Mateo 13 es el decimotercer capítulo del Evangelio de Mateo de la sección Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Los versículos 3 a 52 de este capítulo forman el tercero de los cinco discursos de Mateo, llamado el Discurso Parabólico, basado en las parábolas del Reino.[1] Al final del capítulo, Jesús es rechazado por la gente de su ciudad natal, Nazaret.
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El texto original fue escrito en Griego koiné. Este capítulo está dividido en 58 versículos.
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo son:
Este capítulo se puede agrupar (con referencias cruzadas, cuando hay paralelismo, a los otros evangelios):
Mateo 13 presenta siete parábolas,[6] y dos explicaciones de sus parábolas. El capítulo contiene las siguientes parábolas, en orden respectivo:
Se incluyen las siguientes explicaciones de las dos primeras parábolas:
El teólogo protestante Heinrich Meyer identifica dos grupos de parábolas: las cuatro primeras parábolas (hasta 13:34) "fueron dichas en presencia de la multitud, y las otras tres de nuevo dentro del círculo del discípulos".[7]El teólogo protestante liberal alemán David Strauss pensaba que este capítulo estaba "abrumado de parábolas".[7]Al principio del capítulo, Jesús se sienta en un barco o en una barca en el Mar de Galilea y se dirige a la multitud que está en la orilla o en la playa. [8] El Textus Receptus ha insertado el artículo definido (en griego τὸ πλοῖον, to ploion), sugiriendo que había una barca esperándole,[9] pero otros textos no incluyen el artículo definido y el Pulpit Commentary argumenta, por tanto, que fue "erróneamente insertado".[10]
La parábola del sembrador es la más larga de todas en este discurso de Jesús. Está reproducida en los tres evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas. Su mensaje puede resumirse así: ¿Por qué la palabra de Jesús produce efectos tan dispares entre los oyentes?: La cuestión es que se está dentro del misterio de la gracias que Dios da a cada persona y de la correspondencia de cada uno de ellos a dicha gracia. Son los dos aspectos de la libertad: la de Dios para dar a cada persona la que quiera y la libertad de corresponder cada persona a esa gracia.[11]
La palabra de Jesús necesita de la buena acogida de los hombres. Hay algunos que la oyen sin entenderla: son sordos a Dios, como las autoridades religiosas de Israel, que han estado acechando a Jesús. Otros son débiles o inconstantes, como las muchedumbres que le oyeron junto al monte o se beneficiaron de sus milagros. Otros fallan porque la palabra del Señor no puede fructificar en una vida que no sea recta. Pero la palabra de Dios es más poderosa que las disposiciones de los hombres, y cuando es enviada a la tierra es fecunda siempre. La palabra de Jesús en cuanto palabra de Dios puede fructificar en mayor o menor proporción porque los hombres no somos iguales, pero siempre es eficaz:[11]
«Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos: su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz..[12][13]
Las parábolas tienen diversas formas: desde una frase hasta una alegoría muy desarrollada. Muchas veces, las parábolas toman un tono paradójico del que Jesús se sirve para fijar la atención y excitar la curiosidad, y, casi siempre, son un reclamo a la imaginación: para alcanzar su mensaje hay que querer penetrar más allá de la imagen expresada. El primer evangelista recoge dos textos del Antiguo Testamento muy significativos a propósito del uso de las parábolas: por una parte, el Jesús se vale de ellas para poder revelar el misterio oculto del Reino pero, por otra parte, son un reclamo a la responsabilidad personal: quien no está dispuesto a querer entender se queda sólo en la anécdota. Sin embargo, los discípulos de Jesucristo, los que le preguntan por el significado de las parábolas, sí las entienden, ya que, en la revelación de Jesús, Dios les ha dado ese don.[14]
Un santo del siglo XXI lo expresa de la siguiente manera:
«Insisto: ruega al Señor que nos conceda a sus hijos el “don de lenguas”, el de hacernos entender por todos. La razón por la que deseo este “don de lenguas” la puedes deducir de las páginas del Evangelio, abundantes en parábolas, en ejemplos que materializan la doctrina e ilustran lo espiritual, sin envilecer ni degradar la palabra de Dios. Para todos —doctos y menos doctos—, es más fácil considerar y entender el mensaje divino a través de esas imágenes humanas» [15][16]
En el versículo 33 Jesús habla de la levadura. La sal, la luz y la levadura son también figuras del cristiano. Viviendo en medio del mundo, sin desnaturalizarse, el cristiano gana con su ejemplo y su palabra las almas para Dios. Es lo que la doctrina de la Iglesia enseña como peculiar de los laicos:
Las imágenes evangélicas de la sal, de la luz y de la levadura, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva.[17][18]
Estos versículos concluyen el Discurso Parabólico y pueden denominarse un proverbio comparativo.[20] Henry Alford los describe como una "solemne conclusión de las parábolas.[6] Johann Bengel sugiere que Jesús habría estado dispuesto a explicar las otras parábolas si fuera necesario, "pero ellos las entendieron, si no perfectamente, sí verdaderamente". [9] La referencia a escribas, o maestros de la ley judía, que se convirtieron en discípulos refleja el enfoque evangélico mateano en particular; la Biblia de Jerusalén sugiere que esta referencia puede retratar al propio evangelista.[21]
Con las parábolas del tesoro escondido y de la perla Jesús presenta el valor supremo del Reino de los Cielos y la actitud del hombre para alcanzarlo. El tesoro significa la abundancia de dones; la perla, la belleza del Reino. El tesoro se presenta de improviso, la perla supone búsqueda. En todo caso, siempre se exige generosidad por parte del hombre porque Dios
nunca falta de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo».[22]
La vida en el Reino, en seguimiento de Jesús, es ardua, pero el fruto merece la pena:
El tesoro ha estado escondido porque debía ser también comprado el campo. En efecto, por el tesoro escondido en el campo, se entiende Cristo encarnado, que se encuentra gratuitamente. (…) Pero no hay otro modo de utilizar y poseer ese tesoro con el campo, si no es pagando, ya que no se pueden poseer las riquezas celestiales sin sacrificar el mundo.[23][24]
Los versículos finales de este capítulo ven a Jesús regresar a su ciudad natal, es decir, Nazaret,[20] donde predica en la sinagoga y experimenta el rechazo de su "propio pueblo",[25] y de su propio país.
Dale Allison véase que estos versículos y los capítulos siguientes hasta capítulo 17 relatan "el nacimiento de la Iglesia";[20] la Biblia de Jerusalén sostiene igualmente que la misma larga sección constituye una narración sobre la Iglesia, seguida de Mateo 18, que a menudo se denomina Discurso sobre la Iglesia. [26]
Los vecinos de Nazaret no conocían el misterio de Jesús; tal vez la familiaridad que habían tenido con Él les dificultaba reconocer el carácter sobrenatural de su misión. Y si la fe es capaz de obrar milagros, la incredulidad los impide, porque
«como para las curaciones se necesitan ambos elementos, a saber, la fe de los que eran curados y la fuerza del que los curaba, no podía darse uno de ellos faltando el otro». [27]
La vida de trabajo de Jesús es también revelación para todos, como ya lo hicieron notar los primeros escritores cristianos:
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