La Mensa Isiaca (o Tabla isiaca o Tabla bembina de Isis) es una placa de bronce de época romana,[1] decorada con incrustaciones de metales de varios colores; presenta figuras inspiradas en el Arte del Antiguo Egipto y signos que imitan los jeroglíficos egipcios, sin valor de escritura.[2] Fue hallada en Roma,[1] donde quizá se produjo entre finales del siglo I a. C. y el siglo I d. C.[3] El primer propietario documentado fue el cardenal Pietro Bembo,[4] de donde procede la denominación Tabla bembina.[5][2]
Adquirida por los Gonzaga y luego cedida a los Saboya, fue una de las primeras piezas que conformaron la colección que daría origen al Museo Egipcio de Turín,[6][7] donde se conserva.[1]
La mayoría de los estudios sitúa la obra en época romana, entre finales del siglo I a. C. y el siglo I d. C., probablemente producida en Roma en relación con el culto de Isis.[8][1]
Las primeras menciones ciertas se remontan a la Roma del primer Cinquecento, cuando la Mensa figura en el studiolo del cardenal Pietro Bembo.[4] En 1591 se registra en la Pinacoteca Ducale de Mantua, pasando a las colecciones de los Gonzaga.[4] En 1628 fue adquirida por el duque Carlos Manuel I de Saboya, incorporándose a las colecciones saboyanas.[9] La llegada de la Mensa Isiaca a Turín, hacia 1630, se considera el punto de partida de la colección que llevará a la fundación del Museo Egipcio de Turín (1824).[6][7]
En 1669 apareció en Ámsterdam, en la imprenta de Andreas Frisius, la edición póstuma del tratado de Lorenzo Pignoria Mensa Isiaca, con añadidos de Giacomo Filippo Tomasini; las láminas grabadas se convirtieron en una referencia para estudios posteriores.[10][11] Tras la conquista napoleónica de Italia (1797) fue trasladada a Francia y expuesta en la Biblioteca Nacional de Francia en 1809.[4] De vuelta en Turín tras la caída de Napoleón, en 1832 pasó al primer núcleo de la colección del Museo Egipcio de Turín, donde permanece.[4][1]
La placa es un rectángulo de bronce con ricas incrustaciones de metales de distintos colores, que forman figuras inspiradas en el Arte del Antiguo Egipto e inscripciones a imitación de los jeroglíficos.[3] La superficie está delimitada por un borde vertical continuo; en el reverso hay un pliegue que crea un canal en U, con una serie de orificios a lo largo del lado mayor.[12] La placa base mide aprox. 74 × 123 cm y el reborde tiene unos 6 cm de altura.[12] Las dimensiones totales del objeto son 125,5 × 75,5 × 5,5 cm.[1] El espesor del metal varía notablemente (más fino en el centro y más grueso en los márgenes), con valores medidos entre aprox. 6 y 17 mm.[13]
La pieza se realizó mediante fundición a la cera perdida directa, con múltiples coladas para cubrir toda la superficie; el soporte se preparó luego con cavidades de distintas profundidades para alojar las incrustaciones.[14] Las figuras y los motivos están perfilados por finísimos hilos metálicos, de aleación oscura («bronce negro») o de plata, con espesores medios del orden de 0,5–0,7 mm.[15] Los análisis no invasivos (microscopía óptica, XRF, MA-XRF y radiografía) identificaron al menos siete aleaciones distintas entre la base y las incrustaciones: plata, una aleación oscura llamada «bronce negro» (cobre con pequeños porcentajes de oro y estaño), y varias aleaciones cobre-zinc y/o cobre-estaño, seleccionadas para obtener efectos cromáticos.[16] En particular, los tonos de piel se lograron con una aleación rica en cobre para el rojo (usada para figuras masculinas) y con aleaciones que contienen zinc para amarillos, anaranjados o pardos (usadas para figuras femeninas, algunas masculinas y las dos divinidades del Nilo).[17] Marcos y «escrituras» pseudo-jeroglíficas se trazan con líneas rectas incisas directamente en el bronce y rellenadas con metal, manteniendo distancias muy regulares.[15]
También se observan intervenciones y sustituciones antiguas: en algunas zonas el negro original («bronce negro») o la plata de las incrustaciones fue reemplazada por materiales con plomo; en áreas puntuales se detectó dorado por amalgama de mercurio, indicio de reparaciones posteriores.[18]
Aunque la escena es de tipo egipcio, no ilustra ritos egipcios. Las figuras se muestran con atributos inusuales, lo que dificulta identificar cuáles son divinidades y cuáles reyes o reinas. Los motivos egipcios se usan decorativamente, sin un sentido textual. Sin embargo, la figura central, sentada en un trono dentro de un templo, es reconocible como la diosa Isis. La superficie se organiza en cinco escenas principales separadas por marcos metálicos; entre las escenas aparecen inscripciones inspiradas en los jeroglíficos, dispuestas en columnas y filas.[3] Entre las figuras mayores, según la nomenclatura adoptada por los estudios recientes, se identifican Isis (C-8), Horus (E-10) y Thot (C-3), sentados en tronos decorados con rejillas e incrustaciones bicolores.[19]
Hay también una escena con dos divinidades del Nilo, acompañadas de elementos vegetales como macollas de papiro.[20] Peinados y pelucas suelen representarse con «bronce negro» y pequeños insertos de plata en líneas o trenzas; collares y otros adornos combinan plata y bronce oscuro según esquemas repetidos.[21]
Desde los siglos XVI y XVII, la tabla estuvo en el centro de los intentos europeos por comprender los «signos egipcios», entrando pronto en el circuito de ediciones ilustradas y comentarios anticuaristas; la literatura moderna la describe como un conjunto de figuras de inspiración egipcia acompañadas de signos sin valor lingüístico.[4][22]
Un papel decisivo correspondió al jesuita Athanasius Kircher que, en su monumental Oedipus Aegyptiacus (Roma, 1652–1654), utilizó extensamente la Mensa Isiaca como repertorio de imágenes e «inscripciones», proponiendo lecturas simbólicas y moralizantes sin base filológica; tales interpretaciones no son aceptadas por los estudios egiptológicos.[23][24][2] La investigación reciente sitúa los «jeroglíficos» de la tabla entre los pseudo-signos típicos de época romana, no descifrables como texto continuo: sobre tal material, la «traducción» de Kircher no podía verificarse ni resultar correcta.[25][26] Aunque erróneas, las interpretaciones de Kircher circularon ampliamente e influyeron durante largo tiempo en los estudios europeos, hasta ser definitivamente abandonadas con el desciframiento de los jeroglíficos por Jean-François Champollion 170 años más tarde (1822).[27][28][29]
En la estela de Kircher, diversos ensayos intentaron atribuir un significado esotérico a la Mensa; fue celebrada por ocultistas como Éliphas Lévi, William Wynn Westcott[30] y Manly P. Hall como una clave de los Libros de Thot y los tarots.
Los estudios actuales, basados en análisis técnicos y comparación iconográfica, leen la Mensa como un objeto romano de lujo vinculado a la recepción de los cultos isíacos, privilegiando la descripción de los motivos figurativos y de los procesos metalúrgicos frente a un significado textual de las inscripciones.[31]