Job 10 es el décimo capítulo del Libro de Job en la Biblia hebrea o el Antiguo Testamento del Cristianismo .[1][2] El libro es anónimo; la mayoría de los estudiosos creen que fue escrito alrededor del siglo VI a. C.[3][4] Este capítulo recoge el discurso de Job, que pertenece a la sección Diálogo del libro, y comprende Job 3:1–Job 31:40.[5][6]
El texto original está escrito en lengua hebrea. Este capítulo se divide en 22 versículos.
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo en hebreo pertenecen al Texto masorético, que incluye el Códice de Alepo (siglo X) y el Codex Leningradensis (1008).[7] Se encontraron fragmentos que contienen partes de este capítulo en hebreo entre los Rollos del Mar Muerto, incluyendo 4Q100 (4QJobb; 50–1 a. C.) con los versículos 15–17 conservados.[8][9][10][11]
La estructura del libro es la siguiente:[13]
Dentro de la estructura, el capítulo 10 se agrupa en la sección Diálogo con el siguiente esquema:[14]
La sección «Diálogo» está compuesta en formato poético, con una sintaxis y una gramática distintivas.[5]
El capítulo 10 tiene forma de lamento y sigue a la reflexión de Job sobre cómo obtener una resolución legal en el capítulo anterior.[15] La primera parte (versículos 1-7) parece contener un ensayo de las palabras que se utilizarán en la confrontación con un adversario legal en el litigio imaginario de Job, pero en general, especialmente en la segunda parte (versículos 8-22), se trata principalmente de una queja dirigida a Dios.[15]
El comienzo de esta sección (versículo 1) es similar a la transición a la queja en capítulo 7 (Job 7:11), pero el versículo 2 está formulado como una petición del acusado al demandante para que le comunique los cargos que se le imputan.[15] Job entonces indaga en los motivos de Dios haciéndole directamente «tres preguntas retóricas incisivas» (versículos 3-5).[16]
Job está convencido de que Dios sabe que él no es culpable, es decir, tiene una «convicción nacida de su fe», por lo que, mientras antes contemplaba la posibilidad de buscar un «árbitro» o mediador para resolver su caso (Job 9:32-34), ahora anhela un «libertador» (versículo 7b).[16]
En el versículo 8 se expresan dos pensamientos sobre la acusación del versículo 3a, que se desarrollarán en las siguientes partes de la sección:[16]
La conclusión del segundo discurso de Job recuerda su grito inicial (versículos 18-19; cf. [[Job 3|Job 3:11-26) y su súplica anterior (versículos 20-22; cf. Job 7:19).[19] Hay dos cambios significativos con respecto a las declaraciones anteriores en Job 3:11, 16:[19]
Sin embargo, actuando por fe, Job no busca principalmente aliviar su sufrimiento, sino restaurar su relación con Dios.[20]
Los dos verbos imperfectos de este versículo enfatizan «el arrepentimiento por algo que no sucedió».[29]
…Dios no necesita pruebas para conocer la verdad, porque su conocimiento es inmediato, eterno e infalible. Así lo explica Tomás de Aquino: mientras los hombres juzgan por signos exteriores y, por tanto, necesitan pruebas y sufrimientos para discernir la justicia o la culpa, Dios conoce directamente el corazón del hombre [30] Por eso, el sufrimiento no tiene para Dios una función indagadora, como si necesitara confirmar una sospecha.
En este sentido, Tomás de Aquino afirma que los padecimientos que permite Dios no son para su conocimiento, sino para la corrección del hombre, su purificación o su crecimiento en virtud. Job, al reclamar un trato acorde con la majestad divina, está intuyendo esta verdad: el juicio de Dios no se rige por las categorías humanas, y su proceder no puede ser reducido a las limitaciones del razonamiento humano.
A veces cuando un inocente es acusado, el juez le somete a algún tormento para descubrir la verdad; pero la razón que podría justificar esa decisión es que el conocimiento humano es imperfecto.[31]
Efectivamente, aunque las descripciones anatómicas de Job 10,8-12 reflejan los conocimientos propios del mundo antiguo, la enseñanza teológica permanece vigente: la vida humana es un don de Dios desde su inicio. Job reconoce que ha sido cuidadosamente formado por Dios, lo que implica tanto un acto creador como un gesto de amor providente. La referencia a la «coagulación» (v. 10) como inicio de la vida, seguida por la formación progresiva del cuerpo, apunta a una conciencia incipiente del proceso gestacional. Sin embargo, el valor del pasaje no radica en su exactitud científica, sino en su afirmación profunda: Dios es autor y custodio de la vida humana desde su origen.
Esta convicción será reafirmada más adelante en la revelación bíblica, especialmente en textos como Sal 139,13-16 y en la doctrina cristiana sobre la dignidad de toda vida humana desde la concepción. Así, este lamento de Job contiene una de las afirmaciones más antiguas y bellas sobre el origen divino del hombre.[32]
Este pasaje subraya una de las tensiones fundamentales del libro de Job: la experiencia humana del sufrimiento frente a la trascendencia y libertad de Dios. Job, en su dolor, interpreta la acción divina desde una óptica humana: se siente como una presa acosada por un cazador, sin escape, sin defensa. La crudeza de sus palabras no implica herejía, sino la sinceridad de quien busca comprender el misterio de su situación sin negar a Dios. El verbo ambiguo en hebreo («si se levanta») y sus diferentes traducciones (como la de la Nova Vulgata: si superbia extollar) muestran cómo la tradición ha intentado explicar ese sufrimiento como castigo por la soberbia, una interpretación que Job rechaza tajantemente, pues mantiene su inocencia. Esta confusión en la traducción también resalta el carácter enigmático del discurso, propio del lenguaje poético y existencial del libro.
La clave teológica que emerge es la siguiente: aunque Job se siente perseguido, la revelación progresiva de la Biblia (especialmente en textos como Éxodo 34,6) afirma que Dios no es un tirano ni un vengador. Es un Padre misericordioso, aunque su actuar a veces escape a nuestra lógica. En su libertad, Dios no actúa según la ley de causa-efecto humana, y el sufrimiento no puede interpretarse automáticamente como castigo por el pecado. Así, este pasaje anticipa la gran enseñanza del libro de Job: la necesidad de confiar en Dios incluso en medio de la incomprensión, porque su justicia y su misericordia son reales, aunque a veces se manifiesten de modo misterioso.[33]