Las editoriales cartoneras son una tendencia dentro de algunas editoriales alternativas por sus temáticas y uso de materiales para la publicación. Se cree que aparecieron en 2003, con la creación de Eloísa Cartonera[1] en Buenos Aires, y se expandieron paulatinamente por Latinoamérica. Sin embargo, hay constancia documentada de que en Venezuela ya existían al menos dos editoriales que ya trabajaban con este tipo de materiales en décadas anteriores: La espada rota, radicada en Caracas, y Colecciones Clandestinas, que operaba desde Maracaibo. Ambas comenzaron sus tareas a finales de los años setenta y durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX. Uno de los títulos cartoneros más antiguos de que se tiene constancia es Soledumbre (1978) del poeta venezolano Chevige Guayke.[2][3]
Aunque cada una de ellas funciona de manera autónoma y tiene sus propias singularidades, las editoriales cartoneras se caracterizan por el tipo de libros que publican, por emplear formatos artesanales, por buscar la relativa independencia de los libros y por su interés expansivo.
También existe una experiencia creada por las escritoras privadas de su libertad, Liliana Cabrera y María Silvina Prieto, Ediciones Me muero muerta, en la U31 de Ezeiza, editorial cartonera y de soportes no convencionales que funciona dentro de un penal de mujeres, dedicadas no solamente al rubro de libros cartoneros, sino también otros proyectos multimedia.[4] Un proyecto similar, Canita Cartonera-Poesía carcelaria de máxima seguridad, existe en el norte de Chile desde el 2009. Otra cartonera que se desarrolla en prisión la podemos encontrar en Segovia (España), se trata de Aida Cartonera, que trabaja, desde principios de 2013 con los internos del Proyecto Loyola para drogodependientes en el Centro Penitenciario de Segovia.