Puntos de vista feministas sobre la sexualidad

Summary

Los puntos de vista feministas sobre la sexualidad varían ampliamente, encontrándose perspectivas opuestas. Muchas feministas, en particular las feministas radicales, critican intensamente lo que ven como el uso de las mujeres como objetos sexuales y su explotación sexual en los medios de comunicación y la sociedad. Las feministas radicales a menudo se oponen a la industria del sexo, incluyendo la oposición a la prostitución y la pornografía.[1][2][3][4][5]​ Otras feministas se definen como feministas «pro-sexo» y creen que una amplia variedad de expresiones de la sexualidad femenina puede empoderar a las mujeres cuando las eligen libremente y de forma independiente. Algunas feministas apoyan esfuerzos de reforma de la industrai del sexo para que se vuelva menos sexista, como ocurre en el movimiento de la pornografía feminista.

Las «guerras feministas» del sexo

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Las guerras feministas del sexo y guerras lésbicas del sexo, o simplemente guerras del sexo o guerras de la pornografía, fueron reñidos debates entre feministas a finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980, particularmente en los Estados Unidos. Los bandos se caracterizaron por grupos antipornografía y grupos «pro-sexo» con desacuerdos sobre la sexualidad, la representación sexual, la pornografía, el sadomasoquismo, el papel de las mujeres trans en la comunidad lésbica y otras cuestiones sexuales. El debate enfrentó al feminismo antipornografía con el feminismo pro-sexo, y como resultado, el movimiento feminista se dividió profundamente.[6][7][8][9][10]​ Las guerras feministas del sexo se consideran a veces parte de la división que condujo al final de la era feminista de segunda ola y al comienzo de la tercera ola.

Los dos bandos incluían feministas antipornografía y feministas pro-sexo. Uno de los enfrentamientos más significativos entre las feministas pro-sexo y antipornografía ocurrió en la Conferencia Barnard sobre Sexualidad de 1982, un congreso de discusión académica celebrado en el Barnard College en los Estados Unidos. Las feministas antipornografía fueron excluidas del comité de planificación de los eventos, por lo que organizaron manifestaciones fuera de la conferencia para mostrar su desdén.[11]

Críticas feministas a la explotación sexual y a la industria del sexo

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Muchas feministas denuncian industrias como la del sexo como ejemplos de explotación misógina. Entre las feministas más destacadas que se oponen a la industria del sexo se encuentran Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon. Ambas abogaban por leyes civiles que restringieran la pornografía.[12]​ Consideraban la dominación sexual masculina como la raíz de toda opresión femenina, por lo que condenaban la pornografía, la prostitución y otras manifestaciones del poder sexual masculino.[13]​ El movimiento antipornografía cobró fuerza con la creación del colectivo Women Against Violence in Pornography and Media (Mujeres Contra la Violencia en la Pornografía y los Medios). Durante la época de las guerras del sexo, el movimiento organizó marchas contra los creadores y distribuidores de pornografía en San Francisco y dio lugar a otras organizaciones como Women Against Pornography (Mujeres Contra la Pornografía), Feminists Fighting Pornography (Feministas Luchando contra la Pornografía) y otras organizaciones e iniciativas similares en todo Estados Unidos.[14]

Feminismo pro-sexo

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La respuesta de las «feministas pro-sexo» fue promover el sexo como una vía de placer para las mujeres. Gayle Rubin y Patrick Califia fueron influyentes en esta parte del movimiento.[13]​ Otras feministas que se identifican como «pro-sexo» incluyen a Ellen Willis, Kathy Acker, Susie Bright, Carol Queen, Annie Sprinkle, Avedon Carol, Tristan Taormino, Rachel Kramer Bussel, Nina Hartley y Betty Dodson. El movimiento feminista pro-sexo ha cobrado mayor popularidad en la actualidad.

Feminismo y pornografía

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Las perspectivas feministas sobre la pornografía abarcan desde la condena de la pornografía como forma de violencia contra las mujeres hasta la aceptación de ciertas formas de pornografía como medio de expresión feminista. El debate feminista sobre este tema refleja preocupaciones más amplias en torno a las perspectivas feministas sobre la sexualidad y está estrechamente relacionado con los debates feministas sobre la prostitución, el BDSM y otros temas. La pornografía ha sido uno de los temas más divisivos dentro del feminismo, especialmente entre las feministas de los países anglófonos.

