Arbitrariedad Es la cualidad de aquello que depende únicamente de la voluntad o el capricho, sin un fundamento objetivo ni justificación racional. El concepto se emplea en diversos campos del conocimiento, como la filosofía, el derecho, la política, la lingüística, la tecnología y las ciencias sociales. En todos los casos, se utiliza para señalar decisiones, relaciones o fenómenos que no obedecen a una necesidad lógica, causal o normativa. En filosofía, suele oponerse a la idea de necesidad; en lingüística, remite al carácter convencional del signo; y en derecho, política y derechos humanos, se usa para cuestionar decisiones o actos de autoridad que carecen de justificación razonable o proporcional. [1]
Las decisiones arbitrarias no son necesariamente lo mismo que las decisiones aleatorias. Por ejemplo, durante la crisis del petróleo de 1973, a los estadounidenses solo se les permitía comprar gasolina en días impares si su matrícula era impar, y en días pares si su matrícula era par. El sistema estaba bien definido y no era aleatorio en sus restricciones; sin embargo, dado que los números de matrícula no tienen ninguna relación con la aptitud de una persona para comprar gasolina, seguía siendo una división arbitraria de las personas. De igual manera, a los escolares se les suele organizar por su apellido en orden alfabético, un método no aleatorio, pero sí arbitrario, al menos en los casos en que los apellidos son irrelevantes. [2]
Este tipo de ejemplos muestran que lo arbitrario no implica necesariamente caos o desorden, sino la aplicación de un criterio que carece de relación lógica con la finalidad que persigue. En ese sentido, la arbitrariedad ha sido objeto de debate tanto en las ciencias sociales —donde se estudia cómo ciertas reglas clasifican o distribuyen recursos sin justificación objetiva— como en la práctica jurídica, donde los tribunales pueden anular actos administrativos o sanciones cuando se consideran «arbitrarios e irrazonables». Asimismo, en el ámbito de los derechos humanos, el concepto adquiere relevancia en expresiones como «detención arbitraria», recogida en tratados internacionales y utilizada para identificar privación de libertad sin base legal suficiente ni causa legítima. [3]
El término proviene del latín arbitrarius, relacionado con lo que depende del arbiter o juez. Desde la filosofía antigua, se ha asociado con la oposición entre lo necesario y lo contingente. Aristóteles ya reflexionó sobre lo contingente frente a lo necesario, y los estoicos debatieron el papel del capricho frente a la razón. En la Edad Media, pensadores como Tomás de Aquino abordaron la tensión entre la voluntad divina y el orden natural. En la filosofía moderna, autores como Hobbes, Kant o Rousseau analizaron la relación entre poder legítimo y poder arbitrario. [4]
A partir del siglo XVII, el concepto se vinculó estrechamente con el desarrollo del constitucionalismo y la teoría política liberal. John Locke sostuvo que el poder arbitrario es incompatible con la libertad, mientras que Montesquieu lo identificó como lo contrario al Estado de derecho y defendió la separación de poderes como mecanismo para limitarlo. En el derecho continental, juristas como Hans Kelsen profundizaron en la idea de que la arbitrariedad amenaza la seguridad jurídica al introducir decisiones no justificadas dentro del ordenamiento jurídico. [5]
En lingüística, Ferdinand de Saussure introdujo a comienzos del siglo XX la noción de arbitrariedad del signo, según la cual no existe un vínculo natural entre significante y significado, sino una convención social. Este planteamiento influyó en el estructuralismo y en corrientes posteriores de la semiótica.
En contextos contemporáneos, la arbitrariedad se analiza como un problema de legitimidad en el ejercicio del poder, en la construcción del lenguaje y en procesos de decisión automatizada. Organismos internacionales como las Naciones Unidas emplean el término al condenar prácticas como la detención arbitraria, mientras que en el campo de la tecnología se estudia la arbitrariedad en algoritmos de toma de decisiones, señalando riesgos de sesgo y falta de transparencia en sistemas de inteligencia artificial y clasificación automática. [6]
En filosofía, la arbitrariedad se relaciona con la ausencia de razones objetivas para una elección o juicio. Aristóteles vinculó el concepto con lo contingente, mientras que pensadores contemporáneos como Norberto Bobbio lo han utilizado para discutir los límites de la justicia y la racionalidad en el derecho. [7]
Las acciones arbitrarias están estrechamente relacionadas con la teleología, el estudio del propósito. Acciones que carecen de telos, un objetivo, son necesariamente arbitrarias. Sin un fin contra el cual medir, no se puede aplicar ningún estándar a las elecciones, por lo que todas las decisiones son iguales. Tenga en cuenta que los métodos arbitrarios o aleatorios en el sentido estándar de arbitrario pueden no considerarse elecciones arbitrarias desde el punto de vista filosófico si se hicieron para promover un propósito más amplio (como los ejemplos de disciplina escolar o regulación de compra de gasolina).
