En la mitología griega Hermafrodito (en griego antiguo: Ἑρμαφρόδĩτος, latín: Hermaphrodītus) es un dios o un personaje cuya leyenda etiológica sirve para explicar el hermafroditismo. Por ser descendiente de Atlas Ovidio le llama Atlantíada,[1] e Higino Atlantio y además añade que fue uno de los efebos más bellos.[2] Otros dicen que fue amado por Dioniso.[3] La mención más antigua de Hermafrodito nos la ofrece Teofrasto quien sugiere una relación entre este personaje y el matrimonio.[4] Según Macrobio había en Chipre una estatua barbuda de Afrodita masculina, llamada Afrodito por Aristófanes. Filócoro, en su Ática (Ἀτθίς), identificó además a esta divinidad, en cuyos sacrificios hombres y mujeres intercambiaban vestimentas, con la Luna.[5]
Diodoro Sículo nos dice que nació de Hermes y Afrodita y recibió su nombre de la combinación del de sus dos progenitores. Unos dicen que es un dios que se manifiesta a los hombres en determinados momentos y que nació con una anatomía mixta, de hombre y de mujer. Tenía una belleza y una suavidad de cuerpo semejantes a las de una mujer, pero su virilidad y vigor eran propios de un hombre. Otros, sin embargo, sostienen que este tipo de criaturas son por su misma naturaleza monstruosas, y que, al venir al mundo rara vez, constituyen un presagio, unas veces de males y otras de bienes.[6] El autor satírico Luciano de Samosata también da a entender que Hermafrodito nació así, en lugar de convertirse más tarde en contra de su voluntad, y lo achaca a la identidad del padre del niño, Hermes.[7]
Estrabón nos dice que en Halicarnaso se encuentra la fuente de Salmacis, que tiene la mala fama de convertir a los que beben de ella en afeminados. Se cree que el afeminamiento de los hombres lo provocan el tipo de aire y de agua, pero no es esa la causa, sino la riqueza y el libertinaje en la forma de vida.[8]
Ovidio nos narra el relato más largo acerca de Hermafodito. Fue criado por las náyades en los antros del Ida. Su rostro era tal que se podría reconocer en él a su padre y a su madre. Cuando cumplió quince años, abandonó los montes paternos, dejando el Ida que lo había criado. Yendo de camino a Caria, en Halicarnaso, el exceso de calor de aquel día soleado le hizo aproximarse a un lago para refrescarse, y se lanzó a nadar desnudo. La náyade Salmacis o Salmácide, ninfa de aquel lago, al notar su presencia y observar su cuerpo desnudo, sintió una atracción inmediata hacia él y no tardó en desnudarse y acercársele para tratar de conquistarlo, pero el joven se resistió. Aun así, la ninfa no cejó en su empeño y, poco después, desde la fuente cercana a la que Hermafrodito se había acercado, Salmacis se abrazó a él fuertemente, lo arrastró al fondo y, mientras forcejeaba con él, suplicó a los dioses que no separaran sus cuerpos, diciendo: —¡Te debates en vano, hombre cruel! ¡Dioses! Haced que nada pueda jamás separarlo de mí ni separarme de él—. Los dioses, atendiendo su súplica, le concedieron su deseo y ambos cuerpos se fusionaron para siempre en un solo ser bisexuado. Hermafrodito suplicó a sus padres, los dioses, que cualquier joven que se bañara en aquel lago corriera su misma suerte. De esta forma, el lago arrebataría la virilidad a todo aquel que se bañara en él, tal como así se lo concedieron los dioses.[9]