Feminismo antipornografía

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Las feministas radicales que se oponen a la pornografía, como Andrea Dworkin, Catharine MacKinnon, Robin Morgan, Diana Russell, Alice Schwarzer, Gail Dines y Robert Jensen, argumentan que la pornografía es perjudicial para las mujeres y constituye una fuerte causalidad o facilitación de la violencia contra las mujeres. Según Dworkin y MacKinnon, por ejemplo, la pornografía no se limita a la sexualidad, sino que también implica poder y la subordinación de un género por otro. Las feministas antipornografía, en particular MacKinnon, denuncian que la producción de pornografía conlleva coerción física, psicológica y/o económica sobre las mujeres que actúan y modelan en ella. Se piensa que esto es cierto incluso cuando se presenta a las mujeres disfrutando.[15][16][17]​ El «consentimiento» que se da en la pornografía, arguyen, no es verdaderamente libre, ya que se da en una sociedad donde las mujeres han sido condicionadas a ser sumisas y a encontrar placer en su propia degradación.

Las feministas antipornografía sostienen que la pornografía contribuye al sexismo, argumentando que en las representaciones pornográficas las actrices son reducidas a meros receptáculos —objetos— para el uso y abuso sexual por parte de los hombres. Argumentan que la narrativa suele girar en torno al placer masculino como único objetivo de la actividad sexual, y que las mujeres se muestran en un papel subordinado. Algunos opositores creen que las películas pornográficas tienden a mostrar a las mujeres como extremadamente pasivas, o que los actos que se realizan con ellas suelen ser abusivos y solo para el placer de su pareja sexual masculina. La eyaculación en la cara y la violación anal son cada vez más populares entre los hombres, siguiendo las tendencias del porno.[18]​ MacKinnon y Dworkin definieron la pornografía como «la subordinación sexual explícita y gráfica de las mujeres a través de imágenes o palabras».[19]

Feministas anticensura y propornografía

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Desde esta perspectiva, la pornografía se considera un medio para la expresión sexual de las mujeres. Las feministas prosexo consideran que muchas perspectivas feministas radicales sobre la sexualidad, incluyendo las perspectivas sobre la pornografía, son tan opresivas como las de las religiones e ideologías patriarcales, y argumentan que el discurso feminista antipornografía ignora y trivializa la autonomía sexual de las mujeres. Ellen Willis, quien acuñó el término «feminismo prosexo», afirma: «En nuestra opinión, la afirmación de que "la pornografía es violencia contra las mujeres" era hablar en código para referirse a la idea neovictoriana de que los hombres quieren sexo y las mujeres lo sufren».[20]

Las feministas prosexo adoptan diversas posturas sobre la pornografía existente. Muchas consideran que la pornografía subvierte muchas ideas tradicionales sobre las mujeres a las que se oponen, como la idea de que a las mujeres no les gusta el sexo en general, que solo lo disfrutan en un contexto relacional o que solo disfrutan del sexo vainilla. También argumentan que la pornografía a veces muestra a mujeres en roles sexualmente dominantes y presenta a las mujeres con una mayor variedad de tipos de cuerpo que la típica del entretenimiento y la moda convencionales.

Muchas feministas, independientemente de su opinión sobre la pornografía, se oponen por principio a la censura. Incluso muchas feministas que ven la pornografía como una institución sexista, también ven la censura (incluyendo el enfoque de derecho civil de MacKinnon) como algo maligno. En su declaración de misión, la organización Feminists for Free Expresssion (FFE; Feministas por la Libre Expresión) argumenta que la censura jamás ha reducido la violencia, sino que históricamente se ha utilizado para silenciar a las mujeres y sofocar esfuerzos por el cambio social. Señalan la literatura sobre métodos anticonceptivos de Margaret Sanger, las obras de teatro feministas de Holly Hughes u obras como Nuestros cuerpos, nuestras vidas o El pozo de la soledad como ejemplos de discurso sexual feminista que ha sido objeto de censura. La FFE argumenta además que el intento de solucionar los problemas sociales mediante la censura «desvía la atención de las causas fundamentales de los males sociales y ofrece una "solución rápida", superficial y peligrosa». Argumentan que, en cambio, un mercado de ideas libre y dinámico es la mejor garantía para alcanzar los objetivos feministas en una sociedad democrática.[21]

