Los nombres afroestadounidenses forman parte de la tradición afroestadounidense. Mientras que mucha gente negra en los Estados Unidos porta nombres acordes a la sociedad general, varias tendencias específicas de nombramiento han emergido a lo largo de la historia.
Los africanos capturados en la costa africana occidental para su tráfico en el comercio triangular no poseían un nombre legal hasta su venta al esclavista.[1]Los historiadores económicos Lisa D. Cook, John Parman y Trevon Logan han identificado prácticas de nombramiento distintivas tomando lugar en el período Antebellum,[2][3]aunque estas dejaran de seguirse.
Hasta las décadas de 1950 y 1960 la mayoría de afroamericanos no portaban nombres diferentes de los europeo-americanos normativos.[4]En esta época eran comunes un puñado de nombres clásicos y a menudo se empleaban apodos para distinguir entre varias personas del mismo nombre.[5]Los inmigrantes y las minorías culturales solían adoptar nombres ingleses para integrarse mejor en la sociedad. [6]
Se ha sugerido que los nombres afroestadounidenses siguen temas y patrones similares a los usados en África Occidental.
Con el surgimiento del movimiento por los derechos civiles y la contracultura estadounidense de 1960 se popularizó el uso de los nombres divergentes y se forjó el concepto de un nombre efectivamente afroestadounidense. Este cambio en la tendencia de nombramiento, aumentando su auge a principios de los 70, se aribuye al cambio de percepción que los negros tuvieron sobre sí mismos y su identidad consecuencia del black power movement.
Entre los nombres más típicos para las mujeres esclavizadas estaban Bet, Mary, Jane, Hanna, Betty, Sarah, Phillis, Nan, Peg y Sary. Aquellos esclavizados en la Louisiana francesa solían ser Francois, Jean, Pierre, y Leon para los hombres; y Manon, Delphine, Marie Louise, Celeste, y Eugenie para mujeres. En las colonias españolas de América eran comunes los nombres como Francisco, Pedro, y Antonio para hombres; y Maria, Isabella, y Juana para mujeres.[1]