Regeneracionismo

Summary

Se llama regeneracionismo a la heterogénea corriente ideológica que, entre los siglos XIX y XX, reflexiona sobre la nación española e intenta poner remedio a la «decadencia de España» especialmente tras el enorme impacto del «desastre del 98».[1]​ Conviene, sin embargo, diferenciarlo de la llamada «generación del 98», con la que se lo suele confundir, ya que, si bien ambos movimientos expresan el mismo juicio pesimista sobre España, los regeneracionistas lo hacen de una forma menos subjetiva y algo más documentada y práctica, mientras que la generación de 1898 lo hace en forma más literaria, subjetiva y artística.[cita requerida] El principal representante del regeneracionismo fue el aragonés Joaquín Costa con su lema «Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid».

Retrato de Joaquín Costa, el líder del regeneracionismo, obra de Victoriano Balasanz (1913).

Los regeneracionistas, persuadidos del «atraso» de España respecto de otros países europeos —«atraso» que incluso exageran—, se proponen hallar las vías para una «regeneración» nacional que arranque las raíces de los «males de la patria» y la sitúen al nivel de modernidad y potencia que le corresponde por su grandeza pasada.

El regeneracionismo se convirtió en un movimiento de carácter fuertemente transversal, con regeneracionistas tanto de cuño conservador como progresista, tradicionalista como republicano.[2]​ Entre la derecha fue de vocación mayoritariamente africanista.[3]​ Algunos, como Macías Picavea, defienden un regeneracionismo regionalista.[4]​ Así, el regeneracionismo influirá en movimientos de derecha (maurismo) y de extrema derecha (primorriverismo, falangismo, franquismo) y también en las izquierdas (republicanismo, socialismo).[5]

Ramón Villares al hacer balance del impacto del regeneracionismo ha señalado que «si el regeneracionismo no triunfó en términos políticos inmediatos, su éxito en el ámbito intelectual fue clamoroso: todas las grandes claves interpretativas de la España del siglo XX han sido (y, en algunos casos, todavía siguen vigentes) deudoras del regeneracionismo, desde las lamentaciones sobre la fallida revolución liberal hasta las lacras de la política».[6]

Uso del término

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«Regeneré..monos». Texto de Manuel del Palacio publicado en Blanco y Negro (14 de enero de 1899).

La palabra «regeneración» se usa ya a principios del siglo XIX y está tomada del léxico médico, como antónimo de «corrupción», a fin de expresar una expectativa política. En realidad, es una nueva forma en la que se vierte la vieja preocupación por la «decadencia» del país, que se expresó en los siglos XVI y XVII a través de la obra de los arbitristas y en el siglo XVIII por medio de la Ilustración y el reformismo borbónico (ejemplificado al principio en la crítica patriótica del padre Feijoo y los novatores), a veces satirizado en la figura del llamado proyectismo al que atacara José Cadalso en sus Cartas marruecas.[cita requerida]

Sin embargo su desarrollo a partir de finales del siglo XIX es una consecuencia directa del «Desastre del 98» que puso en evidencia las debilidades del régimen político de la Restauración: la alternancia de los dos partidos del turno, que había proporcionado al país cierta estabilidad, pero que se sostenía sobre la base del sistema caciquil y de un gran fraude electoral y el aislamiento de iniciativas políticas modernizadoras. El término se definió ideológicamente a través de la influencia del krausismo, filosofía que pregonaba la libertad de conciencia, introducida en España por Julián Sanz del Río, y la utilización de canales ajenos al religioso y al oficial para emprender una reforma positiva de España.[cita requerida]

Historia

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«Contener el movimiento de retroceso y africanización, absoluta y relativa, que nos arrastra cada vez más lejos fuera de la órbita en que gira y se desenvuelve la civilización europea, llevar a cabo una refundación del Estada español. Sobre el patrón europeo que nos ha dado hecho la historia y a cuyo empuje hemos sucumbido, restablecer el crédito de nuestra nación ante el mundo, evitar que Santiago de Cuba encuentre una segunda edición por Santiago de Galicia... o dicho de otro modo: fundar improvisadamente en la Península una España nueva, es decir, una España rica y que coma, una España culta y que piense, una España libre y que gobierne, una España fuerte y que venza, una España, en fin, contemporánea de la humanidad, que al trasponer las fronteras no se siente forastera, como si hubiese penetrado en otro planeta o en otro siglo [...] y no pasemos en breve plazo de clase inferior a raza inferior, esto es, de vasallos que venimos siendo de una oligarquía indígena, a colonos que hemos principiado a ser de franceses, ingleses y alemanes».
Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo, 1901.