Además, algunas feministas como Wendy Kaminer, si bien se oponen a la pornografía, también se oponen a los esfuerzos legales para censurarla o prohibirla. A finales de la década de 1970, Kaminer colaboró con Women Against Pornography (Mujeres Contra la Pornografía), donde abogó a favor de iniciativas privadas de concienciación y en contra de los esfuerzos legales para censurarla. Contribuyó con un capítulo a la antología antipornografía, Take Back the Night, en el que defendió las libertades de la Primera Enmienda y explicó los peligros de buscar soluciones legales al problema percibido de la pornografía. Se opuso a los esfuerzos de Catharine MacKinnon y Andrea Dworkin por definir la pornografía como una violación de los derechos civiles, y criticó el movimiento pro-censura en un artículo de 1992 en The Atlantic titulado «Feministas contra la Primera Enmienda».[22]

Pornografía feminista

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La pornografía feminista es pornografía producida por y con mujeres feministas. Se trata de un segmento pequeño pero en crecimiento de la industria pornográfica. Según Tristan Taormino, «El porno feminista responde a imágenes dominantes con alternativas y crea su propia iconografía».[23]

Algunas actrices pornográficas como Nina Hartley,[24]Ovidie,[25]Madison Young o Sasha Grey también se autodenominan feministas prosexo y afirman no verse a sí mismas como víctimas del sexismo. Defienden su decisión de actuar en pornografía como una decisión libre y argumentan que gran parte de lo que hacen frente a las cámaras es una expresión de su sexualidad. También se ha señalado que en la pornografía, las mujeres suelen ganar más que sus homólogos masculinos.[26]​ Algunas actrices porno, como Nina Hartley, participan activamente en el movimiento por los derechos de las trabajadoras sexuales.[27]

La directora y feminista sueca Suzanne Osten expresó su escepticismo sobre la existencia real de la «pornografía feminista», refiriéndose a su creencia de que la pornografía es inherentemente cosificadora y que, por lo tanto, constituiría un oxímoron.[28]​ La revista feminista radical estadounidense Off Our Backs ha denunciado la pornografía feminista como «pseudofeminista» y «supuesta pornografía "feminista"».[29]

Feminismo y prostitución

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Al igual que ocurre con muchos temas dentro del movimiento feminista, existe diversidad de opiniones respecto a la prostitución. Muchas de estas posturas pueden agruparse, a grandes rasgos, en una perspectiva general que generalmente critica o apoya la prostitución y el trabajo sexual.[30]​ Las feministas antiprostitución sostienen que la prostitución es una forma de explotación de las mujeres y de dominio masculino sobre ellas, y una práctica resultante del orden social patriarcal existente. Estas feministas argumentan que la prostitución tiene un efecto muy negativo, tanto en las prostitutas mismas como en la sociedad en su conjunto, ya que refuerza perspectivas estereotipadas sobre las mujeres, que son vistas como objetos sexuales que pueden ser utilizados y abusados por los hombres. Otras feministas sostienen que la prostitución y otras formas de trabajo sexual pueden ser opciones válidas para las mujeres y los hombres que deciden ejercerlas. Desde esta perspectiva, la prostitución debe diferenciarse de la prostitución forzada, y las feministas deberían apoyar el activismo a favor de las trabajadoras sexuales contra los abusos tanto de la industria del sexo como del sistema legal. El desacuerdo entre estas dos posturas feministas ha resultado particularmente polémico y puede ser comparable a las guerras sexuales feministas de finales del siglo XX.[31]

Feminismo antiprostitución

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Una parte de las feministas se opone firmemente a la prostitución, ya que consideran esta práctica una forma de violencia contra las mujeres, que la sociedad no debería tolerar. Entre las feministas que comparten esta postura sobre la prostitución se encuentran Kathleen Barry, Melissa Farley,[32][33]Julie Bindel,[34][35]Sheila Jeffreys, Catharine MacKinnon[36]​ y Laura Lederer.[37]

