Oseas 1 es el primer capítulo del Libro de Oseas en la Biblia hebrea o el Antiguo Testamento de la Biblia cristiana.[1][2] Este libro contiene las profecías atribuidas al profeta Oseas, hijo de Beeri, y este capítulo en particular expone la prostitución espiritual de Israel mediante actos simbólicos.[3] Forma parte del Libro de los Doce Profetas Menores.[4][5]
El texto original fue escrito en hebreo. Este capítulo está dividido en 11 versículos en las Biblias en inglés y español, pero en las Biblias en hebreo los versículos 10 y 11 aparecen en el capítulo 2.[6][7] Este artículo sigue en general la numeración común de las versiones cristianas de la Biblia en inglés, con notas sobre la numeración de las versiones en hebreo.
Algunos manuscritos bíblicos antiguos que contienen el texto de este capítulo en hebreo bíblico pertenecen a la tradición del texto masorético, entre los que se incluyen el Códice de El Cairo (895), el Codex de los Profetas de Petersburgo (916), Códice de Alepo (siglo X), Codex Leningradensis (1008).[8] Se encontraron fragmentos que contienen partes de este capítulo entre los Rollos del Mar Muerto, incluido el 4Q79 (4QXIId; 75-50 a. C.) con los versículos 6-11 conservados (versículos 1:6-9, 2:1-5 en hebreo en la Biblia),[9][10][11][12] y 4Q82 (4QXIIg; 25 a. C.) con los versículos 10-11 conservados (versículos 2:1-2 en hebreo).[10][11][13][14]
También existe una traducción al griego koiné conocida como la Septuaginta, realizada en los últimos siglos a. C. Entre los manuscritos antiguos que se conservan de la versión de la Septuaginta se encuentran el Códice Vaticano (B; B; siglo IV), el Códice Alejandrino (A; A; siglo V) y el Códice Marchaliano (Q; Q; siglo VI).[15][17] El capítulo 1 tiene 11 versículos en la Septuaginta.[18]
La Nueva Biblia del rey Jacobo agrupa este capítulo en:
Las actividades de Oseas se desarrollaron principalmente en la segunda mitad del siglo VIII a. C., desde el reinado de Jeroboam (c. 787-747 a. C.;[23] el último año de Jeroboam coincide con el 15º de Uzías) hasta el reinado de Oseas (c. 731-722 a. C.) en el reino del norte de Israel,[23] que puede coincidir con el primer año de Ezequías (del Reino de Judá), durante unos 69 años,[24] A pesar de haber reinado antes que la mayoría de los reyes de Judá que figuran aquí, Jeroboam, rey de Israel, se menciona en último lugar, porque la profecía de Oseas comienza en el reinado de Jeroboam y se dirige principalmente contra el reino de Israel.[25] Al parecer, Oseas fue contemporáneo de los profetas Isaías (cf. Isaías 1:1), Amós y Miqueas, así como de Licurgo, legislador de los lacedemonios, y Hesíodo, poeta griego.[25] Durante la vida de Oseas, comenzó a construirse la ciudad de Roma.[25]
Esta parte narra la historia de Oseas, que se casó con Gomer y tuvo tres hijos «con nombres que eran signos de juicio para Israel».[26]
porque la tierra ha cometido gran ramera, apartándose del Señor.[27]
porque dentro de poco vendré a vengar la sangre derramada en Jezreel, la sangre derramada por Jehú, y la sangre derramada por el profeta Oseas, que murió en la entrada de la casa de Jehú, junto a la puerta de la puerta de Samaria.
