La Virgen del Rosario de Rio Blanco y Paypaya es una advocación de la Virgen María que se celebra durante todo el mes de octubre y en particular el día 7 de octubre, día de la Virgen del Rosario. El Papa Juan XXIII la declaró la Patrona de San Salvador de Jujuy desde 1920.
La devoción a la Virgen del Rosario de Paypaya y Rio Blanco, nace en la familia de don Gonzalo de Tapia, que se estableció en la chacra de Palpalá. Desde la década de 1660, don Pedro Ortiz de Zárate siendo Párroco atendió ese culto todos los años en la capilla de Rio Blanco, cuya devoción se mantiene hasta nuestros días.[1]
El pueblo de Paypaya (donde actualmente esta el pueblo de Rio Blanco y el santuario de la Virgen de Rio Blanco) pertenecía a la encomendera doña María de Tapia y Loaysa y su madre mantenían la capilla que durante diez años fue atendida por el Beato don Pedro Ortiz de Zárate.[2]
Don Pedro realizaba las fiestas del Rosario en el mes de octubre donde asistían todos, nativos, españoles y criollos. El Párroco donaba sus estipendios para la reedificación de la capilla como se afirma en el testamento de Doña María de Tapia y Loaysa.[3]
De esta forma Pedro vivió una década con los paypayas y trasladaba la imagen de la Virgen del Rosario en una carreta de dos ruedas tirada por bueyes que le había dado el obispo Melchor Maldonado y Saavedra.[4]
Entre otras cosas, los paypayas instalaron un molino harinero o tahona, una fragua de hierro para hacer herramientas y campanas, un aserradero para llevar maderas hasta las minas de Chichas, un trapiche para moler caña de azucar y hasta una almona para fabricación de jabón. La comunidad llegó a tener más de doscientas cabalgaduras.[5]
La devoción de la Virgen crecía por todo Jujuy y Pedro era conocido por el nombre del queredor de los indios o el Defensor de los Paypayas.[6]
Es evidente que en presencia de peligros y matanzas que hacían temer la suerte de Esteco para Jujuy, la piedad de los españoles y de los indios buscó amparo en la Virgen del Rosario cuya protección había salvado la civilización cristiana en las aguas de Lepanto.[7]
A mediados del 1600 los ataques violentos de los indios chiriguanaes se filtraban al sur de San Salvador de Jujuy por el Pongo y Zapla desde la selva del Chaco.[8]
En 1647 los naturales de la selva invadieron la población de los indios ocloyas, matando 72 adultos, quemando sus habitaciones, llevando cautivos sus hijos y mujeres. En 1664 volvieron con mayor osadía saqueando a su paso. En 1669 invadieron la población de los indios osas (de Palpalá) matando y cautivando muchos de ellos.[9]
Ese mismo año, 1669, se produjo un ataque en la chacra de los paypayas en Rio Blanco. Los naturales del Chaco cruzaban el rio grande cuando una señora desprendía luces sobre un árbol pacará. La señora tenía upa una guagua y ofrecía como un liwi con muchas piedritas en forma de rosario. La aparición frenó el ataque como escudo protector haciendo retroceder a los nativos de la selva.[10]
En 1671, gobernador Angel Peredo junto al Sargento Diego de Pineda, alias “Charabusú”, entraron a la selva del chaco prometiendo la paz. Juntaron más dos mil nativos de la selva y los capturaron para repartirlos en encomiendas en las ciudades de Salta, Santiago, Córdoba y otras.[11]
Don Pedro Ortiz de Zarate enfrentó al gobernador de haber desnaturalizado a los nativos, repartiéndolos por las ciudades de la gobernación y vendiéndolos como esclavos, en nombre de su Majestad, el Rey.[12]
La devoción a la virgen continuó entre los paypayas hasta nuestros días. Existe en la Iglesia Parroquial de Jujuy, una pequeña campana con fecha de 1696 que tiene la siguiente inscripción: «Soy de nuestra Señora de Paypaya»[13]