Las reservas de la biosfera (denominadas reservas de la biósfera en países latinoamericanos[1]) son áreas o territorios reconocidos internacionalmente por la UNESCO en el marco de su Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MaB). Su objetivo es armonizar la conservación de la diversidad biológica y cultural con el desarrollo económico y social, mediante una interacción equilibrada entre las personas y la naturaleza. A diferencia de figuras estrictamente protegidas como los parques nacionales, en las reservas de la biosfera pueden vivir comunidades humanas que realizan actividades sostenibles, aunando la protección de los ecosistemas con el desarrollo humano local.[2] Cada reserva de la biosfera cumple tres funciones básicas complementarias: conservación, desarrollo y apoyo logístico, que la distinguen dentro de las categorías de áreas protegidas tradicionales. Estas áreas sirven también como sitios de experimentación y aprendizaje sobre el desarrollo sostenible, promoviendo la investigación científica, la educación ambiental y la difusión de conocimientos sobre la gestión sustentable de los recursos.[3][4]
El concepto de reserva de la biosfera surgió a inicios de la década de 1970. En 1971 la UNESCO lanzó el Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MaB), con el propósito de establecer una base científica para mejorar la relación entre las sociedades humanas y su entorno natural. Como parte de este programa, se propuso seleccionar lugares representativos de los diferentes hábitats del planeta, abarcando ecosistemas terrestres, marinos y costeros, para promover en ellos el concepto entonces emergente de desarrollo sostenible. En 1976 se designaron las primeras reservas de la biosfera, iniciando la conformación de una red mundial que ha crecido continuamente con nuevas incorporaciones cada año.[5] En 2001 la Red Mundial de Reservas de la Biosfera recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, en reconocimiento a su contribución a la cooperación internacional en materia de conservación y desarrollo sostenible.
Desde las primeras designaciones en 1976, el número de reservas de la biosfera se ha expandido notablemente: en 2019 sumaban 701 sitios en 124 países, y a finales de 2024 alcanzan ya 759 reservas en 136 países del mundo. Esto refleja la creciente adopción del modelo de las reservas de la biosfera a nivel global, consolidándose como una red que cubre en conjunto más de 7 millones de km2 (más del 5% de la superficie terrestre del planeta).[6]
Cada reserva de la biosfera debe cumplir con tres funciones complementarias que definen su razón de ser:[7]
Este enfoque integral es único entre las categorías de áreas protegidas, ya que combina la protección activa de la naturaleza con la participación de las comunidades humanas en iniciativas de desarrollo sostenible. A diferencia de un parque nacional estrictamente protegido, una reserva de la biosfera no expulsa ni aísla a las poblaciones humanas, sino que busca integrarlas como aliadas en la gestión del territorio.[8] De este modo, las reservas de la biosfera actúan como laboratorios vivientes donde se ensayan formas de convivencia armónica entre el ser humano y la naturaleza, sirviendo de modelo para conciliar la conservación con el progreso socioeconómico.
La gobernanza de las reservas de la biosfera combina un marco internacional común con arreglos nacionales y locales flexibles que se adaptan a cada territorio. Las reservas son nominadas por los Estados y permanecen bajo su jurisdicción soberana, con un reconocimiento internacional otorgado por la UNESCO; su funcionamiento se somete a revisión periódica cada diez años. [9] El Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MAB) se rige por el Consejo Internacional de Coordinación (MAB-ICC), apoyado por su Oficina, el Secretariado MAB y órganos asesores como el Comité Asesor Internacional para las Reservas de Biosfera (IACBR) y el International Support Group (ISG). Entre sus funciones están designar nuevas reservas, tomar nota de las recomendaciones de revisión periódica y orientar la implementación de la estrategia y hoja de ruta del programa.[10]
Cada Estado es responsable de coordinar el Programa MAB en su territorio, habitualmente mediante un Comité Nacional, tramitar nominaciones y liderar los procesos de revisión cada diez años. Estos comités nacionales articulan a ministerios, gobiernos subnacionales, academia y sociedad civil.
UNESCO no prescribe un único modelo, pero exige que, al momento de la designación y durante su vida activa, existan estructuras “adecuadas” para cumplir las funciones de conservación, desarrollo y apoyo logístico. En la práctica, un esquema eficaz suele incluir:[11]
Los modelos varían: autoridades de áreas protegidas con un comité consultivo para zonas de amortiguación y transición; gobiernos locales que crean unidades específicas; o esquemas basados en ONG. La elección depende del marco jurídico nacional, la zonificación y la realidad socioecológica del sitio.
Toda reserva de la biosfera debe contar con una política o plan de gestión de vigencia, elaborado de manera participativa y adoptado por la autoridad competente; su cumplimiento y actualización se evalúan en la revisión periódica decenal, proceso durante el cual se analizan la zonificación, el funcionamiento, la participación social y los resultados obtenidos. El incumplimiento sostenido de los criterios puede conducir a recomendaciones correctivas o, en última instancia, a la retirada del estatus.
En agosto de 2025 la Región de Magallanes (Chile) reactivó su comité regional y los comités locales vinculados a dos reservas de la biosfera, para actualizar planes de gestión y fortalecer la coordinación interinstitucional de cara a las revisiones ante UNESCO. [12][13]
Para cumplir eficazmente las tres funciones mencionadas, una reserva de la biosfera cuenta con una zonificación en tres áreas principales:[2]
Esta estructura de tres zonas es flexible y adaptada a cada caso, pero en conjunto garantiza un gradiente de usos del suelo: desde un núcleo protegido estrictamente, pasando por un entorno de amortiguamiento moderadamente usado, hasta una periferia de usos más intensos pero gestionados de forma sostenible. La zonificación permite así lograr el equilibrio entre preservar la naturaleza y mantener las actividades humanas tradicionales, culturales y económicas en el territorio de la reserva.[14][15]
Las reservas de la biosfera integran la Red Mundial de Reservas de la Biosfera (WNBR), coordinada por la UNESCO. Al finalizar 2024, dicha red abarca 759 sitios en 136 países, incluyendo 25 reservas de carácter transfronterizo que se extienden sobre el territorio de más de un Estado. [15] Las reservas se distribuyen por todas las regiones del planeta: desde vastas áreas de biosfera en la Amazonía y otras partes de América Latina, numerosas reservas en Europa, América del Norte y Asia, en África, Medio Oriente, las islas del Pacífico y la Antártida (donde existe una reserva en las Islas del Océano Austral). España es el país con el mayor número de reservas de la biosfera, con 53 sitios designados hasta 2021, superando incluso a países de mayor extensión geográfica como Estados Unidos, Rusia o China. Otras naciones con una cantidad destacada de reservas incluyen justamente a Rusia, China, México, Francia o Alemania, que cuentan con decenas de estos espacios cada una. En contraste, alrededor de 50 países del mundo aún no tienen ninguna reserva de la biosfera reconocida en su territorio.
Las reservas funcionan como nodos donde se prueban soluciones locales innovadoras, por ejemplo, manejo comunitario de bosques, agricultura sostenible, gestión hídrica o ecoturismo, que luego pueden ser replicadas en otros sitios del mundo. [15] Asimismo, al involucrar a comunidades indígenas y locales en la toma de decisiones, muchas reservas de la biosfera sirven para revalorizar conocimientos tradicionales y promover la participación ciudadana en la conservación. Todo ello hace que las reservas de la biosfera no solo tengan como objetivo proteger el patrimonio natural, sino también en mejorar las condiciones de vida de las poblaciones locales e indígenas, demostrando que es posible un equilibrio armónico entre el ser humano y la naturaleza.