Las armas y las letras

Summary

Las armas y las letras, también conocidas por la sinécdoque de la pluma y la espada,[1]​ son un concepto filosófico y literario del Siglo de Oro español, originado en el humanismo renacentista y enraizado en la antigüedad grecolatina. Refleja la unión de la vida militar con el ámbito intelectual, representado ésta la literatura, el penasamiento, la poesía, las leyes y la ciencia, ya sea en equilibrio entre ambos mundos o en distinto orden de subordinación.

Anónimo tentativamente identificado con Garcilaso de la Vega, militar y poeta.

Este tópico vendría a definir mucho del espíritu de la España imperial de los siglos XVI-XVII, en rápida expansión global por los descubrimientos, boyante en numerosas áreas del conocimiento humano y triunfante militarmente tanto en Europa como en América.[2]​ El optimismo por estos logros favoreció especialmente las corrientes del renacentismo italiano que se inspiraban en las glorias y valores de la antigua Grecia y Roma, entre ellos de la fortitudo et sapientia (en latín, fuerza y sabiduría),[1]​ la unión hasta entonces antagónica de la vida guerrera y la intelectual.[3]​ España examinará este en enorme profundidad con numerosos soldados-escritores como Garcilaso de la Vega, Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca,[4]​ el último de los cuales escribiría en 1632:

Oh, felice tú, oh, felice,
otra vez e otras mil seas,
imperio, en quien el primero
triunfo son armas y letras.[2]

Las armas y las letras se reflejan también en el arte renacentista, con pintores como Tiziano y escultores como Leone Leoni, que contribuyen al antropocentrismo de la época al otorgar a figuras humanas los distintos atributos de Apolo y Marte de la mitología romana.[3]​ La pasión por la espada y la pluma influiría en la propia visión extranjera del hispánico, caracterizándolo como quijotesco, dedicado a defender con las armas la virtud y la ley, con heroísmo pero a menudo a costa de toda conveniencia pragmática.[2][5]

Trasfondo

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Batalla de Ceriñola (1503), donde los españolas demostrarían el poder de las armas de fuego.

Las armas y las letras suponían, junto con la vida religiosa, las dos principales maneras de obtener progresar socialmente en la España de los siglos XV-XVII, especialmente para nobles o hidalgos, que no contemplaban la artesanía y el trabajo manual, y para los que el comercio y la economía no otorgaban la debida gloria. La rápida expansión del imperio español también necesitó de un flujo creciente de letrados y administradores, a menudo formados desde el pueblo llano, a los que la nobleza debió hacer espacio en la corte.[5][6]​ Se consideraba así que las armas y ciencias ennoblecen al villano y validan al noble.[4]

La propia estructura de la guerra cambiaría enormemente con el fin de la Edad Media, dejando atrás los ideales nobles o caballerescos. Los ejércitos del Renacimiento roban el monopolio de la aristocracia al nutritse del pueblo llano,[7]​ a menudo condotieros o mercenarios, y emplean tácticas basadas en los cálculos y técnica como la artillería y las armas de fuego, ante las que el valor personal es inútil.[8]​ Esto coincidió con el fin de la Reconquista en España con la toma de Granada, ocasionando que los mismos nobles ya no puedan ganar fácilmente honra en la guerra y puedan sin embargo dedicarse a la intelectualidad.[7]​ La cultura así se cortesaniza, creando una nueva faceta obligatoria de los nobles.[9]

Como resultado, las ciencias y letras se vuelven un nuevo puente hacia la gloria en la España del Siglo de Oro, al nivel de los mismos hechos de armas, y con ellas el letrado alcanza el nivel del hidalgo.[6]​ Sin embargo, se mantiene una diferenciación entre ambas en el complicado imaginario del honor de la época. A un hombre que ha dedicado su carrera a las letras no se le ha de desafiar a duelo, ni él debe aceptar el desafío, y de la misma manera, a un hombre que ha consagrado su vida exclusivamente a las armas no se le puede exigir competir en el plano de la pluma.[10]

Historia

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El hispanista Peter E. Russell encuentra un precedente tardomedieval en Enrique de Villena y el Marqués de Santillana, el primero de los cuales carga contra la idea de que el estudio estorba al oficio de las armas en los nobles, mientras que el segundo lo ejemplifica con su propia carrera, afamada por su deducación a las ciencias y las armas por igual.[7]​ Ejemplos prerrenacentistas también son Alfonso de Cartagena y Fernán Pérez de Guzmán, tío de Santillana.[7]

Reinado de Carlos I

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Baltasar Castiglione.

