En apretada síntesis, el juvenilismo es una creencia que acentúa el papel clave que juegan y deben cumplir las nuevas generaciones o los jóvenes y sus movimientos dentro del escenario mundial o situacional. Se trata de un papel plasmado a nivel teórico o verificable en el campo de la acción, que le es atribuido a la juventud por sí misma o ante una declarada marginación histórica experimentada por ese sector etario y otros segmentos excluidos de la humanidad: desde la mujer y el trabajador hasta las minorías étnicas y los países periféricos. Todos estos sujetos poseen también sus respectivas reivindicaciones identitarias por parte del feminismo, el obrerismo, el indigenismo, el tercermundismo o el conservacionismo, cuando nos estamos refiriendo a la naturaleza como una entidad sustantiva del universo físico, pasible a su vez de expoliación.
Sin remontarse a períodos embrionarios, un breve repaso de la literatura orgánica en torno al juvenilismo aparece con apreciable centralidad en un puñado de heterogéneos voceros y expresiones culturales ‒clásicas o renovadas‒, como las que en América Latina han dado a conocer desde José Enrique Rodó,[1] José Ingenieros[2] y Alfredo Palacios[3] a Ernesto Guevara[4] o Hugo Chávez Frías,[5] mientras que en Europa puede citarse a Émile Zola,[6] Romain Rolland,[7] Walter Benjamin,[8] Ortega y Gasset,[9] o Herbert Marcuse[10] y Stéphane Hessel.[11]
En el plano de las manifestaciones colectivas se encuentran afines al juvenilismo distintas manifestaciones de la bohemia, el modernismo, la Reforma universitaria, la contestación de los años 60, la posmodernidad y la alterglobalización.