Estas feministas argumentan que, en la mayoría de los casos, la prostitución no es una elección consciente ni calculada. Afirman que la mayoría de las mujeres que se dedican a la prostitución lo hacen porque fueron obligadas o coaccionadas por un proxeneta o por la trata de personas, o, cuando se trata de una decisión independiente, generalmente es el resultado de la pobreza extrema y la falta de oportunidades, o de graves problemas subyacentes, como la drogadicción, traumas pasados (como el abuso sexual infantil) u otras circunstancias desafortunadas. Estas feministas señalan que las mujeres de las clases socioeconómicas más bajas—mujeres empobrecidas, mujeres con bajo nivel educativo, mujeres de minorías raciales y étnicas más desfavorecidas— están sobrerrepresentadas en la prostitución en todo el mundo. «Si la prostitución es una elección libre, ¿por qué las mujeres con menos opciones son las que más a menudo la ejercen?» (MacKinnon, 1993).[38]​ Un gran porcentaje de las prostitutas encuestadas en un estudio con 475 personas involucradas en la prostitución reportaron que se encontraban en un período difícil de sus vidas y la mayoría deseaba abandonar la profesión.[39]​ Catharine MacKinnon argumenta que «En la prostitución, las mujeres tienen relaciones sexuales con hombres con los que de otro modo nunca tendrían relaciones sexuales. El dinero, por lo tanto, actúa como una forma de fuerza, no como una medida de consentimiento. Actúa como la fuerza física en la violación».[40]

Algunos académicos antiprostitución sostienen que el verdadero consentimiento en la prostitución es imposible. Barbara Sullivan afirma: «En la literatura académica sobre la prostitución, hay muy pocos autores que argumenten que el consentimiento válido para la prostitución sea posible. La mayoría sugiere que el consentimiento para la prostitución es imposible o, al menos, improbable».[41]​ «(...) la mayoría de autores sugieren que el consentimiento para la prostitución es profundamente problemático, si no imposible, (...) Para las feministas radicales, esto se debe a que la prostitución siempre es una práctica sexual coercitiva. Otros simplemente sugieren que la coerción económica hace que el consentimiento sexual de las trabajadoras sexuales sea altamente problemático, si no imposible...».[42]​ Finalmente, los abolicionistas creen que no se puede decir que una persona consienta verdaderamente su propia opresión y que ninguna persona debería tener derecho a consentir ante la opresión de otros. En palabras de Kathleen Barry, el consentimiento no es una «buena varilla de zahorí para determinar la existencia de opresión, y consentir a una violación es un hecho de opresión. La opresión no puede medirse eficazmente según el grado de "consentimiento", ya que incluso en la esclavitud existía cierto grado de consentimiento, si el consentimiento se define como la incapacidad de ver o sentir alternativas».[43]

Feministas pro-trabajo sexual y pro-derechos de las trabajadoras sexuales

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A diferencia de las feministas críticas con la prostitución, las perspectivas pro-trabajo sexual no reconocen que los actos sexuales relacionados con la prostitución conlleven un elemento inherente de coerción, explotación o dominación. Por ello, las feministas pro-sexo afirman que el trabajo sexual puede ser una experiencia positiva para las mujeres que han ejercido su autonomía para tomar una decisión informada de ejercer la prostitución.

Muchas feministas, en particular aquellas asociadas con el movimiento por los derechos de las trabajadoras sexuales o el feminismo pro-sexo, argumentan que el acto de vender sexo no tiene por qué ser inherentemente explotador, pero que los intentos de abolir la prostitución, y las actitudes que los conducen, generan un clima de abuso para las trabajadoras sexuales que debe cambiarse. Desde esta perspectiva, la prostitución, junto con otras formas de trabajo sexual, puede ser una opción válida para las mujeres y los hombres que la ejercen. Esta perspectiva ha impulsado el surgimiento, desde la década de 1970, de un movimiento internacional por los derechos de las trabajadoras sexuales, que abarca organizaciones como COYOTE, el the International Prostitutes Collective (Colectivo Internacional de Prostitutas), el Sex Workers Outreach Project (Proyecto de Difusión de Trabajadoras Sexuales) y otros grupos que defienden sus derechos.

Un argumento importante presentado por feministas pro-trabajo sexual, como Carol Queen, destaca que, con demasiada frecuencia, las feministas críticas con la prostitución no han considerado adecuadamente los puntos de vista de las mujeres que ejercen el trabajo sexual, optando en cambio por basar sus argumentos en teorías y experiencias obsoletas.[44]​ Las feministas que no apoyan la perspectiva radical contra la prostitución argumentan que existen serios problemas con esta postura, uno de los cuales es que, según Sarah Bromberg, «evoluciona a partir de una teoría política excesivamente verbalizada, generalizada y que, con demasiada frecuencia, utiliza nociones estereotipadas de lo que es una prostituta. Las perspectivas feministas radicales [anti-prostitución] no siempre están suficientemente delineadas como para respaldar una teoría creíble de que la prostitución degrada a todas las mujeres».[45]

