Apocalipsis 2 es el segundo capítulo del Libro del Apocalipsis o Apocalipsis de Juan en el Nuevo Testamento de la Biblia Cristiana El libro se atribuye tradicionalmente a Juan el Apóstol,[1] pero la identidad precisa del autor sigue siendo un punto de debate académico.[2] Este capítulo contiene mensajes a las iglesias de Éfeso, Esmirna, Pérgamo y Tiatira, cuatro de las las siete Iglesias del Apocalipsis situadas en la actual Turquía, y los mensajes para las otras tres iglesias aparecen en capítulo 3.[3]
Apocalipsis 2 | ||
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Apocalipsis 1:13-2:1 en el anverso del Papiro 98 del siglo II | ||
Otros nombres | Libro de la Revelación | |
Autor | Juan el Evangelista | |
Fecha | Siglo II | |
Idioma | Griego koiné | |
Procedencia | papiro 98 | |
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo está dividido en 29 Versículos.
Los primeros manuscritos que contienen el texto de este capítulo incluyen:[4][6].
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Las siete estrellas en la mano derecha del Señor significan su dominio sobre toda la Iglesia, ya que Él es quien puede dar órdenes a los ángeles que rigen el destino de cada una de ellas. Cristo caminando en medio de los candelabros manifiesta su vigilancia y cuidado amoroso sobre las iglesias, simbolizadas en el candelabro por su oración y vida litúrgica. Puesto que la iglesia de Éfeso era la principal de las siete, Cristo se presenta a esta iglesia como el Señor de todas ellas. Éfeso, en efecto, era la mayor metrópoli del Asia Menor y tenía la preeminencia entre las iglesias de la región. Cristo alaba su paciencia y fortaleza en mantener la fe verdadera, y le corrige su pérdida de fervor para que no pierda esa preeminencia.[10]
No le acusó de falta de caridad —comenta San Francisco de Sales—, sino de que no era como al principio, tan fervoroso, tan dispuesto, tan fecundo, así como solemos declarar de un hombre que de valiente, jovial y gallardo se ha trocado en abatido, triste y decaído.[11]
En el v. 5 se le exhorta a la conversión, a un cambio de actitud que comporta tres momentos.
Reconocer el propio pecado, es más —yendo al fondo de la consideración de la propia personalidad—, reconocerse pecador, capaz de pecado e inclinado al pecado, es el principio indispensable para volver a Dios.[12]
Los nicolaítas (v. 6), al parecer, mantenían la posibilidad de hacer compatible la vida cristiana con el culto a los ídolos. La imagen del árbol de la vida , donde aparece aquel árbol en medio del Paraíso, fuera del alcance del hombre, como símbolo de la inmortalidad.[13]
No podemos detenernos. El Señor nos pide un batallar cada vez más rápido, cada vez más profundo, cada vez más amplio. Estamos obligados a superarnos, porque en esta competición la única meta es la llegada a la gloria del cielo. Y si no llegásemos al cielo, nada habría valido la pena.[14]
Ante esta iglesia, implantada en una ciudad que se distinguía por el culto que allí se daba al emperador, Cristo se presenta como verdadero Dios, «el Primero y el Último». Anima a los cristianos a mantenerse firmes en la persecución levantada contra ellos por algunos judíos. La dura acusación del v. 9 se refiere a aquellos judíos que en tal circunstancia concreta denunciaban con calumnias a los cristianos, y colaboraban de esa forma con la idolatría, en lugar de defender a los adoradores del verdadero Dios; por eso no merecían el título honorífico de «judíos», sino más bien el de servidores de Satanás, el adversario de Dios. Para salvarse es necesaria la perseverancia hasta el final (v. 10), vivir —en palabras de Santa Teresa de Jesús—[17]
...con una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella [la vida eterna], venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que se trabajase, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino, siquiera no tenga devoción para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo.[18]
La «Muerte segunda» (v. 11) hace referencia a la condenación definitiva. Más adelante se explica en qué consiste y quiénes la padecerán .