El nihilismo es la filosofía que cree que no hay propósito en el universo, y que cada elección es arbitraria. Según el nihilismo, el universo no contiene ningún valor y esencialmente no tiene sentido. Debido a que el universo y todos sus constituyentes no contienen ningún objetivo superior a partir del cual podamos establecer subobjetivos, todos los aspectos de la vida y las experiencias humanas son completamente arbitrarios. No existe una decisión, pensamiento o práctica correcta o incorrecta y cualquier elección que haga un ser humano es tan insignificante y vacía como cualquier otra elección que pudiera haber hecho.
Muchas corrientes del teísmo, la creencia en una o varias deidades, creen que todo tiene un propósito y que nada es arbitrario. En estas filosofías, Dios creó el universo por una razón, y cada evento se deriva de ella. Incluso los eventos aparentemente aleatorios no pueden escapar a la mano y el propósito de Dios. Esto se relaciona en cierta medida con el argumento del diseño: el argumento a favor de la existencia de Dios porque se puede encontrar un propósito en el universo.
La arbitrariedad también se relaciona con la ética, la filosofía de la toma de decisiones. Incluso si una persona tiene un objetivo, puede optar por intentar alcanzarlo de maneras que podrían considerarse arbitrarias. El racionalismo sostiene que el conocimiento se obtiene mediante el cálculo intelectual y la deducción; muchos racionalistas aplican esto también a la ética. Todas las decisiones deben tomarse mediante la razón y la lógica, no por capricho ni por cómo uno “siente” lo correcto. La aleatoriedad puede ser aceptable ocasionalmente como parte de una subtarea en pos de un objetivo mayor, pero no en general.
En semiótica, la teoría general de los signos, sistemas de signos y procesos de signos, Saussure introdujo la noción de arbitrariedad según la cual no existe una conexión necesaria entre el significante y la entidad a la que se refiere o denota como su significado como concepto mental u objeto real.
Además, distintos autores contemporáneos han profundizado en la noción de arbitrariedad desde varios ángulos filosóficos. Por ejemplo, Prats sostiene que existen múltiples formas de arbitrariedad, que pueden variar según el contexto semántico, político o moral en que se analicen, lo que confirma que no es un concepto unívoco sino multidimensional.[8] Desde la filosofía política, Bello Hutt explica que en Hobbes la libertad política se entiende como la ausencia de sujeción a una voluntad arbitraria, lo que muestra que lo arbitrario no solo es una falta de propósito, sino también un problema de poder y dominación.[9] En el plano práctico y ético, Cassagne plantea que la arbitrariedad debe distinguirse de la discrecionalidad, pues lo que la caracteriza es la falta de razonabilidad, entendida como la justificación racional de las decisiones.[5] Estas perspectivas amplían la discusión y permiten ver cómo la arbitrariedad está en el centro de debates ontológicos, políticos y éticos.
Si bien el nihilismo considera que todo acto humano carece de sentido, otras corrientes filosóficas buscan delimitar y restringir la arbitrariedad para dar coherencia a la vida social. Por ejemplo, el principio de razonabilidad en ética y derecho funciona como un freno normativo contra la arbitrariedad, señalando que las decisiones válidas deben poder ser explicadas y fundamentadas (Cassagne, 2022). De este modo, lo arbitrario aparece no sólo como una noción negativa, sino también como un desafío para la construcción de sistemas normativos estables.
En el ámbito de la filosofía del lenguaje, el aporte de Saussure se complementa con perspectivas más recientes que muestran cómo la arbitrariedad de los signos no implica caos, sino convención social. En ese sentido, lo arbitrario se convierte en la base de la comunicación: aunque no haya una conexión natural entre palabras y cosas, los acuerdos sociales permiten superar la arbitrariedad inicial y generar significación compartida. Esto abre un campo fecundo de reflexión entre filosofía, lingüística y semiótica.
Finalmente, cabe señalar que la arbitrariedad ha sido considerada también desde un ángulo existencial. Para autores como Sartre, la libertad humana implica la posibilidad de elegir sin un fundamento absoluto, lo que en cierto sentido nos condena a la arbitrariedad. Sin embargo, esa arbitrariedad no es necesariamente negativa, sino que revela la radical responsabilidad del ser humano frente a sus elecciones. Así, la arbitrariedad no solo se vincula con ausencia de propósito, sino también con la creación de sentido en contextos donde no hay un fin dado previamente.
