Plantilla:Evento histórico
La Concordia de Antealtares fue un acuerdo (redactado en latín) y fechado en agosto de 1077 entre el obispo de Iria-Compostela Diego Peláez y el abad Fagildo del monasterio de San Pedro de Antealtares (Santiago de Compostela). El documento zanjó el conflicto abierto por las obras de la nueva catedral románica iniciadas en 1075: el monasterio consintió la ocupación de parte de sus dependencias para levantar la cabecera del templo a cambio de su reubicación inmediata en las cercanías y de la regulación de derechos y ofrendas vinculados al altar del Apóstol. La Concordia se conoce por una (copia de 1435 y se abre con un prólogo que contiene la narración conservada más antigua del inventio (descubrimiento) del sepulcro de Santiago Apóstol en el siglo IX.[1][2][3][4][5]
Según la tradición recogida en la propia Concordia, el origen del santuario jacobeo se remonta al reinado de Alfonso II de Asturias (791–842). Un ermitaño llamado Pelayo (Paio), que vivía junto a San Fiz de Solovio, observó durante varias noches unas luces milagrosas sobre un monte cercano, acompañadas de cánticos. Avisado el obispo de Iria Teodomiro, éste identificó el fenómeno como revelación divina: bajo la luminaria se hallaba la tumba del apóstol Santiago. Alfonso II acudió y confirmó el hallazgo; para honrarlo, mandó erigir una iglesia principal dedicada a Santiago, otra a San Juan Bautista (desaparecida) y un pequeño monasterio adyacente, llamado Ante Altares por situarse «ante los altares» de la iglesia. La comunidad, al cuidado del abad Ildefredo, recibió privilegios sobre el culto, entre ellos la percepción de la mitad de las ofrendas del altar del Apóstol.[6][7]
En décadas posteriores, el primer núcleo de culto creció en importancia. La primitiva iglesia fue sustituida a finales del siglo IX por una basílica patrocinada por Alfonso III el Magno, consagrada en 899. El monasterio de Antealtares permaneció junto a la iglesia como custodio del santuario apostólico.[8]
En 997, la ciudad y su catedral fueron arrasadas durante el saqueo de Almanzor. Tras el desastre, el obispo Pedro de Mezonzo impulsó la reconstrucción, y la diócesis introdujo gradualmente clérigos seculares (canónigos) en el servicio de la iglesia de Santiago, desplazando la primacía de la comunidad monástica de Antealtares. Este proceso se enmarca en la Reforma gregoriana y la política de los monarcas hispanos de sustituir el rito mozárabe por el rito romano, fortaleciendo para ello al clero secular frente al monástico.[9]
A comienzos de la década de 1070 accedió al obispado Diego Peláez (1070–1094). Con apoyo de Alfonso VI de León, proyectó una gran catedral románica (obras iniciadas en 1075) cuya cabecera requería ocupar terrenos del monasterio. Los monjes, cuyo cenobio quedaba en parte afectado, reclamaron ante el rey; la disputa se resolvió mediante el acuerdo formal de 1077, la Concordia de Antealtares.[8][9]
La Concordia fue redactada en latín y fechada en agosto de 1077. La versión conservada procede de una copia de 1435 custodiada en el archivo de la Universidad de Santiago de Compostela. Sus cláusulas principales fueron:
El diploma incluye un preámbulo histórico donde se resume la tradición del inventio del sepulcro, atribuyendo a Alfonso II la dotación de iglesia y monasterio y la concesión a los monjes de derechos sobre las ofrendas. Ese relato, ausente en detalle en el Códice Calixtino y tratado sumariamente en la Historia Compostelana y el Chronicon Iriense, confiere a la Concordia un valor excepcional como testimonio temprano de la tradición jacobea.[12]
La Concordia refleja una comunidad de Antealtares ya integrada en la Regla de San Benito y consolida la preeminencia del cabildo catedralicio en la administración del santuario, en línea con las reformas gregorianas del siglo XI. Pocos años después, en 1095, el papa Urbano II autorizó el traslado de la sede desde Iria Flavia a Santiago; y en 1120 Calixto II elevó la iglesia a sede metropolitana, consolidando la organización capitular y la autoridad del arzobispo compostelano.[8]
Durante el siglo XIII la comunidad benedictina cedió nuevos espacios para la ampliación gótica (fachada y plaza de la Quintana) y reordenó sus dependencias. A fines del siglo XV, en el contexto de la reforma observante de los Reyes Católicos, los monjes de Antealtares fueron trasladados a San Martiño Pinario (1495) y el antiguo cenobio pasó a ser monasterio femenino benedictino (1499). El Ara de Antealtares se conserva como pieza destacada del museo conventual.[13]
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