Yolanda Oreamuno Unger (San José, Costa Rica, 8 de abril de 1916-Distrito Federal, México, 8 de julio de 1956)[1] fue una escritora costarricense.
Yolanda Oreamuno | ||
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Escultura de Yolanda Oreamuno en el jardín del Teatro Nacional, obra de Marisel Jiménez | ||
Información personal | ||
Nacimiento |
8 de abril de 1916 San José, Costa Rica | |
Fallecimiento |
8 de julio de 1956 (40 años) Distrito Federal, México | |
Nacionalidad | Costarricense | |
Información profesional | ||
Ocupación | Escritora | |
Años activa | Siglo XX | |
Género | Novela | |
Hija única del matrimonio de Carlos Oreamuno Pacheco y Margarita Unger Salazar. Tras el fallecimiento de su padre, cuando ella aún no había cumplido el año de edad, Yolanda fue criada principalmente por su abuela materna, Eudoxia Salazar Salazar .[2] Cursó la educación secundaria en el Colegio Superior de Señoritas, donde se graduó como Perito Contable; además, hizo estudios en Mecanografía y Secretariado.[1]
Sus cuarenta años de vida parecen claramente divididos en dos periodos: hasta los 20, fue una joven hermosa y de talento, que gana popularidad en sociedad; los otros 20, fueron años marcados por la tragedia, la soledad y la enfermedad. Primera escritora que expone y se rebela contra la situación de la mujer en la sociedad de Costa Rica, en la primera mitad del siglo XX.
Después de terminados sus estudios, trabajó en el edificio Correos y Telégrafos, donde estaba ubicada la antigua Secretaría de Hacienda. "Su juventud la pasa en medio de amistades, en paseos, deportes y su gusto por actividades culturales muy íntimas, pero de gran nivel. Su carácter y belleza la convierten en una de las jóvenes costarricenses más admiradas durante este periodo".[1]
A los 20 años de edad, en 1936, publicó su primer cuento La lagartija de la panza blanca, y también Para Revenar, no para Max Jiménez.
En la embajada de Chile, donde trabajaba, conoció al diplomático Jorge Molina Wood, con quien se casó y se fue a vivir al país de este. En Chile escribe los relatos La mareas vuelven de noche y Don Junvencio, que quedarían en manos de Hernán Max y que no sería publicadas hasta 1971.
Pero a fines de 1936 regresa a Costa Rica: su marido, víctima de una enfermedad incurable, se había suicidado.
Al año siguiente contrajo matrimonio con Óscar Barahona Streber, abogado simpatizante del Partido Comunista Costarricense: entró en contacto con las ideas marxistas y participó en actividades antifranquistas y de defensa de la República española.[2]
Literariamente, fue aquel uno de sus años más prolíficos: sus obras aparecen en Repertorio Americano, revista que publica Joaquín García Monge, quien se convertirá en su maestro, editor y amigo. Entre los cuentos que vieron la luz entonces figura 40º sobre cero, 18 de setiembre, Misa de ocho, Vela urbana, El espíritu de mi tierra, Insomnio y El negro, sentido de la alegría.
Su primera novela, Por tierra firme, la comenzó a escribir en 1938 y en 1940 la envió a un concurso en el que compartió el primer premio con otros dos escritores. Descontenta con esta decisión, se negó a enviar el manuscrito para su publicación en Nueva York y finalmente el texto de la obra se perdió.[2]
El 21 de septiembre de 1942 nace su único hijo, Sergio Barahona Oreamuno, y ese mismo año comienzan a deteriorarse la relación con su marido, que terminaría el divorcio.