En semiótica, Ferdinand de Saussure introdujo la noción de arbitrariedad según la cual no existe una conexión necesaria entre el significante (o signo material) y la entidad a la que se refiere (significado).
Este principio de arbitrariedad del signo es fundamental en la teoría lingüística estructuralista y ha inspirado debates posteriores sobre el origen y la evolución del lenguaje. Además, ha sido clave para comprender cómo los sistemas de comunicación dependen de convenciones sociales y culturales, y no de relaciones naturales entre palabras y objetos. La noción de arbitrariedad también ha influido en campos como la semiótica visual y la teoría de la información, donde se analiza cómo los signos adquieren significado dentro de sistemas convencionales y contextos específicos.
El símbolo de un cuantificador universal
Un símbolo lógico es un concepto fundamental en lógica, cuyos tokens pueden ser marcas o una configuración de marcas que forman un patrón particular. En matemáticas, arbitrario corresponde al término "cada" y al cuantificador universal ∀, como en una división arbitraria de un conjunto o una permutación arbitraria de una secuencia.
Su uso implica generalidad y que una afirmación no sólo se aplica a casos especiales, sino a todas las opciones disponibles. Por ejemplo:
"Dado un número entero arbitrario, multiplicarlo por dos dará como resultado un número par."
Aún más, la implicación del uso de "arbitrario" es que la generalidad se mantendrá —incluso si un oponente eligiera el elemento en cuestión. En cuyo caso, arbitrario puede considerarse sinónimo de "peor caso".
En resumen, en lógica formal y matemáticas, "arbitrario" no significa aleatorio ni carente de sentido, sino que representa la generalidad y la validez universal. En este sentido, la noción de "arbitrario" se vincula estrechamente con el cuantificador universal que expresa que una proposición se cumple para todos los elementos de un dominio dado. Según Suppes, el carácter universal de la lógica matemática se sostiene precisamente en el uso de variables arbitrarias que no dependen de un valor específico, sino que representan la totalidad de los posibles elementos.
De manera similar, Shoenfield (2001) explica que en teoría de conjuntos el término "arbitrario" cumple una función metodológica: permite formular resultados generales sin necesidad de especificar un caso en particular, reforzando así la validez de un teorema para cualquier instancia del dominio considerado. Lo "arbitrario" asegura que una proposición matemática no depende de la elección de un caso específico, sino de la estructura lógica que la sustenta.
Asimismo, el uso de "arbitrario" en combinatoria y en análisis de algoritmos suele estar relacionado con el peor caso. Cormen, Leiserson, Rivest y Stein (2009) subrayan que analizar un "elemento arbitrario" en un algoritmo equivale a garantizar que la conclusión se mantendrá incluso bajo la selección más desfavorable. Por lo tanto, lo arbitrario asegura tanto la validez universal de las afirmaciones matemáticas como la robustez de los resultados en contextos aplicados.
El término arbitrary proviene del latín arbitrarius, de donde también procede arbiter; alguien encargado de juzgar un asunto. Un fallo jurídico arbitrario es una decisión tomada a discreción del juez, y no una que esté fijada por la ley. En el derecho romano ya aparecía esta distinción en procedimientos donde el arbiter tenía margen de discrecionalidad en casos no estrictamente regulados por normas codificadas. La jurisprudencia medieval debatió posteriormente si la discrecionalidad judicial podía convertirse en arbitrariedad cuando contradecía principios legales establecidos.
En algunos países, la prohibición de la arbitrariedad está consagrada en la constitución. El Artículo 9 de la Constitución Federal Suiza teóricamente se impone incluso sobre decisiones democráticas al prohibir la acción gubernamental arbitraria. Existen disposiciones similares en la Ley Fundamental de Alemania (Grundgesetz), donde el artículo 3 y el principio del Rechtsstaat prohíben la discriminación arbitraria por parte de las autoridades públicas. La Corte Suprema de Estados Unidos ha anulado leyes por carecer de una “base racional”, fundamentando tales decisiones en las cláusulas de debido proceso y de igual protección de la Decimocuarta Enmienda. Un estudio reciente del sistema de asilo estadounidense sugiere que la arbitrariedad en la toma de decisiones podría ser la causa de grandes disparidades en los resultados entre diferentes jueces, un fenómeno descrito como “ruleta del asilo” (refugee roulette). Esta expresión se ha vuelto común en la literatura sobre derecho migratorio para destacar la inconsistencia y la falta de previsibilidad en las resoluciones de asilo.
