La serbianidad (en serbio: српство, srpstvo) es un término étnico de uso ambiguo entre los serbios para denotar un tipo de patriotismo o de solidaridad entre los miembros del pueblo serbio. No se debe confundir con el nacionalismo propio ante la falta de una agenda política y la ausencia de un rival antagonista o ante las actitudes agresivas de ciertos miembros de la etnia serbia. Se suele asociar a la devoción por la cultura, historia y la iglesia ortodoxa de Serbia.
—Maldición de Kosovo:
"Donde sea que haya un serbio o este nazca, |
En Serbia empezaron y viven los serbios.
La Batalla de Kosovo en 1389 contra el Imperio otomano es el símbolo más fuerte de la Serbianidad o "Serbdom" y del nacionalismo de los serbios.
Entre los siglos XIX y XX, surgieron muchos de los movimientos nacionalistas serbios, como el de Narodna Odbrana o del Joven Bosnia, cuya base fuera el sentimiento anti-imperialista (especialmente contra el imperio austro-húngaro) y el Paneslavismo secular y más que otra identidad por credo; en los que incluyeron tanto a ortodoxos como a los musulmanes, como Muhamed Mehmedbašić, en sus miembros.[1][2] Por otra parte, estaba el movimiento monarquista paramilitar Bela Ruka (creado en 1912) que tenía una mayor aprobación dentro de los sectores tradicionales. En 1920 sus miembros se convirtieron en protagonistas de una fuerza dentro de la Primera Yugoslavia tras la Primera Guerra Mundial.
En el mensaje de Marko Miljanov al embajador austriaco en Montenegro: "Díganle a ese diputado austriaco, que le diga a su emperador, que Dios quiera que se libren las tierras eslavas de su mandato para crear y unir al Serbdom: Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Serbia y la Vieja Serbia, para unirlas y hacer el Reino de los Serbios"
El renacimiento del nacionalismo serbio tras tres siglos de mandato otomano en los Balcanes surge al mismo tiempo que el nacionalismo romántico durante las Revoluciones de 1848 en Europa oriental y tras la expansión y surgimiento de un gran poder que apoyaría el movimiento paneslavista ortodoxo, el Imperio ruso, quien se describió a sí mismo como un protector (y posteriormente como un libertador) de los pueblos cristianos ortodoxos (entre serbios, griegos, montenegrinos, rumanos, búlgaros) en tierras otomanas.