El montanismo fue un movimiento que se produjo en el interior de las comunidades cristianas primitivas, como un esfuerzo para revalidar las realidades pneumáticas y escatológicas de los primeros tiempos de la Iglesia. Se trataba de un «movimiento reavivador», como sería llamado posteriormente.
El conocimiento que se tiene de este movimiento se funda en el testimonio de los autores cristianos, como Eusebio de Cesarea, Epifanio, Clemente de Alejandría, Orígenes e Hipólito. De mayor importancia es, sin embargo, una fuente original en los escritos de Tertuliano, que se adhirió al montanismo hacia el final de su vida.
El origen de este movimiento se puede fijar entre los años 160 y 170 en Ardabau, Frigia. Allí, un hombre llamado Montano se sintió transportado a estados de éxtasis durante los cuales profería advertencias proféticas. Luego se unieron a él dos mujeres, Prisca y Maximila, que también empezaron a profetizar, y cuya popularidad llegó a superar a la del propio Montano.[1] Montano y sus profetisas anunciaban el final inminente del mundo, ordenando a sus fieles que se reunieran en un lugar determinado para esperar allí el descenso de la Jerusalén celestial.
Decían tener revelaciones directas del Espíritu Santo. Hablaban durante estado de éxtasis. Enseñaban un ascetismo intenso, ayuno, pureza personal y deseo ardiente de sufrir el martirio. Tal estilo de vida era esencial en vistas al inminente regreso de Cristo.
Según la discípula Prisca, Cristo se le apareció en forma de mujer. Cuando ella fue excomulgada, exclamó: "Yo no soy un lobo: Soy palabra, espíritu y poder"
Esta herejía fue acogida rápidamente en distintos estratos de la sociedad, los cuales se organizaron en comunidades y realizaron una propaganda muy activa entre cristianos y paganos.
El montanismo, a diferencia de la gnosis y del marcionismo, no pretendía anunciar una nueva doctrina, sino más bien revalorizar ciertos elementos relativamente olvidados de la doctrina tradicional:
El movimiento se difundió rápidamente, y hacia el final del siglo II alcanzó su máxima expansión. En Oriente, y especialmente en Asia Menor, fue donde logró mayor importancia y donde persistió por más tiempo, subsistiendo hasta fines del siglo IV. También logró gran aceptación en Occidente, aunque más brevemente. Se encuentran rastros de este movimiento en el año 177 en Lyon. La carta de los mártires de Lyon a las iglesias de Asia y de Roma, por ejemplo, habla de la doctrina de Montano. También se encuentran evidencias de él en Roma y en África, donde, hacia el año 205, Tertuliano se adhirió oficialmente al movimiento.