Lola Canales (Madrid, 30 de julio de 1947) es una periodista española. A lo largo de su vida ha ejercido también como actriz (en Castañuela 70), profesora de piano, maestra, doncella (en su exilio parisino) y madre de familia. Es licenciada en Antropología.[1]
Nacida en el barrio del Puente de Toledo de Madrid. Estudiante en la Complutense, activa y comprometida políticamente aunque sin pertenecer a ningún partido. Con 21 años, y tras su participación en la manifestación del 3 de diciembre de 1968, fue detenida horas después en su domicilio y trasladada a la DGS en Sol. Junto con otros estudiantes fue condenada por "rebelión militar" en 1969, tras un sumario Consejo de Guerra, en el que fue defendida por el abogado y militante antifranquista Jaime Cortezo. En 2007, publicó un libro autobiográfico titulado Alias Lola. Historia de las últimas presas de la cárcel de Ventas, donde relata su experiencia carcelaria[2][nota 1]
Exiliada en París, trabajó como doncella en una casa señorial al mismo tiempo que asistía a clases de etnología de Lévi-Strauss en La Sorbona y donde tuvo la oportunidad de conocer a María Casares, Yves Montand, Michel Piccoli, Costa-Gavras...
En 1970, regresa de su exilio y se une al grupo Tábano durante la breve e intensa vida del espectáculo Castañuela 70 (participando en años posteriores en sus reposiciones y homenajes).[3] Otra de sus participaciones en el mundo de la farándula ocurrió más tarde como diva de café-concert, acompañada por el Maestro Reverendo.
A partir de 1980 se dedica al periodismo.
Como periodista ha colaborado en Diario 16 y revistas como: Dunia, Panorama, Tribuna de Actualidad, Manifiesto del siglo XXI; también ha trabajado en RNE y TVE. Entre sus hazañas periodísticas, la propia Lola cita la anécdota de haber tenido que bailar la jota Remolacha forrajera a Bernardo Bertolucci para conseguir una entrevista.[4]
Como escritora, ha publicado una veintena de novelas policíacas y los libros "Los nuevos jinetes del Apocalipsis" (2005) y "Alias Lola" (2007).[5][6]
"El sentimiento de solidaridad llegó a mí en la cárcel cuando me castigaron a 21 días en una celda de aislamiento, donde se recibía un rancho reducido y se pasaba bastante hambre. Al segundo día de castigo, mirando hacia la ventana, vi oscilar algo y cuando me acerqué me di cuenta que eran lonchas de salchichón y de chorizo que habían cosido mis compañeras para pasármelas desde el piso superior. Así entendí yo la palabra solidaridad, un sentimiento que viví en la cárcel muchas veces."