Las feministas pro-trabajo sexual afirman que la industria del sexo no es «monolítica», que es extensa y diversa, que las personas ejercen el trabajo sexual por diversas razones y que es improductivo atacar la prostitución como institución. En cambio, creen que se deben tomar medidas para mejorar la vida de quienes trabajan en ella.[46]

Feminismo y estriptis

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Muchas feministas consideran que los clubes de estriptis son un insulto a los derechos humanos y la dignidad de las mujeres. Feministas y activistas por los derechos de las mujeres en Islandia lograron la ilegalización de los clubes de estriptis en marzo de 2010.[47][48]​ La ley entró en vigor oficialmente el 31 de julio de 2010.[47]​ La feminista islandesa Siv Friðleifsdóttir fue la primera en presentar el proyecto de ley.[47][48]Jóhanna Sigurðardóttir, primera ministra de Islandia, declaró: «Los países nórdicos están a la vanguardia de la igualdad de las mujeres, reconociéndolas como ciudadanas iguales y no como mercancías en venta».[49]​ La política impulsora del proyecto de ley, Kolbrún Halldórsdóttir, declaró: «No es aceptable que las mujeres, ni las personas en general, sean un producto para vender».[49]​ La votación del Althing fue elogiada por la feminista radical británica Julie Bindel, quien declaró a Islandia como «el país más feminista del mundo».[50]

 
Marquesina del desaparecido The Lusty Lady de Seattle, 2005

Otras feministas creen que el estriptis puede ser sexualmente empoderante y feminista. El Lusty Lady era un local de peep show en North Beach, San Francisco, fundado por un grupo de strippers que buscaban crear un club de estriptis feminista, propiedad de sus trabajadoras.[51][52]​ Además, algunas feministas creen que el pole dance puede ser un acto feminista. En 2009, una autodenominada «bailarina de pole dance feminista» llamada Zahra Stardust fue candidata del Partido Australiano del Sexo en las elecciones parciales de Bradfield.[53]​ El concepto de «pole dance feminista» ha sido ridiculizado y denunciado tanto por feministas como por no feministas como «simplemente ridículo»[54]​ y sintomático del «fin del feminismo».[55]

Feminismo y BDSM

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Las perspectivas feministas sobre el BDSM varían ampliamente, desde el rechazo hasta la aceptación, pasando por todos los puntos intermedios. A modo de ejemplo, se comparan aquí dos perspectivas polarizantes. La historia entre feministas y practicantes del BDSM ha sido controvertida. Las dos posturas más extremas son quienes creen que el feminismo y el BDSM son creencias mutuamente excluyentes, por una parte, y quienes creen que las prácticas BDSM son una expresión de libertad sexual, por la otra.

Oposición feminista al BDSM y al sadomasoquismo

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Varias feministas radicales, como Andrea Dworkin o Susan Griffin, consideran el BDSM como una forma de violencia contra las mujeres.[56][57]​ Por ejemplo, para Dworkin, lejos de ser una práctica sexual radical o liberadora, el BDSM constituye una representación simbólica y literal de las dinámicas de poder patriarcales y la cosificación sexual de las mujeres. Sostienen que el BDSM, especialmente en sus variantes con roles de dominación masculina y sumisión femenina, no cuestiona la jerarquía de género, sino que, por el contrario, recrea y erotiza la misma desigualdad de poder que las feministas buscan erradicar. Para Dworkin y MacKinnon, el elemento erótico del BDSM proviene de una dinámica de poder socialmente construida, donde la dominación masculina se asocia con el placer sexual y la sumisión femenina con la deseabilidad sexual. Desde su teoría general sobre la pornografía como discriminación sexual, el BDSM refuerza la idea de que la sexualidad femenina se define por ser sometida o dominada por los hombres, y que su función última es ser un objeto de placer masculino. Consideran, así, que los actos de sometimiento, disciplina, sadismo y masoquismo son un microcosmos de la opresión sistémica de las mujeres en la sociedad.

