Los dulces de La Ligua son un producto de la respostería de Chile, típico de la ciudad de La Ligua, en la Región de Valparaíso. Son elaborados de forma artesanal en distintas formas, pero tienen en común los mismos ingredientes básicos: hojarasca, manjar y merengue o betún. En ciertas ocasiones también se incorporan otros elementos como mermelada, dulce de alcayota, coco rallado o mostacillas.[1] Dependiendo de su forma reciben varios nombres específicos como alfajor, almeja, cachito, chilenito, cocada, empanada, empanada blanca, empolvado, palita, príncipe y príncipe blanco.[1]
Existen diversas teorías sobre su origen. La primera la lleva a fines del siglo xix con las tradiciones reposteras de las familias llegadas desde Copiapó, debido al agotamiento de los yacimientos minerales del norte, mientras que la segunda teoría la sitúa a comienzos del siglo xx sobre la tradición culinaria de las monjas agustinas de la zona. Todo esto sumado a que La Ligua era zona de producción de azúcar y cañaverales durante el Chile colonial.[2]
La comercialización de estos productos se vinculó al ferrocarril Longitudinal Norte y al Ramal Quinquimo-Papudo, que favoreció la circulación de los dulces por la zona, y la producción a mayor escala. Durante los años 1970, tras el cierre del ferrocarril, los vendedores comenzaron a poner a la venta los dulces en el costado de la Ruta 5, donde llamaban la atención con sus delantales blancos y por el aleteo de pañuelos, por lo que los turistas comenzaron a llamar a los que realizaban la venta de dulces como «palomitas».[2]
En 1996 una ordenanza del Servicio de Salud Viña del Mar-Quillota exigió envasar los dulces por normativa sanitaria. Esto llevó a varios problemas de calidad en los dulces, ya que alteró la humedad, por lo que se volvieron más secos y quebradizos, además de que se limitó la venta por unidad. Esto generó un malestar de la comunidad, y una organización y movilización de fabricantes, vendedores y otros actores de la sociedad civil. Esta acción denominada la «crisis del envasado», llevó a un intenso período de movilizaciones en La Ligua, que lograron una excepción en la normativa de envasado, y el comienzo de la valoración de los dulces como patrimonio cultural.[2]