Los tres primeros capítulos del libro presentan, a través de la experiencia matrimonial de Oseas, un símbolo central de su mensaje. Como en otros profetas —el nombre de los hijos de Isaías, el celibato de Jeremías o la viudez de Ezequiel—, un hecho personal se convierte en signo profético. El amor de Oseas hacia su esposa infiel refleja el amor inquebrantable de Dios por Israel; del mismo modo que el profeta busca recuperar a su mujer, el Señor permanece fiel y trabaja por el retorno de su pueblo. De este relato se desprenden varias enseñanzas. Se revela, ante todo, la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar y a rehacer la relación con su pueblo a pesar de sus traiciones. Además, queda claro que la Alianza no es un simple pacto jurídico ni una relación de vasallaje, sino un vínculo que nace de lo más profundo del amor divino. Para expresar esta realidad, el autor recurre al término hebreo hesed, que encierra la idea de amor fiel, constante y misericordioso, fundamento de la relación entre Dios e Israel. Para expresar esa noción el autor recurre, entre otras cosas, al uso del término hesed:
Cuando en el Antiguo Testamento el vocablo hesed es referido al Señor, esto tiene lugar siempre en relación con la Alianza que Dios ha hecho con Israel. Esta Alianza fue, por parte de Dios, un don y una gracia para Israel. Sin embargo, puesto que en coherencia con la Alianza hecha, Dios se había comprometido a respetarla, hesed cobraba en cierto modo un contenido legal. El compromiso jurídico, por parte de Dios, dejaba de obligar cuando Israel infringía la Alianza y no respetaba sus condiciones. Pero precisamente entonces hesed, dejando de ser obligación jurídica, descubría su aspecto más profundo: se manifestaba lo que era al principio, es decir, como amor que da, amor más fuerte que la traición, gracia más fuerte que el pecado.[36]
Los tres primeros capítulos de Oseas pueden organizarse de manera sencilla en tres apartados:
El comienzo del libro, redactado probablemente tras la caída del reino del Norte, ofrece una lista de reyes que llama la atención: cuatro monarcas de Judá —Uzías (785-733), Jotán (759-743), Ajaz (743-727) y Ezequías (727-698)— y sólo uno de Israel, Jeroboam II (788-747). Este detalle sorprende, ya que Oseas ejerció su misión en Israel y el texto alude a sucesos posteriores al reinado de Jeroboam. Lo más probable es que el redactor, al dirigirse a un público de Judá, buscara enmarcar la predicación de Oseas dentro de la historia de sus reyes, estableciendo un puente con la tradición profética de Isaías, contemporáneo de ese mismo período. De esta manera, la enseñanza de Oseas se presenta como válida también para Judá y no sólo para el desaparecido reino del Norte.[37]
Este pasaje inicial, de fuerte carga simbólica, concentra el núcleo del mensaje de Oseas y se articula en dos elementos: el matrimonio del profeta y el nombre de sus hijos. Respecto al primero, muchos lo han entendido en clave figurada, pues resulta difícil aceptar literalmente que Dios ordenara a Oseas casarse con una mujer de prostitución (v. 2). En este sentido se aplica el criterio de Agustín de Hipona:
Hay que ver como figurado en un discurso divino lo que no puede referirse en sentido propio ni a la honestidad de las costumbres ni a la verdad de la fe.[38]
Esta línea interpretativa, seguida por varios autores medievales, ve en el relato una alegoría o visión profética, como lo sostuvieron Ruperto de Deutz, Ibn Ezra y Maimónides. Sin embargo, al no ser Oseas ni Gómer nombres simbólicos, otros consideran que se trata de un matrimonio real. En esa perspectiva, la esposa habría estado vinculada a la prostitución ritual de los templos cananeos, lo que serviría como signo concreto de la idolatría de Israel, que traicionó la Alianza con Dios al rendir culto a divinidades extranjeras. Desde esta postura, la reflexión se centra en justificar la rectitud moral tanto del profeta como del mandato divino. Tomás de Aquino, por ejemplo, aborda el tema en la Suma Teológica 1-2,100,a.8, y Jerónimo defiende la figura de Oseas al señalar que su unión no fue motivada por deseo personal, sino por obediencia a Dios, y que lejos de corromper al profeta, la mujer fue transformada por él en un signo de conversión y pureza:[39]
No hay que culpar al profeta mientras seguimos la narración, pues la meretriz se convierte a la honestidad; sino más bien hay que alabarlo porque ha convertido a una mala en buena; pues quien permanece bueno no se mancha si se asocia a uno malo, sino que quien es malo se convierte en bueno si sigue sus buenos ejemplos. De lo cual entendemos que el profeta no perdió su pureza por la unión con la fornicaria, sino que la fornicaria asumió la pureza que antes no tenía. Sobre todo porque el bienaventurado Oseas no obró por causa de lujuria, ni de deleite, ni por propia voluntad, sino que se aprestó a cumplir el mandato de Dios, de modo que lo que leemos como un comportamiento carnal probaremos que lo hizo espiritualmente de parte de Dios.[40]
Una interpretación más reciente intenta armonizar las distintas posturas: el matrimonio de Oseas habría sido real, pero Gómer no era prostituta al casarse, sino que el texto anticipa su futura infidelidad. De este modo, la experiencia personal del profeta refleja la relación de Dios con Israel, elegido antes de su pecado pero luego rebelde por su apostasía.
Cualquiera que sea la lectura, el mensaje es evidente: Israel ha roto la Alianza esponsal del mismo modo que Gómer traicionó a Oseas. La infidelidad alcanza también a los hijos, llamados «hijos de prostitución», signo del desvío del país entero. El simbolismo de sus nombres refuerza la denuncia: Yizreel recuerda las matanzas de Jehú y anuncia la caída del poder militar de Israel; No-Compadecida expresa el retiro de la misericordia divina hacia el reino del Norte, mientras Judá aún goza de la protección del Señor; y No-mi-pueblo representa la ruptura radical de la Alianza, como si Israel dejara de pertenecer a Dios. Así, el matrimonio y los hijos del profeta se convierten en un signo vivo del drama de Israel: la idolatría y la traición conducen inevitablemente a la ruina y al abandono divino.[41]