El libro Contra el Sadomasoquismo: Un Análisis Feminista Radical (1982) incluye ensayos y entrevistas de numerosas feministas que critican el sadomasoquismo, como Alice Walker, Robin Morgan, Kathleen Barry, Diana E. H. Russell, Susan Star, Ti-Grace Atkinson, John Stoltenberg, Sarah Hoagland, Susan Griffin, Cerridwen Fallingstar, Audre Lorde y Judith Butler. Entre las organizaciones feministas que se han opuesto públicamente al sadomasoquismo se encuentran Lavender Menace, las New York Radical Feminists (NYRF) y Women Against Violence in Pornography and Media. En 1982, la «Coalición por una Sexualidad Feminista y Contra el Sadomasoquismo», una coalición creada por Women Against Pornography elaboró un folleto para protestar contra la Conferencia de Barnard. La NYRF figuraba entre las organizaciones firmantes del folleto.[58]

Feministas pro-BDSM y practicantes de BDSM

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Si bien muchas feministas radicales se oponen al BDSM, otras consideran el sadomasoquismo como una expresión feminista ideal de libertad sexual, mientras que otras afirman que el BDSM, y en particular el sadomasoquismo, refuerza el patriarcado y que estas prácticas contradicen el feminismo. Además, algunas feministas se muestran abiertas a la práctica del BDSM. Muchas feministas pro-sexo consideran el BDSM como una forma válida de expresión de la sexualidad femenina.[59]​ Algunas feministas lesbianas practican el BDSM y lo consideran parte de su identidad sexual.[60]​ Jessica Wakeman escribió sobre su propia experiencia con las actividades sadomasoquistas en una entrevista posterior a la publicación de su artículo First Time For Everything: Getting Spanked en 2009. Para el momento de la entrevista, en octubre de 2010, Wakeman llevaba unos ocho años escribiendo sobre temas feministas, incluyendo feminismo y crítica mediática, feminismo y política, y feminismo y sexo, y se consideraba una feminista bastante activa.[61]​ Wakeman habló sobre cómo fue capaz de disfrutar del juego de nalgadas y de ser dominada sin dejar de ser feminista.[61]​ Al igual que otras practicantes feministas de BDSM, Wakeman rechaza el argumento de que a las mujeres se les enseña lo que disfrutan y se las lleva a la sumisión por una estructura de poder sexista dominante.[61]

Existen varias organizaciones de BDSM que atienden a mujeres lesbianas y feministas, como la Lesbian Sex Mafia o el grupo Samois, fundado por Patrick Califia y Gayle Rubin.[62]

Feminismo y celibato

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El grupo feminista radical estadounidense Cell 16, fundado en 1968 por Roxanne Dunbar, era conocido por su programa a favor del celibato y la separación de los hombres, entre otras cosas.[63][64]​ Considerada demasiado extremista por muchas feministas de corriente principal, la organización actuó como una especie de vanguardia de la extrema izquierda.[65]​ Se la ha citado como la primera organización en promover el concepto de feminismo separatista.[64][66]​ En No More Fun and Games, la publicación feminista radical de la organización, Roxanne Dunbar y Lisa Leghorn aconsejaban a las mujeres «separarse de los hombres que no trabajan conscientemente por la liberación femenina», pero recomendaban períodos de celibato, en lugar de relaciones lésbicas, que consideraban «nada más que una solución personal».[67]​ La revista también publicó el artículo de Dana Densmore «On Celibacy» (Sobre el celibato; octubre de 1968), que afirmaba en parte: «Un obstáculo para la liberación es una supuesta "necesidad" de sexo. Es algo que debe ser refutado, abordado, desmitificado, o la causa de la liberación femenina está condenada al fracaso. Ya vemos a chicas, completamente liberadas en sus propias cabezas, comprendiendo su opresión con terrible claridad intentando, deliberada y un poco histéricamente, hacerse atractivas para los hombres, hombres por los que no sienten respeto, hombres que incluso pueden odiar, debido a "una necesidad sexual-emocional básica". El sexo no es esencial para la vida, como lo es comer. Hay personas que pasan toda su vida sin practicarlo en lo absoluto, incluyendo personas agradables, cálidas y felices. Es un mito que esto la haga a una amargada, reseca, retorcida. El gran estigma de la virginidad vitalicia recae en las mujeres de todas formas, creado por los hombres porque el propósito de la mujer en la vida es biológico y, si ellas no lo cumplen, son deformadas y antinaturales, y "están llenas de telarañas por dentro"».[68]

El grupo The Feminists, también conocidas como Feministas: Una Organización Política para Aniquilar los Roles Sexuales, fue un grupo feminista radical activo en la ciudad de Nueva York de 1968 a 1973. Inicialmente defendió que las mujeres practicaran el celibato y posteriormente pasó a defender el lesbianismo político. El lesbianismo político adopta la teoría de que la orientación sexual es una elección y defiende el lesbianismo como una alternativa positiva a la heterosexualidad para las mujeres.[69]Sheila Jeffreys contribuyó al desarrollo del concepto al coescribir, junto con otras integrantes del Grupo Feminista Revolucionario de Leeds, un panfleto titulado «¿Amas a tu enemigo?: El debate entre el feminismo heterosexual y el lesbianismo político», que afirmaba: «Creemos... que todas las feministas pueden y deben ser lesbianas. Nuestra definición de lesbiana política es una mujer que se identifica como mujer y no tiene relaciones sexuales con hombres. No implica actividad sexual obligatoria con mujeres».[70]​ Por lo tanto, algunas lesbianas políticas optaron por el celibato o se identificaron como asexuales.