El Artículo 330 del Código Penal ruso tipifica la arbitrariedad como un delito específico, pero con una definición muy amplia que abarca cualquier “acción contraria al orden establecido por una ley”. Otros sistemas jurídicos postsoviéticos, como los de Ucrania y Kazajistán, han adoptado disposiciones similares, aunque a menudo criticadas por su vaguedad, que permite una amplia discrecionalidad fiscal. En el derecho internacional, la arbitrariedad también está prohibida en el contexto de la detención: el Artículo 9 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos prohíbe expresamente el arresto o la prisión arbitraria, reforzando este principio como un estándar jurídico universal.
La prohibición de la arbitrariedad es un principio central en varias constituciones hispanohablantes, explícitamente recogido o garantizado en artículos que obligan a los poderes públicos a actuar siempre conforme a criterios legales, razonables y justificados.
Un ejemplo explícito es el de España, donde la Constitución Española de 1978 dispone en su artículo 9.3:
"La Constitución garantiza el principio de legalidad, la jerarquía normativa, la publicidad de las normas, la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales, la seguridad jurídica, la responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos".
Esto obliga a que cualquier acto, norma o decisión de autoridades públicas deba tener fundamento legal y justificación objetiva; si son arbitrarios, pueden ser impugnados ante los tribunales. Por ejemplo, una administración no puede cambiar sus criterios sin justificación legal ni adoptar medidas restrictivas desproporcionadas.
La Constitución de Chile (1980, con reformas) prohíbe la arbitrariedad tanto en materia legislativa como en la actuación de autoridades y del Estado, por ejemplo:
En México, la prohibición de la arbitrariedad está implícita en mandatos como el Artículo 14:
"En los juicios de orden criminal queda prohibido imponer, por simple analogía y aun por mayoría de razón, pena alguna que no esté decretada por una ley exactamente aplicable al delito de que se trate".
También el Artículo 22 prohíbe penas inusitadas y desproporcionadas, asegurando que toda sanción sea proporcional, evitando así la arbitrariedad penal.
En política, se habla de poder arbitrario cuando la autoridad actúa sin control ni justificación, lo que ha sido identificado como un rasgo de régimen despótico o autoritarismo. Este concepto ha sido tratado por pensadores como John Locke, quien en su Segundo tratado sobre el gobierno civil advirtió que el poder arbitrario es incompatible con la libertad individual, y por Montesquieu, que lo vinculó a la ausencia de separación de poderes. [10]En la teoría contemporánea, Hannah Arendt también analizó la arbitrariedad como un elemento central de los sistemas totalitarios, en los que las leyes pueden aplicarse o ignorarse sin criterios objetivos.
Las políticas públicas pueden generar desigualdades cuando se basan en criterios irrelevantes (por ejemplo, cupos por orden alfabético). En sociología, se estudia el impacto de decisiones arbitrarias en la confianza ciudadana y en la legitimidad de las instituciones. Investigaciones empíricas han mostrado que cuanto mayor es la percepción de arbitrariedad en la aplicación de normas —como en la asignación de beneficios sociales, becas o permisos administrativos—, menor es el grado de cumplimiento voluntario y mayor la desafección política. La literatura sobre gobernanza destaca que limitar la arbitrariedad mediante normas claras, transparencia y mecanismos de rendición de cuentas es fundamental para consolidar el Estado de derecho y fortalecer la cohesión social.
Con el auge de la inteligencia artificial, ha cobrado relevancia la idea de “arbitrariedad algorítmica”: sistemas que, aun con reglas precisas, producen resultados sin justificación coherente para el usuario. Estudios como The Algorithmic Leviathan exploran los problemas de equidad, explicabilidad y responsabilidad que esto plantea.
Además, este fenómeno se observa en algoritmos de clasificación, decisiones judiciales asistidas por inteligencia artificial, sistemas de recomendación y procesos de selección automática, donde criterios aparentemente neutrales pueden generar sesgos o resultados impredecibles. Investigaciones recientes destacan la importancia de implementar transparencia, auditorías independientes y estándares éticos en el diseño de sistemas automatizados para mitigar los efectos de la arbitrariedad algorítmica.
En lingüística, la idea de arbitrariedad permitió fundar los estudios estructuralismo y semiótica.
En derecho, es un criterio de control en tribunales constitucionales, donde se invalida lo que se considera arbitrario o carente de razonabilidad.
En teoría política, el concepto sirve para analizar abusos de poder y la legitimidad del Estado.
En tecnología, se utiliza para evaluar y corregir sesgo algorítmico en algoritmos y sistemas de decisión automatizados.
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