Arquitectura medieval es una expresión historiográfica que engloba la producción arquitectónica del arte medieval. En la arquitectura de la Edad Media se desarrollan principalmente tres estilos: el Bizantino, a que influye durante todo el período, el románico entre los siglos XI y XII, y el estilo gótico entre el siglo XII hasta el siglo XV.
Los principales hechos que influyeron la producción arquitectónica medieval fueron el enrarecimiento de la vida en las ciudades (con la consecuente ruralización y feudalización de Europa) y la hegemonía en todos los órdenes de la Iglesia católica. A medida que el poder secular se sometía al poder papal, pasaba a ser la Iglesia la que aportaba el capital necesario para el desarrollo de las grandes obras arquitectónicas. La tecnología del periodo se desarrolló principalmente en la construcción de las catedrales, estando el conocimiento arquitectónico bajo el control de los gremios.
Durante prácticamente todo el periodo medieval, la figura del arquitecto (como creador solitario del espacio arquitectónico y de la construcción) no existe. La construcción de las catedrales, principal esfuerzo constructivo de la época, es acompañada por toda la población y se inserta en la vida de la comunidad a su alrededor. El conocimiento constructivo es guardado por los gremios, que reunían decenas de maestros y obreros (los arquitectos de hecho) que conducían la ejecución de las obras pero también las elaboraban. Es el origen de las asociaciones que terminarán conociéndose como masonería (masón = albañil).
La Cristiandad definió una nueva visión del mundo, que no solo sometía los deseos humanos a los designios divinos, sino que esperaba que el individuo buscara lo divino. Igual que en la antigüedad se usaban ladrillos hechos con barro.En un primer momento, y debido a las limitaciones técnicas, la concepción del espacio arquitectónico de los templos se vuelve hacia adentro, según un eje que incita al recogimiento. Más tarde, con el desarrollo de la arquitectura gótica, se busca alcanzar los cielos a través de la inducción de la perspectiva hacia lo alto.
La planta basilical, derivada de la basílica romana, no se incorporó a la arquitectura paleocristiana con la cristianización del Imperio romano a partir del siglo IV. En la arquitectura bizantina se desarrolló la planta centralizada (como la planta de cruz griega), que se utiliza también en el arte carolingio. La planta de cruz latina fue común en la arquitectura religiosa de la cristiandad latina en la Edad Media a partir del románico, al divulgarse el modelo de iglesia de peregrinación en el Camino de Santiago. La cabecera de las iglesias se destacaba con un ábside, a veces multiplicado (absidiolos). De las iniciales cubiertas planas se pasó a las abovedadas, reservando el mayor desafío técnico: la cúpula, para espacios destacados. La cúpula de Santa Sofía de Constantinopla se planteó explícitamente como una superación del paganismo representado por la cúpula del Panteón de Roma. Las fachadas, inicialmente muy poco significativas, se fueron desarrollando cada vez más, acogiendo decoración escultórica y flanqueándose por torres, que también se disponían en otros puntos, especialmente en el crucero, donde en caso de no cubrirse con una cúpula, se levantaba un cimborrio.
Mientras que en Europa Oriental el monasterio desarrollaba sus propios modelos (monasterios del Monte Athos), en Occidente las reformas cluniacense (Monasterio de Cluny) y cisterciense (arquitectura cisterciense, en la transición del románico al gótico) fueron incorporando elementos arquitectónicos definitorios, como el claustro, el refectorio, la sala capitular, el scriptorium, etc.
Además de los diferentes elementos arquitectónicos, fueron evolucionando las concepciones de los espacios interiores y las soluciones técnicas para cubrir espacios cada vez más amplios, altos e iluminados.