Enmarcado dentro de la llamada «literatura del Desastre», respuesta de las élites intelectuales al «Desastre del 98», el regeneracionismo planteó la necesidad de «vivificar» —de regenerar— a la sociedad española. De hecho a finales del siglo XIX y principios del XX se convirtió en la palabra de moda, «aunque con significados distintos según quién la pronunciase», como ha señalado Ramón Villares. «Para los partidos dinásticos, se trataba de mejorar los mecanismos de funcionamiento del régimen liberal y de asegurar su estabilidad a través de la corona; para los partidos regionalistas, lo que habría que cambiar era el estado centralizador y darle la vuelta como a un calcetín; para los institucionistas e intelectuales de filiación republicana, regnenerar significaba educar hombres nuevos y nacionalizar la población en torno a valores plenos de energía y virilidad que lograran despertar a la nación dormida, tarea a la que los intelectuales el tomaron gran afecto. Todo el mundo tenía su receta».[7]

Sin duda, el autor de mayor influencia de esta corriente fue el aragonés Joaquín Costa. En 1901 publicó Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España, una obra en la que señaló al régimen político de la Restauración como el principal responsable del «atraso» de España. Según Costa, para poder «regenerar» al «organismo enfermo» que era la España de 1900 hacía falta un «cirujano de hierro» que pusiera fin al sistema «oligárquico y caciquil» e impulsara un cambio basado en «escuela y despensa». Una prueba de la gran popularidad que alcanzó Costa fue que el 15 de junio de 1901 fue acompañado entre vítores y mueras a los políticos profesionales desde el Ateneo de Madrid, donde había presentado su libro, hasta su casa en la calle de Barquillo, viéndose obligado a saludar desde el balcón y pronunciar un breve discurso.[8]

Tomás Pérez Vejo ha señalado que el regeneracionismo comparte con la literatura del Desastre, de la que forma parte, la misma visión sobre la «decadencia» de España construida por el liberalismo del siglo XIX según la cual esta se había iniciado con la derrota de la Comunidades de Castilla en la batalla de Villalar lo que supuso la implantación del «cesarismo absolutista» de los Habsburgo. Asimismo se plantearon el problema del «carácter nacional», o más bien de «los defectos del carácter nacional» como dijo Lucas Mallada y que desarrolló Costa, quien calificó a la «raza española» como «atrasada», «presuntuosa», «perezosa», «improvisadora», «vanilocua», etc.[9]​ En la reunión extraordinaria de la Cámara Agrícola del Alto Aragón que se celebró en Barbastro el 13 de noviembre de 1898 Costa propuso «una total rectificación de nuestra historia... fundar España como si nunca hubiera existido».[10]

Al igual que otros autores «del 98» Costa también concluyó que el pueblo era la auténtica «alma de la nación», por lo que la forma de regenerarla era «hacer libre al pueblo español, que es esclavo, elevar su cultura, que es cuasi africana». De hecho en una de sus primeras obras, publicada mucho antes de 1898, ya se había propuesto «sorprender y fijar el ideal político del pueblo español, tal como lo ha manifestado... en sus refranes, romances y poemas primitivos o cantares de gesta... y deducir de esos mismos monumentos el sentido ideal de nuestra historia política». Esta visión culminó con la publicación en 1902 de la obra colectiva Derecho consuetudinario y economía popular, en la que también participó Miguel de Unamuno, cuya idea de la intrahistoria no distaba mucho de la de Costa.[11]

El camino de Costa fue preparado anteriormente por Los males de la patria y la futura revolución española (1890), de Lucas Mallada y El problema español, de Ricardo Macías Picavea, así como por las críticas que sobre el analfabetismo y la insuficientes mejoras educativas de la pedagogía y la educación por parte del estado habían sido vertidas por los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza dirigida por Francisco Giner de los Ríos.

