Militarismo, según el DRAE, es el «predominio de lo militar en la política y el gobierno de una nación».[1] El historiador español Eduardo González Calleja lo ha definido como la «impregnación de la estructura y valores castrenses (centralización de la autoridad, jerarquía, disciplina, conformismo, combatividad, nacionalismo extremado) en el Estado y en la sociedad civil, lo que implica una quiebra, abierta o no, de la supremacía del poder civil por parte de los militares». Su posición más extrema sería el «pretorianismo», es decir, «la insubordinación e influencia inmoderada del Ejército en la toma de decisiones políticas».[2]
El militarismo tiende a ser definido en oposición directa con los movimientos por la paz de los tiempos modernos. Históricamente, el término se utilizó haciendo referencia a Estados específicos: Esparta, el Imperio Japonés, el Imperio Británico, Estados Unidos, el Imperio Alemán y la Alemania nazi, el Primer Imperio Francés, la Italia fascista, la Unión Soviética, Irak bajo Saddam Hussein. Un caso específico sería el de Tailandia.[3]
En el Reino Unido, y en los Estados Unidos, desde fines del siglo XVIII d. C. hasta hoy, casi siempre fue un civil el secretario de Guerra y el primer lord del Almirantazgo, o secretario de Marina (en Estados Unidos). Durante las guerras contra Francia, desde la Revolución francesa hasta la caída de Napoleón, solo hubo un primer lord del Almirantazgo no civil (el almirante Lord St Vincent) y solo por tres años. Siempre, en esa época y hasta el fin de la Guerra Fría, los secretarios de Guerra (luego de Defensa) fueron civiles.[4] En cambio, en Argentina, desde la Independencia, los ministros de Guerra y Marina (hasta 1898), y luego los ministros de Guerra y los ministros de Marina (hasta mediados de la década de 1940), después los ministros de Ejército, de Marina, de Aeronáutica, y de Defensa fueron casi siempre militares.
Una forma de medir el militarismo es el porcentaje del Producto Nacional Bruto que un país emplea en gastos militares. En 2001, Corea del Norte tenía el máximo porcentaje de inversión militar, con un 31,3 %, seguida de Angola (22 % en 1999), Eritrea (19,8 % en 2001), Arabia Saudí (13 % en 2000), Etiopía (12,6 % en 2000), Omán (12,2 % en 2001), Catar (10 % en los años 2000/2001), Israel (8,75 % en 2002), Jordania (8,6 % en 2001) y las Maldivas (8,6 % en 2001). El mayor gasto en términos absolutos, sin embargo, es el realizado por Estados Unidos.
Samuel E. Finer en Los militares en la política mundial (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1969) ha definido cuatro formas del intervencionismo militar en política:[5]
El militarismo en España es un tema clásico de la historiografía de la Edad Contemporánea en España. El militarismo español se expresó a través del pretorianismo o predominio de los militares en la vida política. Frente la debilidad y sucesivos fracasos (denominados desastres) de la presencia colonial exterior, la aplicación principal del ejército fueron las sangrientas guerras civiles y la represión política y social interna. Además de su papel como poder fáctico (o Estado dentro del Estado),[6] el prestigio del llamado estamento militar le mantuvo como una parte de las clases dominantes, que incluso llegó a generar comportamientos que superaron el tradicional corporativismo para ser descritos como endogámicos o de casta.[7]
Según el profesor Francisco Alía Miranda, de la Universidad de Castilla-La Mancha, la intervención del Ejército español en la vida política ha sido una constante en la Edad Contemporánea hasta los años 1980. Esta ha revestido dos formas: unas veces ha actuado «como grupo de presión para influir en las decisiones del poder civil» convirtiéndose «en una espada de Damocles que lo atenazaba y amenazaba»; y en otras ha suplantado directamente al poder civil, «tras cambiar gobiernos y regímenes políticos a su antojo».[8]
El militarismo japonés se impuso el Imperio de Japón en la década de 1930 y le condujo a la segunda guerra sino-japonesa, primero, y a la Segunda Guerra Mundial, después.
Aunque el Ejército Imperial Japonés y la Armada Imperial Japonesa gozaban de una gran autonomía e influencia política debido al modelo prusiano con el que se formó la constitución Meiji, varias tentativas diplomáticas favorecieron la paz, como el Pacto Briand-Kellogg de 1927 o el Tratado Naval de Londres de 1930.
Sin embargo, el ultranacionalismo fue característico de los políticos de extrema derecha y de los militares conservadores desde el principio de la Restauración Meiji, contribuyendo de gran manera a la política pro-bélica de los años 1870. Algunos antiguos samuráis establecieron sociedades y organizaciones patrióticas, como la Sociedad del Océano Negro (gen'yosha 玄洋社, fundada en 1881) y su posterior rama, la Sociedad del Dragón Negro (Kokuryukai 黒龍会) o Sociedad del Río Amur fundada en 1901. Estos grupos se volvieron activos en la política nacional y extranjera, ayudaron a fomentar los sentimientos belicistas y sustentaron las causas ultranacionalistas hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Después de las victorias de Japón sobre China y Rusia, los ultranacionalistas se concentraron en los asuntos nacionales y percibieron amenazas como el socialismo y comunismo.
El militarismo no fue introducido en la vida diaria hasta el advenimiento de las instituciones modernas, particularmente las escuelas, que se convirtieron en parte del aparato del Estado cuando el Imperio Otomano fue sucedido por un nuevo Estado-nación, la República de Turquía, en 1923. Los fundadores de la república estaban decididos a romper con el pasado y modernizar el país. Hubo, sin embargo, una contradicción inherente, puesto que su visión modernizadora estaba limitada por sus raíces militares. Los principales reformadores fueron todos hombres militares y, al mantener la tradición militar, todos creían en la autoridad y el carácter sagrado del Estado. La sociedad también creía en el ejército. Fue el ejército al fin y al cabo el que lideró la Guerra de Liberación (1919-1923) y salvó a la madre patria.
Tras la Segunda Guerra Mundial se estableció un nuevo orden mundial. En Turquía, un gobierno liberal que se alineó con las fuerzas sociales conservadoras terminó el régimen de partido único. El nuevo gobierno no estaba en contra de las prácticas militaristas en las escuelas, excepto de aquéllas que no encajaban con la segregación por género. El nuevo gobierno derogó algunas de las reformas pero el golpe militar de 1960 acabó con todo esto.