Las armas y las letras tienen un precedente de oposición en Erasmo de Róterdam. De corte pacifista, repelido por las nuevas formas de hacer la guerra, en su Manual del caballero cristiano de 1503 redujo las armas a metáforas y declaró que las mejores son la oración y el conocimiento de la divinidad.[11]​ Yendo más allá, en 1511 escribió su Elogio de la locura en favor de la paz, incluso aunque su francofilia le llevó incidentalmente a justificar la guerras de Italia por mor de Francia.[3]​ En su Institutio Principis Christiani de 1516, Erasmo condenó el deseo de parecerse a héroes clásicos como Aquiles, Jerjes, Ciro, Darío y César, a los que tachó de depravados y derramadores de sangre.[12]

Sin embargo, Erasmo aquí se encuentra solo, ya que los eramistas españoles, con la excepción de su camarada Juan Luis Vives, se separarían de él en este aspecto y se situarían con los humanistas italianos.[3]

El trabajo seminal en la unión de armas y letras se halla en El cortesano de Baltasar Castiglione, humanista mantuano y gran amigo de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. El tratado, publicado en 1528 y traducido al español por Juan Boscán en 1533, se convertiría en lectura obligatorio del caballero renacentista, al que llama a aunar el soldado con el erudito y poeta, proclamando que "cuán engaño reciban los franceses pensando que las letras embaracen las armas".[3][2]​ Para Castiglione, esta no es sino la continuación de la antigua tradición de la sapientia et fortitudo.[4][12]​ En su obra, las armas y las letras existen en simbiosis: los hechos de armas nacen del deseo de gloria, y ésta se inmortaliza por medio de las letras, cuyo conocimiento a su vez llama a su emulación y a nuevas hazañas de armas.[12]

Qué hombre hay en el mundo de tan bajo y de tan vil espíritu, que leyendo los hechos de César, de Alexandre, de Scipión, de Anníbal y de otros muchos no se encienda en un estraño deseo de parecelles?
El cortesano, p. 126[12]
 
Alonso de Ercilla, por El Greco.

Ante Castiglione, en 1533 Vives advierte en De ratione dicendi que el amor a la guerra ha conducido a la caída de naciones, y postula que las letras deben contar la guerra "sin decoraciones, con desprecio, para que no una guerra larga no sea sino un ejemplo de pasión, ambición, ira y odio". Para él, las letras han de buscar la socavación de las armas.[13]​ Por el contrario, Juan Ginés de Sepúlveda, quien celebra en el Demócrates de 1535 que cada vez más jóvenes nobles se vuelquen en el pensamiento y las ciencias en tiempos de paz, les recuerda no perder su identidad como hombres de guerra, basándose en la Biblia, en el derecho natural y en la Antigüedad.[14]

Sepúlveda también escribió a Carlos I animándole a no desesperar ante la masa gigantesca del imperio otomano, recopilando hechos de la Antigüedad, como los de Troya o la batalla de las Termópilas, en que unos pocos vencieron a muchos.[15]

El castellano, idioma que experimenta una bonanza desde que Carlos I lo convierte en idioma de sus cancillerías, es testigo de numerosos ejemplos de soldados-escritores que por medio de él buscan la elevación humanista del alma, especiado con numerosos cultismos grecolatinos especialmente desde la segunda mitad del siglo XVI. Destaca en él el grupo petrarquista español, con exponentes como Francisco de Aldana y Alonso de Ercilla.[2]​ En la misma línea helenista, Pedro Mejía en su Silva de varia lección de 1540 rescata la idea platónica del rey filósofo, a la que apuntalan ejemplos de hombres de letras y armas como César y Alejandro, ya que la erudición es necesaria para ambas tareas del rey: vencer en la guerra y gobernar en la paz.[16]

