Mateo 19 es el decimonoveno capítulo del Evangelio de Mateo de la sección del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana.[1] El libro que contiene este capítulo es anónimo, pero la tradición cristiana primitiva afirmó uniformemente que Mateo compuso este Evangelio.[2] Jesús comienza su viaje final a Jerusalén en este capítulo, ministrando a través de Perea. Puede verse como el punto de partida del relato de la pasión.[3]
.
El texto original estaba escrito en griego koiné. Este capítulo está dividido en 30 versículos.
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo son:
[4]
Este capítulo puede agruparse (con referencias cruzadas a los otros evangelios sinópticos):
Los acontecimientos registrados en este capítulo tuvieron lugar en Galilea y Judea más allá del río Jordán (Perea), antes de que Jesús y su grupo entraran más tarde en Jericó, de camino a Jerusalén. Jesús abandona Galilea en esta etapa de la narración de Mateo (Matthew 19:1): pocos lectores probablemente lo notan como la despedida del Redentor a Galilea". [5] No regresará allí hasta después de su resurrección de entre los muertos. Posteriormente, el anuncio de los ángeles de que Jesús ha resucitado (Mateo 28:7), el propio saludo de Jesús a las mujeres que se encuentran con él (Mateo 28:10) y las palabras finales del evangelio de Mateo, la aparición final de Jesús y su encargo de "hacer discípulos a todas las naciones" (Mateo 28:19) remiten a Galilea, que Jesús abandona en ese momento.
En Mateo 19:15, después de bendecir a los niños pequeños, Jesús "se fue de allí", pero no se indica adónde fue.[6] La Biblia de Jerusalén interpreta este texto como "[Jesús] siguió su camino".[7] El escritor del Pulpit Commentary afirma con seguridad que en este punto Jesús "partió de Peraea, viajando hacia Jerusalén",[8] y el teólogo John Gill está de acuerdo con esta interpretación. [9] En Matthew 19:22 el joven rico "se marchó" de su encuentro con Jesús, dejando que Jesús hablara con sus discípulos sobre la dificultad a la que se enfrentaba "un rico [que deseaba] entrar en el reino de los cielos".
Johann Bengel señala que "allí" no es específico: se refiere a muchos lugares donde se realizaban curaciones.[11].
Con ocasión de la insidia de unos fariseos, Jesús expone la indisolubilidad del matrimonio. El inciso del versículo 9 no debe tenerse como una excepción, ya que la ordenación del matrimonio —a la mutua entrega de los cónyuges y a la procreación y educación de los hijos— exige la indisolubilidad.[12]
En el Textus Receptus, la frase se refiere a, en griego οι φαρισαιοι,[14] (los fariseos), pero la palabra 'los' (οι) se excluye de ediciones críticas posteriores, de ahí que muchas traducciones hablen de "algunos" fariseos. La enseñanza de Jesús sobre el divorcio ya había sido expuesta en el Sermón de la Montaña,[15] pero aquí la enseñanza se elucida aún más.[3]
El marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne, con la unión íntima de sus personas y actividades, se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad. [16]
Después, ante la pregunta de los discípulos, expresa el valor del celibato, no como resultado de una actitud cómoda o escéptica, sino como don de Dios. Así lo ha entendido la Iglesia:
La santidad de la Iglesia se fomenta también de modo especial en los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos sobresale el don precioso de la gracia divina, que el Padre concede a algunos para que con mayor facilidad se puedan entregar a Dios solo en la virginidad o el celibato (…). Esta perfecta continencia por el Reino de los Cielos siempre ha tenido un lugar de honor en la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como manantial peculiar de espiritual fecundidad en el mundo.[17][18]
Resulta significativo que los dos motivos —el matrimonio y el celibato por el Reino de los Cielos— se enseñen en un mismo contexto: «El sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios vienen del Señor mismo. Es Él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad. La estima de la virginidad por el Reino y el sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente: “Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad”[19][20]
Los tres primeros evangelios reseñan este episodio, pero Mateo es quien describe con más precisión el diálogo entre Jesús y el joven rico. Éste cumple los mandamientos y pregunta a Jesús qué más «obras buenas» debe hacer. Jesús, con su primera respuesta, ya lo prepara para la exigencia final:
No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre[21]
En este sentido, tanto este episodio como el anterior sobre el matrimonio reflejan la plenitud y la perfección de la Ley que se dan en quienes viven según el estilo de vida y doctrina de Cristo. El Señor enseña la indisolubilidad del matrimonio y exige el cumplimiento de los mandamientos; pero también pide a algunos el celibato y el desprendimiento de todos los bienes por el Reino de los Cielos.[22]
Capítulos del Nuevo Testamento | ||
Mateo 18 |
Mateo 19 |
Mateo 20 |