En abril de 1987, el manifiesto del Southern Women's Writing Collective (Colectivo de Escritura de Mujeres Sureñas), titulado «Resistencia sexual en acuerdos heterosexuales: Manifiesto del Colectivo de Escritura de Mujeres del Sur»,[71]​ se leyó en la ciudad de Nueva York en una conferencia titulada «Los liberales sexuales y el ataque al feminismo».[72]​ Este manifiesto declaraba en parte: «A diferencia del movimiento pro-sexo, nos autodenominamos Mujeres Contra el Sexo (MCS)... La mujer que se resiste al sexo entiende su acto como político: su objetivo no es solo su integridad personal, sino también la libertad política de todas las mujeres. Resiste en tres frentes: resiste todas las necesidades sexuales construidas por los hombres, resiste la etiqueta errónea de mojigatería que se le da a su acto y, especialmente, resiste el intento del patriarcado de facilitar su labor de subordinación de las mujeres construyendo consensualmente su deseo a su propia imagen opresiva».[72]

En 1991, la activista feminista estadounidense Sonia Johnson escribió en su libro The Ship That Sailed into the Living Room: Sex and Intimacy Reconsidered: «Casi cuatro años después de comenzar mi rebelión contra los barcos [relaciones] de relació/sexo/esclavitud, la experiencia y mi Anciana Sabia me dicen que el sexo, tal como lo conocemos, es una construcción patriarcal y no tiene un lugar legítimo y natural en nuestras vidas, ni una función ni unas formas auténticas. Sinónimo de jerarquía/control, el sexo está diseñado como parte del asedio contra nuestra integridad y poder».[73]

Feminismo y orientación sexual

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Los enfoques feministas sobre la orientación sexual son muy variados. Las perspectivas feministas sobre este tema suelen estar influidas por las experiencias personales de las feministas, como lo expresa el lema feminista «lo personal es político». Por ello, muchas feministas consideran la orientación sexual como un asunto político, y no meramente una cuestión de elección o preferencia sexual individual.

Feminismo y asexualidad

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Algunas lesbianas políticas se identifican como asexuales. Un artículo de 1977 titulado «Mujeres asexuales y autoeróticas: dos grupos invisibles», de Myra T. Johnson,[74]​ podría ser el primer texto en abordar explícitamente la asexualidad humana. En él, Johnson describe a las mujeres asexuales como invisibles, «oprimidas por el consenso de que no existen», y excluidas tanto de la revolución sexual como del movimiento feminista.[74]

Un artículo de 2010 de Karli June Cerankowski y Megan Milks, titulado «Nuevas orientaciones: la asexualidad y sus implicaciones para la teoría y la práctica», afirma que la sociedad ha considerado «a la sexualidad femenina (y LGBT) como empoderada o reprimida. El movimiento asexual cuestiona este supuesto al desafiar muchos de los principios básicos del feminismo pro-sexo, [en los que está] ya definida como sexualidades represivas o contrarias al sexo».[75]

Feminismo y bisexualidad

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Un ejemplo ampliamente estudiado del conflicto entre lesbianas y bisexuales dentro del feminismo fue la Marcha del Orgullo de Northampton entre 1989 y 1993, donde muchas feministas debatieron sobre si las bisexuales debían ser incluidas y si la bisexualidad era incluso compatible con el feminismo. Las críticas más comunes de las feministas lesbianas a la bisexualidad eran que era antifeminista, que representaba una falsa conciencia o que las bisexuales que mantenían relaciones con hombres estaban «perdidas y desesperadas». Sin embargo, las tensiones entre feministas lesbianas y bisexuales se han reducido desde la década de 1990, a medida que mujeres bisexuales han ganado mayor aceptación en la comunidad feminista.[76]​ Por ejemplo, varias mujeres que en su día participaron en el activismo lésbico-feminista han salido del armario posteriormente como bisexuales, tras aceptar su atracción física hacia hombres.

