La enfermedad de Parkinson, en términos simplistas se entiende como una enfermedad por deficiencia de dopamina. Si bien lo es, también hay anomalías en múltiples sistemas de los neurotransmisores. El sistema de la dopamina es el mejor entendido y las deficiencias causan muchos de los principales problemas motrices en la enfermedad, incluidas la bradicinesia, la rigidez, el temblor y la disfunción de la marcha (a todos estos síntomas se le conoce por lo general, como parkinsonismo). La mejora en la transmisión de la dopamina ha sido el foco de la terapia farmacológica moderna, comenzando con la introducción del primer tratamiento diseñado racionalmente para un trastorno neurológico, la L-Dopa.[1]
El sello patológico de la enfermedad de Parkinson es la pérdida de neuronas dopaminérgicas pigmentadas de la parte compacta de la sustancia negra, con aparición de inclusiones intracelulares llamadas cuerpos de Lewy.[2]
Sin tratamiento, la enfermedad de Parkinson evoluciona en plazo de 5 a 10 años hasta un estado acinético rígido en el cual los pacientes no se valen por sí mismos. La muerte suele sobrevenir por complicaciones de la inmovilidad, entre ellas neumonía por broncoaspiración o embolia pulmonar.
La disponibilidad de tratamientos farmacológicos eficaces ha cambiado radicalmente el pronóstico de la enfermedad de Parkinson; en la mayor parte de los casos, se puede conservar una buena movilidad funcional durante muchos años, y la esperanza de vida de los pacientes tratados de manera adecuada se incrementa en grado sustancial.[3]
Es importante reconocer que existen trastornos distintos de la enfermedad de Parkinson que generan también parkinsonismo, entre ellos algunos problemas neurodegenerativos relativamente infrecuentes, accidentes apopléticos e intoxicación con antagonistas de los receptores de dopamina. Medicamentos de uso frecuente en clínica que pueden resultar en parkinsonismo son antipsicóticos como el haloperidol y la torazina y antieméticos como la procloperazina y la metoclopramida. Es importante para el especialista neurólogo distinguir entre enfermedad de Parkinson y otras causas de parkinsonismo, porque el que se origina en otras causas suele ser resistente a todas las modalidades de tratamiento.[4]
El uso de agonistas directos de los receptores de dopamina ofrece varias ventajas potenciales sobre la administración de levodopa. La mayor parte de los agonistas receptores de la dopamina tiene acciones de duración mucho más prolongada que la de levodopa.
Constituyen una clase de fármacos recién creada para el tratamiento de la enfermedad de Parkinson. En estudios doble ciego se ha mostrado que estos fármacos reducen los síntomas clínicos de “desaparición” en pacientes tratados con levodopa y carbidopa.
Dos isoenzimas de la MAO oxidan a las monoaminas (MAO-A y MAO-B) pero es la isoenzima MAO-B la modalidad predominante en el cuerpo estriado, y la que hace posible la mayor parte del metabolismo oxidativo de la dopamina en el cerebro. La selegilina es un inhibidor selectivo de la MAO-B. La rasagilina ha sido eficaz en las fases temprana y avanzada de la enfermedad de Parkinson, pero su uso no ha sido aprobado en Norteamérica.
Estos fármacos se utilizaron en la terapéutica de la enfermedad de Parkinson antes del descubrimiento de la levodopa. En la actualidad, se usan diversos fármacos con propiedades anticolinérgicas para el tratamiento de la enfermedad de Parkinson.