Reinado de Felipe II

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El mismo Felipe II, sucesor de Carlos I como monarca de España, se convierte en un representante de las letras y las armas por influencia de su padre, que para ello destinó su educación al obispo Juan Martínez Guijarro y al capitán de la guardia real Juan de Zúñiga. Como príncipe, Felipe viaja por Europa y se ejercita en las armas, cazando y justando con los nobles de los Países Bajos de los Habsburgo, y como rey, organiza en El Escorial la que será la mayor biblioteca privada de Europa, nutrida por humanistas como Diego Hurtado de Mendoza y Pedro Ponce de León. Ademas de libros, colecciona armas, y transmitirá el gusto de la caza a sus dos hijas, Isabela Clara Eugenia y Catalina Micaela, para sorpresa de sus contemporáneos. Sus lecturas van también desde las novelas de caballería como las obras de Erasmo, El príncipe de Maquiavelo y el Relox de príncipes de Antonio de Guevara.[3]

 
Cristóbal Mosquera de Figueroa.

La política de Felipe II se ve especialmente dominada por este mismo tópico. Felipe deviene rey en un tiempo y lugar en el que el monarca ya no puede aventurarse libremente en el campo de batalla, donde las armas de fuego otorgan una supervivencia impredecible, y el mismo Felipe no encuentra gloria en la guerra y prefiere el estudio y las letras. Sin embargo, no duda en ordenar tomarlas en defensa de la universitas christiana una vez intentada por su padre. El suyo es un "humanismo de las armas" en el que no existe contradicción entre amar a los hombres y combatir contra ellos si es bajo los principios de la virtud y por causa justa.[3]

La victoria de España en la memorable Batalla de Lepanto de 1571, en la que la dominante flota turca es aniquilada, domina el tópico. El comandante español en la batala, Juan de Austria, es equiparado con Marte, dios romano de la guerra, y celebrado en la obra de Cristóbal Mosquera de Figueroa, él mismo combatiente de Lepanto, y de Fernando de Herrera, una de cuyas obras decoraba una de las galeras de la batalla. En la misma época milita también el poeta Baltasar del Alcázar.[2]​ Figueroa sintetiza el tópico en su Breve Compendio de Disciplina Militar de 1596, en el que narra cómo los soldados escribían por las noches lo que hacían de día.[2]

El cronista Francisco Cervantes de Salazar comentó sobre las armas y letras en un sentido de simbiosis, en el que la espada da hechos a la pluma y ésta los inmortaliza, lo cual es la razón de que, pese a haber sucedido los hechos de César y Alejandro milenios atrás, todavía se conozcan y tengan vigencia.[17]

A finales de siglo todavía se debate sobre el ordenamiento de armas y letras. En sus Diálogos familiares (1580), Juan de Pineda llegó a la conclusión de que la espada es superior a la pluma, ya que las hazañas de Aquiles tienen mayor mérito que la labor de Homero para difundirlas. Sin embargo, Pineda también figura a Atenea venciendo a Marte, dejando espacio para que en realidad la pluma sea superior a la espada.[18]​ A pesar de ello, es una constante que cuando se discuta la oposición entre espada y pluma, ambas aparezcan como adversarios de igual dignidad y no en detrimento mutuo.[19]

Siglo de Oro tardío

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En 1599, Juan de Mariana expresa en su Del rey y de la institución de la dignidad real, influido por Solón, que la consagración a las letras es necesaria para el príncipe, y parte de ello es para la guerra: retórica para enardecer a los ejércitos y ciencias para la técnicas y los instrumentos de guerra.[20]

 
Retrato identificado con Miguel de Cervantes.