Por otra parte, una constelación de autores vino a seguir los caminos marcados por Costa. Así, Rafael Altamira (1866–1951) escribió Psicología del pueblo español (1902), donde concibe el patriotismo como un concepto espiritual ingénito en los pueblos. Tras pasar revista a los propagadores de este sentimiento desde Juan Ginés de Sepúlveda, Francisco de Quevedo y Benito Jerónimo Feijoo hasta Lucas Mallada, cuya obra desaprueba, menciona los defectos del Idearium español propuesto por Ángel Ganivet y trata la hispanofobia francesa como un grave mal, atenuado por la hispanofilia alemana. Defiende la actuación española en América y cree que su reputación ha mejorado, pese a desinteresarse aún de sus propios asuntos. Después trata la situación presente rechazando el pesimismo de Macías Picavea en El problema nacional y su proposición de una dictadura y simpatiza con el ilustrado del siglo XVIII Juan Pablo Forner y con Joaquín Costa. Separa la vida nacional de la política de sus dirigentes, poco ejemplar, y resume los males nacionales en: falta de patriotismo; desprecio de lo propio; ausencia de interés común; falta de concepto de independencia; y menosprecio de la tradición. Por último interpreta el «cirujano de hierro» de Joaquín Costa como símbolo de la confianza en sí mismo del pueblo español, con sus vicios y virtudes. La educación solucionaría problemas: si las Universidades difundieran el saber en cada centro y clase social —aplaude a Concepción Arenal—, despertaría inquietudes. Pide carta blanca para la escuela, que creará una «noble pasión por engrandecer la tierra donde uno ha nacido», en frase de Lucas Mallada, con el esfuerzo de que es capaz el español. Un pensamiento similar se recoge en José María Salaverría (1873-1940), autor de Vieja España (1907).

Aunque la mayoría de los regeneracionistas son hombres, no conviene olvidar la aportación de algunas mujeres. Es el caso de Rosario de Acuña, quien ya en los primeros años ochenta dejó constancia de algunos de los males que aquejaban a su querida España: el alejamiento del medio natural, la aglomeración urbana, limita los horizontes de las personas, convirtiéndolas en presas fáciles de la apariencia, la hipocresía, la banalidad y el sinsentido. No le gusta lo que ve y para intentar remediar la degeneración paulatina que amenaza el porvenir de la patria, propone el retorno a la vida campestre. Desde su Villa-Nueva, una quinta situada a las afueras de Pinto, rodeada de plantas y de varios animales domésticos entre los que no faltan dos buenas monturas, predica las bondades de la vida en el campo no solo a sus lectoras de El Correo de la Moda, sino también a quienes se adentran en las honduras divulgativas de Gaceta Agrícola, publicación del Ministerio de Fomento que tiene por objetivo fomentar el desarrollo agrícola y ganadero y la educación rural. Si en el periódico dirigido por Ángela Grassi mantiene una sección titulada «En el campo», en la edición ministerial publicará tres estudios más extensos, en los cuales explica con detalle sus propuestas regeneracionistas: Influencia de la vida del campo en la familia, El lujo en los pueblos rurales y La educación agrícola de la mujer.

Los ideales y propuestas de los regeneracionistas fueron acogidos por políticos conservadores como Francisco Silvela, que escribió un famoso artículo, «Sin pulso», publicado en El Tiempo (16 de agosto de 1898), y Antonio Maura, que vieron en esta corriente un adecuado vehículo para sus aspiraciones políticas y se adhirieron a la misma. Igualmente lo hicieron los liberales Santiago Alba, José Canalejas y Manuel Azaña. Benito Pérez Galdós asimiló este pensamiento como una derivación de su inicial krausismo en sus últimos Episodios nacionales e incluso un dictador como Miguel Primo de Rivera llegó a apropiarse de parte del discurso de Costa, que había reclamado un «cirujano de hierro» que acometiera las reformas urgentes que necesitaba el país: de hecho, Primo de Rivera emprendió y llevó a cabo uno de los sueños de Costa: un plan hidrológico.

Pero fueron escritores y pensadores como Juan Pío Membrado Ejerique, Julio Senador Gómez, Constancio Bernaldo de Quirós, Antonio Rodríguez Martín, Luis Morote, Ramiro de Maeztu, Pere Corominas, Adolfo Posada, Basilio Paraíso Lasús, Francisco Rivas Moreno y José Ortega y Gasset, quienes principalmente prolongaron este movimiento intelectual hasta el estallido de la guerra civil española en 1936.

