Lo prohibido es una novela del escritor español Benito Pérez Galdós publicada en dos tomos en noviembre de 1884 y marzo de 1885, dentro del ciclo de las «Novelas españolas contemporáneas».
Se trata de una de las obras menos conocidas de Galdós, cuya acción, casi contemporánea a su publicación (comienza en 1880 y concluye en 1884), transcurre en el Madrid de goce y especulación que acompañó los últimos años del reinado de Alfonso XII.
Una insólita incursión en el mundo de las finanzas en «la capital del reino sometida al capital».[1] Un Madrid que impregna la narración a través del núcleo familiar de su protagonista José María Bueno de Guzmán.[2]
«Clarín», que tenía la mejor opinión sobre esta novela,[3] resume así el argumento:
«Un don José María, rico. español inglés, como la doña Camila de Cervantes, tiene tres primas que son hermanas gemelas, las tres nerviosas como el mismo José María y como toda la parentela. El rico y desocupado primo enamora a la segunda prima, casada, y le compra cuantos muebles y trapos quiere la antojadiza Eloísa, que apenas se sacia con todos los de Madrid y muchos de París.
Muere Carrillo, que es el marido burlado, en brazos de José María, y éste, en vez de casarse, pasado el tiempo legal, con la viuda, según había prometido, se separa de ella poco a poco y la deja tomar otros amantes, mientras él se enamora de la prima menor, de Camila; y sin enamorarse, sólo por vengarse de Medina, otro marido que le da muchos cigarros, seduce también a María Juana, la hermana mayor, mujer del tal Medina. Camila, casada igualmente, no se da a partido; José María se desespera, su neurosis le deja postrado, convertido en un animal; y con medio cuerpo inmóvil, víctima de la hemiplejia, muere el ricacho sin probar la fruta más sabrosa, la que, además de prohibirla las leyes, prohibió el honor firme.»Clarín (1887), pp. 119-120.
El elenco principal está circunscrito a determinados miembros radicados en Madrid de la familia andaluza Bueno de Guzmán:
El resto de la familia lo componen los tíos Rafael y Serafín, y el primo Raimundo, hermano de las anteriores, culto, hipocondríaco, que vive de dar sablazos a sus conocidos.
Galdós recurre en Lo prohibido a uno de los recursos heredados de Balzac, incluir en la trama personajes de otras novelas suyas. Así aparecen, una vez más: la de Bringas, (ambiciosa hasta el adulterio); la marquesa de San Salomó («ultracatólica y adúltera»), salida de las páginas de La familia de León Roch; el avispado y ambicioso Manolito Peña, alumno de Manso, aquí convertido ya en personaje político; o Constantino Miquis, tardío vástago de la familia que sostiene la trama de El doctor Centeno. Personajes secundarios, corales y, según observa Montesinos en su estudio, un tanto descabalados y antojadizos, pero ocupando con su presencia el escenario de la capital española hasta casi hacerla desaparecer.[1]
Como telón de fondo de sus idas y venidas se ven panorámicas del Barrio de Salamanca, la Puerta del Sol, el Retiro o Atocha. Se callejea, poco, por la calle Montera para visitar el viejo edificio del Ateneo, a punto de ser relevado por el nuevo de la calle del Prado; entran y salen los personajes de la Chocolatería La Colonial, Lhardy, La Pajarita, Bolsín, el Café de Santo Tomás o el establecimiento de Abanicos Sierra en la Plazuela de Matute. Y como en un escenario metido dentro de otro, Juana Bueno, verá pasar desde su balcón la procesión del bicentenario de Calderón de la Barca.[2]
En este «teatro del mundo» instala Galdós, una vez más, a su castiza heroína, la joven Camila, en un pulso de la naturaleza humana contra el cerco social, una lucha desigual y en esencia muy cervantina que luego repetirá en su siguiente novela Fortunata y Jacinta elevándola al límite de lo genial.[4]
En una reflexión que algunos críticos han interpretado como autoanálisis, Galdós pone en boca de Don Rafael, tío del protagonista, este párrafo que José Fernández Montesinos selecciona como síntesis de la novela:
«Es el mal madrileño: esta indolencia, esta enervación que nos lleva a ser tolerantes con las infracciones de toda ley, así moral como económica, y a no ocuparnos de nada grave con tal que no nos falte el teatrito o la tertulia para pasar el rato de noche, el carruajito para zarandearnos, la buena ropa para pintarla por ahí, los trapitos de novedad para que a nuestras mujeres y a nuestras hijas las llamen elegantes y distinguidas, y aquí paro de contar porque no acabaría.»[5]Benito Pérez Galdós: Lo prohibido, parte II, cap. IX, III.