Miguel de Cervantes, escritor con la batalla de Lepanto a sus espaldas, discute esta dualidad en sus obras, especialmente en su obra cumbre Don Quijote de la Mancha, publicada la primera parte en 1605.[5][21]​ Cervantes bebe de diversos humanistas que tratan este ámbito, tales como Castiglione, Erasmo, Mejía y Juan de Mal Lara.[3]​ Paradójicamente para Cervantes, que perdió el uso de un brazo en Lepanto y sólo encontró beneficio en los libros, la obra se posiciona con la milicia y muestra a su personaje principal, don Quijote, enalteciendo las armas por encima de las letras, aunque en él no dejen de aunarse ambas pasiones.[5]​ Para don Quijote, el de las armas es un ejercicio tan espiritual como el de las letras y cuyo fin último es la paz, siguiendo a Erasmo al exaltar el valor de la paz para después separarse de él al decir que es imposible preservarla sin pasar por la guerra.[3][22]

Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas.

En consonancia con esto, don Quijote no ve el mérito de las armas en las hazañas y en la gloria, sino en la continua pobreza, sufrimiento y penurias del soldado en el cumplimiento del deber.[22]​ Cervantes desarrolla también la dualidad de las letras y las armas en otro de sus trabajos, su obra póstuma Los trabajos de Persiles y Sigismunda, en el que "no hay mejores soldados que los que se trasplantan de la tierra de los estudios a los campos de la guerra, porque cuando se avienen y se juntas las fuerzas con el ingenio y el ingenio con las fuerzas, hacen un compuesto milagroso".[3]

En 1634, Francisco Cascales delineó las letras como una ocupación digna para los nobles en los nuevos tiempos.[23]​ En la misma era, Baltasar Gracián llama al Madrid imperial de su época, convertida en capital en 1561, "teatro augusto de las letras y las armas".[3]

Véase también

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Referencias

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  1. a b Romojaro, 1998, p. 79.
  2. a b c d e f g Nascimento Couras, F. M. (2007) "Las armas y las letras". Hispanista, n. 30.
  3. a b c d e f g h i j k Fernández Hoyos, M. A. (1998). "Las armas y las letras en Felipe II". Congreso Internacional "Felipe II (1598-1998), Europa dividida, la monarquía católica de Felipe II (Universidad Autónoma de Madrid, 20-23 abril 1998) / José Martínez Millán (dir. congr.), Vol. 4, ISBN 84-8230-025-3, págs. 117-132
  4. a b c Strosetzki, 1996, p. 65.
  5. a b c d Álvarez Díaz, J. J. (2009). "Las armas y las letras en el refranero. El pleito que inspiró a Cervantes". Paremia, 18: 2009, pp. 77-85. ISSN 1132-8940.
  6. a b Strosetzki, 1996, p. 70.
  7. a b c d Strosetzki, 1996, p. 69.
  8. Strosetzki, 1996, p. 67.
  9. Strosetzki, 1996, p. 94.
  10. Strosetzki, 1996, p. 93-94.
  11. Strosetzki, 1996, p. 65-67.
  12. a b c d Arellano, 2009, p. 60.
  13. Arellano, 2009, p. 60-61.
  14. Strosetzki, 1996, p. 90-91.
  15. Strosetzki, 1996, p. 90.
  16. Strosetzki, 1996, p. 89.
  17. Strosetzki, 1996, p. 80.
  18. Strosetzki, 1996, p. 72-73.
  19. Strosetzki, 1996, p. 83.
  20. Strosetzki, 1996, p. 87.
  21. Arellano, 2009, p. 63-64.
  22. a b Arellano, 2009, p. 61.
  23. Strosetzki, 1996, p. 74-75.

Bibliografía

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  • Arellano, Ignacio (2009). Autoridad y poder en el Siglo de Oro. Universidad de Navarra. ISBN 9788484894704. 
  • Romojaro, Rosa (1998). Funciones del mito clásico en el siglo de oro: Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, Quevedo. Anthropos. ISBN 9788476585450. 
  • Strosetzki, Christoph (1996). La literatura como profesión: en torno a la autoconcepción de la existencia erudita literaria en el Siglo de Oro español. Reichenberg. ISBN 9783930700929.