Tras el concilio:
Estas perspectivas (las positivas que se veían tras el Concilio Vaticano II) no llegaron a alcanzarse. Más aún, actualmente, entre algunas tendencias no es fácil encontrar puntos coincidentes para la reflexión moral. Las razones de este fracaso fueron, entre otras las tres siguientes: el afán excesivo de reforma en unos, el tradicionalismo exagerado en otros y −posiblemente en todos− la falta de rigor intelectual debido. Cuando se haga la historia de las ideas morales de esa época no dejará de sorprender la ligereza con que se rompe con el pensamiento anterior, de forma que la novedad parecía ser el único aval de veracidad. Esa misma actitud muestra que más que el rigor interesa lo originalpág. 111
Esto se manifestó claramente en artículos del quinto número del año 1965 de la revista Concilium donde varios teólogos como Ouwerkerk o Walgrave toman partido por una ética de la situación. Por ejemplo:
Precisamente en los casos en que el hombre está en necesidad, puede ésta cambiar de tal forma la significación de una situación que se manifiesten nuevos valores o contravalores que le impongan una conducta imprevistaOuwerkerk, Ethos cristiano y compromiso humano
O bien:
Lo verdadero, lo bueno, lo noble, lo bello son indudablemente valores absolutos, pero que nos impulsan no en su idealidad pura y absoluta, sino sólo en tanto en cuanto se traducen en tareas concretas. Lo posible, lo realizable hic et nunc, la exigencia concreta, son definidos precisamente por la situación en la que el hombre se encuentra... La interpretación de las circunstancias por la idea y de la idea por la situación constituyen una unidad indisoluble; tal unidad es típica de la existencia pensante e históricaWalgrave, Moral y evolución
Al año siguiente, también para el número quinto se vuelven a tratar temas de moral: J.C. Murray habla del aspecto historicista de la libertad religiosa, A.M. Hamelini de la autonomía del individuo, A. Müller de limitar los alcances de las enseñanzas magisteriales.
En 1967 todavía se va más allá. Los autores concuerdan en afirmar que los modelos morales derivados del Nuevo Testamento o de la Revelación son indicativos y no vinculantes y que el Magisterio no puede pronunciarse sobre temas que no están tratados explícitamente en la Sagrada Escritura. Además, en materia de moral conyugal:
La mayoría de los teólogos están convencidos, por ejemplo, de que a las prescripciones morales referentes a la regulación de los nacimientos, no le corresponde (al Magisterio) una seguridad definitiva, pues se basan decisivamente en la interpretación filosófica de la sexualidad humanaJ. Blank, Moral moderna y Nuevo Testamento
La expresión “moral de la situación”[1] o “ética de la situación” que fuera considerada antes sospechosa,[2] vuelve a sonar como un requerimiento del nuevo contexto histórico:
La ética de la situación exige que se preste atención a la historicidad de la existencia humana y, por tanto, al sentido de una moral evangélica en una situación totalmente nueva del mundoOuwerkerk, Secularidad y ética cristiana
La encíclica Humanae Vitae fue el detonante. La carta fue firmada el 25 de julio de 1968 tras larga expectación por parte de los teólogos y obispos. El Papa Pablo VI había solicitado el estudio del tema del control de nacimientos a una comisión y afirmó que quería él mismo tomar una decisión al respecto. La mayoría de la comisión firmó el documento llamado Dossier de Roma[3] donde se afirmaba que el uso de los anticonceptivos dentro del matrimonio podía ser lícito. Dada la rápida difusión de las conclusiones de la comisión, la publicación de la Humanae Vitae suscitó fuertes controversias.
De ahí que se comenzara a cuestionar no tanto las motivaciones que el Papa ofrecía a su decisión sino más bien al alcance y aplicación del Magisterio de la Iglesia. Algunas conferencias episcopales prepararon documentos propios que presentaban y hasta adaptaban las enseñanzas pontificias[4] aunque siempre invocaban razones pastorales.
Las reacciones de algunos teólogos fueron especialmente contrarias al documento.
Se opuso abiertamente a las enseñanzas de la encíclica[5] y fue advertido por ello a través de la Congregación para la doctrina de la fe. Afirmaba que tales materias debían ser consultadas a los fieles o por lo menos decidirse a través de un referendum realizado a obispos y teólogos.[6]
No solo se opuso a la doctrina explicitada por el Papa sino que realizó una campaña de recolección de firmas. Envió al Vaticano un documento firmado por otros 650 norteamericanos en la que se reivindicaba el derecho a disentir de las enseñanzas del Magisterio. Más tarde profundizando en los mismos motivos afirmaría que existe una dicotomía entre la fe del pueblo y el Magisterio.[7]
A ellos se sumaron otros teólogos del prestigio de Franck Böckle que sostenía la libertad de la conciencia ante las enseñanzas morales de la Iglesia, Alfons Auer con su “autonomía moral”[8]
La mayor parte se centró en circunscribir el alcance o matizar las conclusiones de la encíclica a partir de presupuestos de una ética de la situación o de las circunstancias.
Algunos sacerdotes de la diócesis de Washington publicaron un texto conjunto en el que afirmaban que la decisión final en materia de control de los nacimientos a través de medios anticonceptivos para cada caso concreto correspondía a los esposos.
Así también lo sostuvo el P. Arthur McCormack dando lugar a dos documentos de la Congregación para el clero donde se aclaraba el carácter magisterial obligatorio de la Humanae Vitae.
Ya en 1989 otro grupo, esta vez de 163 profesores de teología, publica la Declaración de Colonia en la que se oponen a las enseñanzas del magisterio en materia de moral sexual partiendo de los derechos de la conciencia individual. Teólogos como Peter Hünermann y Bernhard Fraling mantienen posiciones semejantes en la década de los noventa.