sobre "el fin de los tiempos". Las palabras de Jesús aquí se conocen como el "Pequeño Apocalipsis" o "Discurso del monte de los Olivos". Jesús parece haberse adelantado a sus discípulos (Mateo 24:3), que acuden a él para preguntarle por el momento y el significado de su parusía (en griego παρουσιας, parusías). Marcos 13:3 afirma que sólo Pedro, Santiago, Juan, y Andrés llegaron a hablar con él.[2]>
'Yo soy Cristo', carente del artículo definido, en la Biblia de Ginebra (1599),[16] en la Versión King James,[17] y en la Nueva Biblia de Mateo [18] (una versión modernizada del Nuevo Testamento de William Tyndale).[19]Cambridge Bible for Schools and Colleges (1882 en adelante) observa que el Cristo, el Mesías" es correcto, apartándose de la versión King James entonces en uso.[2]
La "abominación desoladora" se describe alternativamente como el "sacrificio desolador" en la Nueva Versión Estándar Revisada.[21] Cita de Daniel 11:31; Daniel 12:11.
Es probable que la dificultad asociada con la huida durante el invierno surja del mal tiempo.[23] Dale Allison señala la ausencia de cualquier explicación de por qué la huida en un día de reposo también podría ser más desafiante; sugiere que la comunidad de Mateo todavía podría haber observado el sábado como un día de descanso, con sus tradicionales restricciones de viaje, y estar tanto indecisa como poco preparada para la huida en un día así.[8]: 877
Y enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta."[24] En la Fe Bahá'í, Bahá'u'lláh da una interpretación de Mateo 24: 29-31 en su principal obra teológica Kitáb-i-Íqán (El Libro de la Certeza),[25][26] dando explicaciones detalladas sobre los significados alegóricos de cada una de estas frases. [27]
Con estas últimas palabras, el Jesús ha anunciado lo que será su venida gloriosa. La señal del «Hijo del Hombre» será su venida; el fin del mundo no será una cadena de catástrofes, sino su venida triunfante. No será un suceso ordinario: ante su luz, todo el cosmos parecerá una sombra: «No por la disminución de su luz, sino que, en comparación con la verdadera luz, todo parece tenebroso» [28]; ante su verdad, las gentes reconocerán cuánto les falta para ser dignas de Él, por eso, que «caiga la arrogancia de aquellos que, considerándose santos, no temen la presencia del juez».[29]
Para sus elegidos, la venida del Hijo del Hombre no es algo terrible, sino un suceso consolador: serán congregados ante Él desde un extremo de la tierra al otro. Muchos Padres y comentaristas antiguos pensaron que la «señal» del Hijo del Hombre es la cruz: «Por esta señal entendemos aquí la cruz para que, según Zacarías y Juan, los judíos vean a aquel a quien traspasaron, o bien el estandarte de la victoria triunfante».[30][31]
Aquí empieza la respuesta a otra pregunta: ¿cuando será eso? El Jesús indica que las cosas ocurrirán con total certeza, de igual manera que la higuera anuncia el verano, cuanto ha dicho debe tenerse como invitación a vigilar, porque, conforme dirá enseguida, el día no será anunciado de antemano. Al decir «no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla», Jesús puede referirse a su resurrección como anticipo de su venida gloriosa, aunque también se puede entender «generación» en un sentido más amplio, como el tiempo inaugurado con la venida del Señor y que va hasta el final de los tiempos.[32]
Los versículos finales del discurso resumen cuál debe ser la actitud de los discípulos de Jesús: estar vigilantes y seguros de que el Jesús vendrá. Las dos imágenes que usa Jesús son muy significativas. Con la imagen de la higuera, último árbol en dar hojas en el ciclo anual, enseña que es posible que tarde en llegar más de lo que piensan, pero su venida es segura, tan segura como el ciclo del árbol. Con la imagen del dueño de la casa anuncia lo impreciso de su regreso.
Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que este acontecimiento se producirá durante su vida (…). Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas las generaciones y siglos lo esperan ardientemente[33]
La Iglesia nos ayuda a tener esta actitud de vigilancia en la liturgia del Adviento. «Nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre». La frase ha sido una de las crux interpretum de los estudiosos de los evangelios. En el contexto estas palabras tiene más lógica que aislada. Jesús les dice que no den fe a nuevas revelaciones , sólo sus palabras tienen valor perenne.
«Cuando los discípulos le preguntaron sobre el fin, ciertamente, conforme al cuerpo carnal, les respondió: Ni siquiera el Hijo, para dar a entender que, como hombre, tampoco lo sabía. Es propio del ser humano el ignorarlo. Pero en cuanto que Él era el Verbo, y Él mismo era el que había de venir, como juez y como esposo, por eso conoció cuándo y a qué hora había de venir. (…) Pero como se hizo hombre, tuvo hambre y sed y padeció como los hombres y del mismo modo que los hombres, en cuanto hombre no conocía, pero en cuanto Dios, en cuanto era el Verbo y la Sabiduría del Padre, no desconocía nada[34][35]
Las palabras de Jesús se refieren a un dicho del Antiguo Testamento registrado en Isaías 51:6:
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