La instrucción que Balaam dio a Balac, que aquí se llama su «doctrina», era que Balac debía conseguir algunas de las mujeres más hermosas de su reino para que cortejaran a los hombres de Israel, y los arrastraran a la inmundicia, y así a la idolatría; esto provocaría la ira de Dios contra los israelitas, y así Balac podría obtener una ventaja sobre ellos. Los israelitas se prostituyeron con las hijas de Moab, comieron cosas sacrificadas a los ídolos y se postraron ante Baal Peor, es cierto (Números 25:1); pero que esto se produjo por el consejo de Balaam no se expresa tan claramente, aunque se insinúa en Números 31:15; pero los escritores judíos son muy claros al respecto. Jonathan ben Uzziel, uno de los Targumistas en Numbers 24:14, tiene estas palabras de Balaam,
Esta fue la piedra de tropiezo que enseñó a Balac a poner delante de ellos. Y en otra parte se dice,[21]
Tanto Philo [22] y Josefo[23] hablan de este consejo de Balaam, en gran medida con el mismo propósito. La Crónica Samaritana dice [24] que este consejo agradó al rey, y envió al campamento de Israel, en un día de reposo, 24.000 mujeres jóvenes, por las cuales los israelitas fueron tan seducidos, que hicieron todo lo que les desearon, que fue justo el número de los que fueron asesinados, KJV. [25]
En Pérgamo, conocida por sus templos paganos, destacaba un altar dedicado a Zeus. Los cristianos eran tentados a participar en cultos idólatras, y algunos incluso los justificaban, como Balaán en el pasado, quien promovió la unión de israelitas con mujeres moabitas para atraerlos al culto de Belfegor. Sobre los nicolaítas, aunque algunos los vinculaban con Nicolás, uno de los primeros diáconos, esta teoría carece de base sólida. Cristo, como juez, recuerda que Él tiene la espada. La promesa del maná escondido simboliza el contraste con los banquetes idólatras, mientras que la «piedrecita blanca» alude a una contraseña de acceso a un banquete exclusivo, indicando la recompensa reservada por el Señor para los vencedores.[26]
La Biblia de Jerusalén sugiere que Jezabel era una «autoproclamada profetisa de la secta nicolaíta».[29] El teólogo John Gill escribe:
Tiatira, una ciudad conocida por sus industrias de fundición, tejidos y tintorería, era el lugar de origen de Lidia. Cristo se presenta aquí como el Hijo de Dios con autoridad, exhortando a rechazar la idolatría y la inmoralidad. Se reprende a los cristianos por tolerar a algunos que participaban en cultos paganos. La figura de Jezabel, esposa de Ajab que llevó al pueblo a la idolatría, simboliza la corrupción de estas prácticas. Es posible que Jezabel aluda a una mujer real, autoproclamada profetisa, que engañaba a los fieles para unirse a ritos idólatras. El texto denuncia el silencio ante el error, ya que implica complicidad. Dios, paciente, esperó su arrepentimiento, pero finalmente condena su obstinación (v. 21). Es una condena que han de tener en cuenta quienes se aferran al pecado ,[33] pues...
...cuanto más retrasamos salir del pecado y volver a Dios —amonestaba el Santo Cura de Ars—, mayor es el peligro en que nos ponemos de perecer en la culpa, por la sencilla razón de que son más difíciles de vencer las malas costumbres adquiridas. Cada vez que despreciamos una gracia, el Señor se va apartando de nosotros, quedamos más débiles, y el demonio toma mayor ascendiente sobre nuestra persona. De aquí concluyo que, cuanto más tiempo permanecemos en pecado, en mayor peligro nos ponemos de no convertirnos nunca.[34]
Este artículo incorpora texto de esta fuente, que es de dominio público: Gill, John. Exposition of the Entire Bible (1746–1763).