La mezquita es el edificio religioso islámico, y su estructura se deriva de la casa de Mahoma en Medina (sala de oraciones -con un muro denominado alquibla que se orienta a La Meca y un mihrab especialmente decorado-, patio de abluciones, alminar). Además de la mezquita de La Meca, cuyo patio aloja la Kaaba, en cada ciudad se construyó una mezquita mayor y tantas mezquitas de barrio como fueron necesarias. La reutilización de edificios religiosos de las zonas conquistadas determinó en cada lugar la adopción de formas y elementos arquitectónicos de la arquitectura persa, indostánica, bizantina o visigoda.
Torres, castillos, murallas y otros ejemplos de arquitectura militar,[1] así como las propias ciudades amuralladas (incastellamento) son muy características de la Edad Media.
Las fortificaciones y sus elementos funcionales o decorativos (almenas o merlones, torreones, bastiones, barbacanas, fosos), así como la forma y tamaño de los vanos, se fueron adecuando a la tecnología militar de cada época. A veces se utilizaban con criterios iconográficos, indicando con su forma determinadas cuestiones identitarias, como las almenas güelfas y gibelinas, o las saeteras cruciformes.
La arquitectura civil medieval adoleció inicialmente de la pérdida de importancia de la ciudad como consecuencia de la crisis urbana del bajo imperio romano, que implicó la pérdida de funciones de edificios públicos (teatros, anfiteatros, circos, termas, etc.), en beneficio de los religiosos. La ruralización implicó un mayor desarrollo de las villae, pero en la Alta Edad Media las residencias nobiliarias no se destacaron por sus características de arquitectura civil, sino por la necesidad de defensa, identificándose con los castillos. Únicamente algunos emperadores y reyes impulsaron programas constructivos en su corte (el Aula regia de los palacios carolingios (especialmente el de Carlomagno en Aquisgrán), los otonianos o el de Ramiro de Asturias.
En Oriente, Al-Ándalus y la ribera sur del Mediterráneo, la ciudad musulmana conformó un urbanismo característico, en el que, junto a la defensiva y religiosa, tuvo una marcada presencia la función comercial (zoco, bazar, caravasar, alhóndiga). El urbanismo español hereda ciertas características de él (soportales, plaza del arrabal). En los momentos y lugares en que se establecía un poder político fuerte, se levantaron palacios de legendaria suntuosidad.[2] Medina Azahara en la Córdoba del siglo X, Alhambra en la Granada de los siglos XIV-XV).
Fue en la Baja Edad Media cuando el nuevo ímpetu de las ciudades de Europa occidental demandó construcciones para las instituciones municipales (ayuntamiento en España, Town hall en Inglaterra, Hôtel de Ville en Francia, Stadhuis en Flandes, Rathaus en Alemania, palazzo communale, palazzo pubblico o signoria en Italia). Por su parte, la nobleza competía en la construcción de sus palacios, tanto rurales (pazos gallegos, chateaux franceses, manor houses inglesas) como urbanos. Además de las catedrales, los obispos consideraron conveniente la construcción de suntuosos palacios episcopales. Las universidades medievales fueron objeto de una tipología particular; así como los hospitales (Hospital de San Marcos de León, Hotel Dieu de Beaune). El hecho de que las cortes fueran itinerantes no incentivó el desarrollo de grandes proyectos constructivos de palacios reales, como sucedió en la Edad Moderna, sino de una red de palacios-fortaleza en puntos estratégicos de cada uno de los reinos (alcázares en Castilla); aunque sí se destacaron algunos (Torre de Londres, Palacio del Louvre en París, Palacio Real Mayor de Barcelona, Reales Alcázares de Sevilla). También se construyeron importantes edificios para las instituciones judiciales (Real Audiencia o Chancillería en Castilla, Conciergerie de París; Parlamentos regionales de Francia).[3]
Los edificios de viviendas se construyeron con distintos tipos de materiales y estructuras propias de cada tradición local, de forma muy similar a la vivienda rural tradicional que ha llegado hasta la época actual. Se utilizaban comúnmente los materiales más asequibles (mampostería, adobe y entramado de madera[4]) así como la práctica de ganar superficie proyectando hacia el exterior el piso superior (voladizo).[5] El uso de tejas era escaso, reservándose para las casas ricas, siendo muy habituales las cubiertas de ramas, cañizo o césped.