Muchas personas dentro del movimiento bisexual han expresado indignación hacia feministas lesbianas, en particular lesbianas políticas, ya que las consideran poco comprensivas con las personas bisexuales. Las activistas bisexuales acusan a las feministas lesbianas de determinismo biológico, esencialismo e incluso de «fascismo de género». Las feministas lesbianas, según este punto de vista, «respondieron a la heteronormatividad con una homonormatividad igual de rígida».[77][78]​ Por otro lado, las feministas bisexuales consideran fundamental la inclusión de los hombres y la importancia de las relaciones con ellos: «...el feminismo bisexual exige que los hombres participen en cualquier proyecto de cambio feminista... insiste en incluir a los hombres en nuestras vidas de forma personal y voluntaria, no por obligación... y apuesta por un intercambio político con los hombres, con la esperanza de que el cambio sea posible».[77]

La revista cuatrimestral lésbica Common Lives/Lesbian Lives tenía la política de que todo el contenido publicado fuera escrito por lesbianas autodefinidas, y que todas las voluntarias fueran lesbianas. Debido a esta política, una mujer bisexual cuyo artículo no fue publicado presentó una queja ante la Comisión de Derechos Humanos de la Universidad de Iowa.[79]

Feminismo y hombres homosexuales

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En su libro de 2003, «Unpacking Queer Politics: A Lesbian Feminist Perspective», la feminista radical australiana Sheila Jeffreys sostiene que la cultura lesbiana se ha visto afectada negativamente por emular la influencia sexista de la subcultura gay masculina de la sexualidad de dominación/sumisión. Si bien destaca que muchos hombres homosexuales del movimiento de liberación gay repudiaron el sadomasoquismo, afirma que la perspectiva masculina homosexual dominante ha promovido la sexualidad sadomasoquista en detrimento de las lesbianas y las mujeres feministas.[80]

Sin embargo, algunos hombres homosexuales, como John Stoltenberg, esposo de Andrea Dworkin, también critican el sadomasoquismo y la pornografía, y coinciden con las críticas de las feministas radicales y lesbianas feministas sobre estas prácticas. Stoltenberg escribió que el sadomasoquismo erotiza tanto la violencia como la impotencia.[81]​ El autor gay pro-feminista Christopher N. Kendall escribió el libro «Gay Male Pornography: An Issue of Sex Discrimination» (Pornografía homosexual masculina: Un asunto de discriminación sexual), argumentando que la pornografía gay masculina constituye discriminación sexual y debería estar prohibida según las leyes de igualdad de Canadá. Utiliza la teoría feminista radical para argumentar que la pornografía gay masculina no está exenta del mismo análisis crítico que se aplica a la pornografía heterosexual, y que al igual que ésta refuerza la misoginia, la homofobia y la jerarquía de género de diversas maneras.[82]​ Afirma que la pornografía gay masculina suele presentar roles rígidos de dominación y sumisión (activo/pasivo), que reflejan y erotizan las dinámicas de poder propias de la sociedad patriarcal, reproduciendo y reforzando la idea de que la dominación (masculinidad) es superior y la sumisión (un rol feminizado) es inferior. Kendall sostiene que este tipo de pornografía puede generar homofobia y misoginia internalizadas en los hombres homosexuales, al inculcar en ellos que la única forma de sexualidad valiosa es aquella que se ajusta a la masculinidad patriarcal, lo que desvaloriza los rasgos no masculinos y a las personas que los representan. Finalmente, Kendall argumenta que, tal como la pornografía heterosexual, la pornografía gay masculina causa un daño real tanto a quienes participan en ella como a quienes la consumen, fomentando la violencia, la falta de reciprocidad y la aceptación de la degradación sexual (ejercida, a menudo, sobre parejas renuentes), contribuyendo así a una cultura general de desigualdad y perjuicio.

Feminismo y heterosexualidad

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Algunas feministas heterosexuales consideran que han sido excluidas injustamente de las organizaciones feministas lesbianas. La revista trimestral lesbiana «Common Lives/Lesbian Lives», por ejemplo, tenía la política de que todo el contenido publicado debía ser escrito por lesbianas autodefinidas y que todas las voluntarias fueran lesbianas. Debido a esta política, una mujer heterosexual presentó una queja ante la Comisión de Derechos Humanos de la Universidad de Iowa, alegando discriminación por no haber sido contratada como becaria.[83]

Véase también

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Referencias

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