Los antiguos romanos llamaban fasces calamorum a un haz de cálamos que tenían para escribir, en previsión y al alcance de la mano.
El útil preferido para la escritura era el cálamo, una pequeña caña a la que se sacaba punta; las de mayor calidad procedían de Egipto o de Cnido (ciudad griega famosa por su templo a Afrodita). Cuando el cálamo se desgastaba o se despuntaba, se volvía a sacar punta, o bien se cambiaba por otro nuevo que se escogía de entre el fasces calamorum que solía estar guardado en un estuche llamado theca libraria.
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