El platonismo, especialmente en su forma neoplatónica, experimentó un resurgimiento en el Renacimiento como parte de un renacimiento general del interés por la Antigüedad clásica. El interés por el platonismo fue especialmente fuerte en Florencia bajo los Médici.
Durante las sesiones en Florencia del Concilio de Ferrara-Florencia en 1438-1445, durante los intentos fallidos de sanar el cisma de las iglesias ortodoxa y católica, Cosme de Médici y su círculo intelectual conocieron al filósofo neoplatónico, Jorge Gemisto Pletón, cuyas disertaciones sobre Platón y los místicos alejandrinos fascinaron tanto a la sociedad erudita de Florencia que lo llamaron el segundo Platón.
En 1459, Juan Argirópulo daba lecciones de lengua y literatura griegas en Florencia, y Marsilio Ficino se convirtió en su discípulo. Cuando Cosme decidió refundar la Academia Platónica Florentina, su elección para dirigirla fue Ficino, quien realizó la traducción clásica de Platón del griego al Latín (publicada en 1484), así como una traducción de una colección de documentos en Griego helenístico del Corpus hermeticum,[1] y de los escritos de muchos neoplatónicos, por ejemplo, Porfirio, Jámblico, Plotino, y otros. Siguiendo sugerencias expuestas por Gemisto Pletón, Ficino intentó sincretizar el cristianismo y el platonismo.
El alumno de Ficino, Giovanni Pico della Mirandola, basó también sus ideas principalmente en Platón, pero Pico conservó un profundo respeto por Aristóteles. Aunque fue un producto de los studia humanitatis, Pico fue por constitución un ecléctico, y en algunos aspectos representó una reacción contra las exageraciones del puro humanismo, defendiendo lo que creía ser lo mejor de los comentaristas medievales e islámicos (véanse Averroes, Avicena) sobre Aristóteles en una famosa carta larga a Ermolao Bárbaro en 1485. Siempre fue objetivo de Pico reconciliar las escuelas de Platón y Aristóteles, puesto que creía que ambos usaban palabras diferentes para expresar los mismos conceptos.
Quizá por esta razón sus amigos lo llamaron Princeps Concordiae («Príncipe de la Armonía»), un juego de palabras alusivo a Concordia, una de las posesiones de su familia.[2] Del mismo modo, Pico creía que una persona instruida debía estudiar también las fuentes hebreas y talmúdicas, y los herméticos, porque creía que representaban la misma visión de Dios que se ve en el Antiguo Testamento, con distintas palabras.
Los escritos atribuidos a Hermes Trismegisto desempeñaron un papel importante en el resurgimiento renacentista neoplatónico.[3]