El término humildad (deriva del latín hŭmĭlĭtas,[1] ātis, f. humilis,[2]) Hace referencia a la tierra —humus— a su proximidad tanto en un sentido físico como metafórico. Por ejemplo, un campesino está más próximo a la tierra que un aristócrata. Se aplica a la persona que tiene la capacidad de reconocer sus propias limitaciones.
Según la RAE (Real Academia Española): es la reflexión de conocer las propias limitaciones y debilidades de sí mismo, y actuar de acuerdo con ese conocimiento.
Miguel de Cervantes dice en Coloquio de los perros que:
Opina así el «príncipe de los ingenios» que la modestia y la discreción mejoran las demás virtudes y enriquece la personalidad.
Desde el punto de vista virtuoso, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, muy interesada, tampoco egoísta como lo es una persona soberbia, quien se siente autosuficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia.
Santa Teresa de Jesús define la verdadera humildad como "andar en verdad". [4]
Para los judíos es la virtud de reconocer que las propias habilidades y talentos son dones divinos, y no solo el resultado del propio esfuerzo. Implica entender la propia posición como ser humano ante Dios, saber que no se es perfecto, y aceptar que la propia fortaleza proviene de un poder superior. No se trata de dañar la autoestima, implica valorar las capacidades y habilidades que Dios nos da, y ser consciente de las propias carencias o limitaciones. [5]
Para los musulmanes implica tener una clara comprensión del propio lugar que como ser humano poseemos en el contexto del universo, reconociendo que se es pequeño (sin dañar la autoestima) en comparación con la grandeza de Dios y reconociendo que todo lo bueno proviene de El.