En la Alta Edad Media la arquitectura paleocristiana da paso en Oriente a la bizantina y en Occidente al prerrománico. La arquitectura islámica se desarrolló en el Sur.
La determinación de estilos locales (arquitectura visigoda, merovingia, carolingia, asturiana, mozárabe, otoniana etc.) es problemática, y depende de elementos "historicistas" y "modernizadores" que se combinan con la oposición de influencias italianas, nórdicas, hispanas y bizantinas, y con el contexto sociopolítico y religioso.[6]
La arquitectura románica fue el primer gran estilo arquitectónico desarrollado en la Edad Media en Europa tras la decadencia de la civilización grecorromana. Su consolidación se produjo hacia 1060, aunque los inicios varían según la región: algunos autores los sitúan entre los siglos siglo VI y siglo XI. Se distinguen fundamentalmente dos fases: el primer románico (o románico lombardo/temprano) y el segundo románico (o alto románico/maduro). A partir del siglo XII, la arquitectura gótica fue sustituyéndolo de manera gradual.
El auge de la vida monástica, las aspiraciones espirituales y morales, junto con la importancia de las rutas de peregrinación, favorecieron la difusión del arte románico en una Europa que había recuperado cierta estabilidad. Factores como el movimiento de reforma eclesiástica, las cruzadas, la reconquista en la península ibérica tras la caída del califato de Córdoba, así como la progresiva desaparición del patrocinio real y principesco, contribuyeron a convertirlo en un estilo común a gran parte de la cristiandad medieval.
La arquitectura románica se extendió desde el norte de España hasta Irlanda, Escocia y la mitad meridional de Escandinavia. También tuvo amplia difusión en Europa Central y Oriental (Polonia, Bohemia, Moravia, Hungría, Eslovaquia y Eslovenia), en Italia y sus islas, y en regiones bajo influencia de la Iglesia católica. Entre los primeros centros románicos destacados (hacia el año 1000) se encuentran Cataluña, la Lombardía, Borgoña, Normandía, el valle del bajo Rin, la Alta Renania y la Baja Sajonia. Posteriormente se consolidó en regiones como Westfalia, Toscana, Apulia, Provenza y Aquitania. En Inglaterra, la introducción del estilo se debió al rey Eduardo el Confesor, y tras la conquista normanda (1066), se desarrolló el denominado románico anglonormando.
Aunque en este período también se construyeron castillos y fortalezas, la mayor producción arquitectónica correspondió a iglesias, abadías y monasterios, que se convirtieron en centros de dinamización económica y cultural. Entre ellas destacó la Abadía de Cluny, cuya influencia se extendió a todo el continente.[8] El estilo románico fue sucedido por la arquitectura gótica, que en muchos casos transformó o reconstruyó edificios románicos, especialmente en áreas prósperas como Inglaterra, Francia septentrional o Portugal. Sin embargo, en regiones rurales como el sur de Francia, el norte de España y partes de Italia, subsisten importantes conjuntos románicos. La arquitectura civil no fortificada de este período se conserva en menor medida, aunque utilizó los mismos recursos formales adaptados a escala doméstica.
Desde el punto de vista técnico, el románico supuso el paso del uso de piedra sin labrar a la piedra tallada, el desarrollo del pilar compuesto y la consolidación de elementos como la fachada armónica, las cabeceras con deambulatorio, las bóvedas de medio cañón y de aristas, además de los primeros ensayos con bóveda de crucería. Su aspecto característico incluye muros gruesos, arcos de medio punto, pilares robustos, torres macizas y el uso de bandas lombardas como elemento decorativo. Los capiteles, a menudo esculpidos con motivos vegetales, animales o simbólicos, constituyen una de las manifestaciones escultóricas más ricas del estilo. La planta suele presentar formas regulares y simétricas, con una imagen general de solidez y simplicidad frente a la posterior arquitectura gótica.