Revistas regeneracionistas

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Un precedente fue la Revista Contemporánea, fundada en 1875 (duró hasta 1907) por José del Perojo, un hombre muy imbuido de los ideales regeneracionistas y que contó en sus inicios con numerosos colaboradores pertenecientes a la Institución Libre de Enseñanza, como Rafael Altamira, Julián Sanz del Río, Rafael María de Labra y Urbano González Serrano, personajes que consiguieron importar corrientes estéticas y filosóficas europeas, intentando renovar la cultura española.

Gran prestigio tuvo también durante los años de la Regencia de María Cristina de Habsburgo La España Moderna (1889-1914). Fundada por José Lázaro Galdiano, pretendía representar en el país lo que la Revue des Deux Mondes en la vecina Francia. Como méritos cabe señalar que intentó ser la «suma intelectual de la edad contemporánea», con una marcada tendencia europeísta que sirvió como transmisor de un espíritu cosmopolita. En la revista colaboran figuras como Ramiro de Maeztu y Miguel de Unamuno.

También es preciso citar como precedente la revista Nuevo Teatro Crítico, con Emilia Pardo Bazán prácticamente como única autora, en la que expuso desde sus teorías literarias hasta su pensamiento, marcado por el europeísmo y un sincero feminismo.

Entre las revistas que difundieron las ideas de los intelectuales de la generación del 98 se encuentra la revista Germinal que, aunque fue una publicación literaria española anterior a la época noventayochista y dirigida por Joaquín Dicenta, sin embargo muestra en su nómina a todos los escritores jóvenes de esa generación exceptuando a Azorín y Unamuno. Esta publicación se caracterizó por su rebeldía frente a los valores establecidos.[12]

El semanario Vida Nueva aparece por primera vez publicado en junio de 1898, prolongando su vigencia hasta 1900. Su posición ideológica es próxima a Germinal. En esta publicación encontramos los escritos de figuras tan importantes del «espíritu del 98» como Unamuno y Maeztu.[13]

En el caso de la revista Alma Española, se trata también de una publicación de espíritu rebelde y liberal. Pese a su escasa vida de tan solo seis meses, suscitó una interesante encuesta sobre el porvenir de España. Se inicia con un conocido escrito de Benito Pérez Galdós sobre la renovación de la vida nacional. En esta publicación participan personalidades tan relevantes de la época como Francisco Silvela, Eduardo Dato, el Conde de Romanones, Pedro Dorado Montero, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, Pablo Iglesias, Vicente Blasco Ibáñez, Joaquín Costa o Francisco Giner de los Ríos.[14]

Véase también

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Referencias

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  1. De la Granja, Beramendi y Anguera, 2001, p. 51. "El regeneracionismo no fue ni una teoría política sistemática ni una ideología coherente, sino un conjunto de actitudes e ideas, a veces contradictorias entre sí, que impregnaron en las décadas siguientes los análisis y los programas propiamente políticos"
  2. Saz, 2016, p. 4.
  3. Archilés Cardona, 2016, p. 5.
  4. De la Granja, Beramendi y Anguera, 2001, p. 52.
  5. De la Granja, Beramendi y Anguera, 2001, p. 51.
  6. Villares, 2009, p. 303.
  7. Villares, 2009, p. 301.
  8. Suárez Cortina, 2006, p. 156.
  9. Pérez Vejo, 2020, pp. 130-131.
  10. Pérez Vejo, 2020, p. 214.
  11. Pérez Vejo, 2020, pp. 222-223.
  12. Pérez de la Dehesa, Rafael, El grupo Germinal: una clave del 98. Taurus, Madrid, 1970, p. 44 y ss.
  13. Granjel, L. S. La generación literaria del noventa y ocho. Anaya, Salamanca, 1966, p. 147.
  14. Mateos y de Cabo, Oscar. “Las bases de un nuevo concepto moderno de nacionalismo español de Joaquín Costa”. Anales de la Fundación Joaquín Costa, n.º 25, 2008, pp. 122-123.

Bibliografía

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  •   Datos: Q3047748
  •   Multimedia: Regenerationism / Q3047748
  •   Citas célebres: Regeneracionismo