Viaja a México, después se traslada a vivir en Guatemala, donde adquiere la nacionalidad. Más adelante, en 1949, gravemente enferma, permaneció cuatro meses en un hospital de Washington. Posteriormente, se retira a México y en casa de la poeta costarricense Eunice Odio muere en 1956. Fue enterrada en un panteón en San Joaquín, D.F. en el mojón 7 363, pero en 1961, sus restos mortales fueron trasladados a San José,[3] donde yacen el Cementerio General en la fosa número 729 del cuadro Dolores.[1] Su tumba permaneció 50 años sin siquiera una inscripción y sólo en el 55 aniversario de su muerte, el 8 de julio de 2011, llegó a buen término la iniciativa del literato y bloquero costarricense J. P. Morales de colocarle una placa conmemorativa.[4]
Retratada en vida por diversos artistas —entre los que destacan Margarita Bertheau, Manuel de la Cruz González Luján, Teodorico Quirós o Francisco Amighetti—, el 2 de diciembre de 1997 una escultura suya, obra de Marisel Jiménez, fue inaugurada en el Paseo de los Artistas del jardín del Teatro Nacional, en San José, junto al busto de su amiga y poetisa Eunice Odio.[5]
Su novela La ruta de su evasión (1948) es para muchos críticos "la más adelantada de sus contemporáneos latinoamericanos en cuanto a técnicas narrativas. Algunas de las referencialidades de esta novela podría decirse que corresponden a Thomas Mann, Sudermann y Marcel Proust".[1] Sobre su trabajo literario, Abelardo Bonilla sostiene que "en esta como en todas las obras de Yolanda Oreamuno hay audacia de concepción y de forma, pero es evidente la falta de unidad interior".[6]
La fugitiva (2011), novela del nicaragüense Sergio Ramírez, está inspirada en Yolanda Oreamuno.[7] En esta obra, se nos presenta la vida de Amanda Solano (Yolanda) a través de los recuerdos de tres amigas, personajes estos que tienen también como prototipos a mujeres reales; así, el último relato es el de una cantante, Manuela Torres, que correspondería a Chavela Vargas; los otros dos, Gloria Tinoco y Marina Carmona, están inspirados en Vera Tinoco Rodríguez, casada con un hijo del presidente de Costa Rica Rafael Yglesias Castro y la pedagoga y escritora Lilia Ramos Valverde (1903-1985), respectivamente.[8]
Como señala la Editorial Costa Rica en la página dedicada a la autora, Yolanda Oreamundo es "personalidad clave en la novelística femenina costarricense, la primera escritora que expone y se rebela contra la situación de la mujer en la sociedad de nuestro país, en la primera mitad del siglo XX".[9]
El exilio de Yolanda Oreamuno se produjo durante la dictadura de Federico Tinoco, en Costa Rica, a principios del siglo XX. Tinoco tomó el poder por la fuerza y estableció un régimen represivo que silenciaba a aquellos que se oponían a su gobierno. Oreamuno, como defensora de la justicia y la libertad, no tardó en convertirse en una figura incómoda para el régimen.
Ante la creciente persecución y censura, Oreamuno se vio obligada a abandonar su país natal y partir al exilio en 1927. Su exilio la llevó a diversos países, como México, El Salvador y Guatemala, donde continuó su lucha a través de su escritura y su participación en movimientos políticos y sociales.
Durante su exilio, Oreamuno mantuvo viva la esperanza de un regreso a su patria, pero nunca dejó que la distancia y la adversidad sofocaran su voz. Siguió escribiendo y denunciando las injusticias, convirtiéndose en un faro de inspiración para aquellos que habían experimentado la opresión y la persecución.
A través de pensamiento, Oreamuno dejó un legado literario que exploró las complejidades de la condición humana, desafió las normas sociales y exploró temas tabú en la sociedad costarricense de su tiempo. A través de su escritura, abordó temas como la opresión de la mujer, la desigualdad social y el exilio. Su obra se caracteriza por una voz fuerte y directa que cuestiona las injusticias y desafía las estructuras establecidas.
Oreamuno creía en el poder de la palabra escrita como una forma de resistencia y liberación. Sus escritos reflejan una profunda comprensión de la condición humana y revelan la lucha interna y externa que experimentan las personas en situaciones de opresión. Su estilo literario es introspectivo, emotivo y cautivador, lo que permite al lector sumergirse en las emociones y reflexiones más íntimas de los personajes.
Ensayos, críticas y comentarios
Literatura dispersa
Relatos de referencia desconocida
Textos de ubicación desconocida
Literatura consultada