El término «arte románico» apareció en Francia en 1818. En la historiografía alemana, se considera heredero inmediato del arte otoniano y se reserva la expresión «románico pleno» para su fase más desarrollada. En Inglaterra, se conoce tradicionalmente como «arquitectura normanda».
La arquitectura gótica constituye la base del arte gótico, estilo artístico desarrollado entre el románico y el Renacimiento. Se difundió en Europa Occidental —dentro de la cristiandad latina— durante la Baja Edad Media, desde finales del siglo XII hasta el siglo XV, prolongándose en algunas regiones hasta comienzos del siglo XVI, especialmente fuera de Italia.
Originada en la región de la Isla de Francia a mediados del siglo XII, la arquitectura gótica se expandió por Europa caracterizándose por su marcada verticalidad, tanto en torres como en naves principales. Esta se lograba gracias al uso de arcos ojivales y bóvedas de crucería, cuyos empujes se desviaban a arbotantes y contrafuertes exteriores, liberando a los muros de funciones estructurales y permitiendo la apertura de amplios vanos con vidrieras y rosetones. La planta incorporaba un creciente número de capillas laterales. La pintura y la escultura, hasta entonces subordinadas al muro, adquirieron independencia mediante retablos y decoración exenta.
El término «gótico», adjetivo derivado de godo, fue empleado por primera vez en este contexto por Giorgio Vasari (1511-1574). En su obra sobre artistas toscanos lo utilizó con sentido peyorativo para designar la arquitectura anterior al Renacimiento, propia de los «bárbaros» o godos, a la que consideraba confusa y poco digna frente a la armonía y racionalidad del arte clásico. En su época se usaba la denominación opus francigenum («obra francesa») en referencia a su origen. Paradójicamente, en la España del siglo XVI, el gótico final —isabelino o plateresco— se consideraba «a lo moderno», mientras que el clasicismo renacentista era visto como «a la antigua» o «a la romana».[9]
La arquitectura gótica se opuso progresivamente a los volúmenes macizos y a la escasa iluminación interior del románico, priorizando la ligereza estructural y la luz natural. Aunque su mayor desarrollo se dio en la arquitectura religiosa —monasterios e iglesias—, alcanzó su máxima expresión en las grandes catedrales, cuya construcción se convirtió en símbolo de prestigio para las ciudades. También tuvo relevancia en la arquitectura civil (palacios, lonjas, ayuntamientos, universidades, hospitales y residencias burguesas) y militar (castillos y murallas).
Los dos elementos estructurales fundamentales del gótico son el arco apuntado y la bóveda de crucería, cuyos empujes más verticales que los del arco de medio punto permiten alcanzar mayores alturas y una distribución más eficiente de cargas. La transmisión de esfuerzos a contrafuertes externos mediante arbotantes permite muros más ligeros, sustituidos en gran parte por superficies acristaladas.
La expansión del estilo, desde Normandía e Isla de Francia, abarcó inicialmente todo el reino de Francia y, desde mediados del siglo XIII, se extendió gracias a la influencia del arte cisterciense y las rutas jacobeas hacia el Sacro Imperio Romano Germánico y los reinos cristianos del norte de España. En Inglaterra se adaptó pronto, adquiriendo características nacionales propias. En Italia, aunque presente en algunos enclaves, tuvo una aceptación limitada y fue reemplazado tempranamente por el Renacimiento.
En el siglo XIX, el interés por la Edad Media alentado por el romanticismo y el nacionalismo dio lugar al neogótico, corriente historicista que reinterpretó el lenguaje formal del gótico, a menudo con fines restauradores o reconstructivos. Destaca la figura del arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc por su labor en la conservación y reconstrucción de monumentos medievales.