Efesios 6 es el sexto (y último) capítulo de la Epístola a los Efesios, que forma parte del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana . Tradicionalmente, se ha considerado que fue escrito por el apóstol Pablo mientras estaba encarcelado en Roma (alrededor del año 62 d. C.). Sin embargo, a día de hoy, se sugiere que pudo ser escrito entre el 80 y el 100 d. C., por un autor distinto que utilizó el nombre y el estilo de Pablo. [1] [2]
Efesios 6 | |
---|---|
![]() Fragmento que muestra Efesios 4:16-29, en un papiro perteneciente al siglo III d. C. | |
Libro | Epístola a los Efesios |
Categoría | Epístolas paulinas |
Parte en la Biblia Cristiana | Nuevo Testamento |
Autor | Tradicionalmente San Pablo, aunque actualmente se discute quién la escribió realmente |
Este capítulo se abre explicando cómo deberían actuar los cristianos dentro del ámbito del familiar (6:1 - 6:9). A continuación, se describe cómo enfrentar fuerzas espirituales malignas que identifica como enemigas, para lo cual usa la conocida analogía de la armadura de Dios (6:10-20). Por último, cierra la carta con una bendición (6:21 - 24).
El texto original fue escrito en griego koiné, y está dividido en 24 versículos.
Algunos manuscritos antiguos mencionan este capítulo. De entre ellos, se encuentran:
Se ha relacionado el versículo 3 de este capítulo con versículos del Antiguo testamento. En concreto, con Éxodo 20:12 y con Deuteronomio 5:16.
Al inicio, Efesios 6 continúa con las enseñanzas que el autor expone a partir de Efesios 5:21. En esta parte, se establece un marco de reglas o principios para una adecuada convivencia dentro de la familia. En concreto, esta parte del texto se centra en las relaciones entre padres e hijos (versículos 1-4) y en la relación entre esclavos y amos (versículos 5-9).
En este versículo se hace una alusión a uno de los Diez Mandamientos. En concreto, se refiere al mandamiento que aparece en Éxodo 20:12 y Deuteronomio 5:16.
De nuevo, este versículo hace referencia a Éxodo 20:12 y Deuteronomio 5:16.
El Apóstol hace referencia al cuarto mandamiento del Decálogo, que ordena honrar a los padres. El cumplimiento de este precepto no solo trae beneficios espirituales, sino también bendiciones en la vida terrenal, como la paz y la prosperidad. Este mandamiento subraya la importancia de las relaciones familiares en la vida cristiana, prometiendo recompensas tanto en lo espiritual como en lo material para quienes lo siguen. Después, hace mención a las obligaciones de los padres.[6]
Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos.[7]
El Concilio Vaticano II expresa de la siguiente manera los deberes de los padres:
Es, pues, deber de los padres —enseña el Concilio Vaticano II— crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra, personal y social de los hijos (…). En la familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deberes del sacramento del matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y adorar a Dios y a amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo (…). Por medio de la familia, en fin, se introducen [los hijos] en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues, los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del mismo Pueblo de Dios.[8]
Nótese que el texto griego original utiliza el término "δοῦλοι" (traducido en la versión Reina-Valera 1960 como "siervos"). Esta palabra se solía referir a bienes muebles en el contexto de la Grecia del siglo I d. C.,. [10]
En la época, las relaciones laborales se estructuraban principalmente en torno a la esclavitud. El Apóstol replantea estas relaciones, resaltando la dignidad intrínseca de toda persona. Al invitar a ver estas interacciones desde una perspectiva cristiana, enseña que deben ser transformadas por la luz de Cristo y vividas de acuerdo con esa visión. Estos principios sentaron las bases para los valores que, con el tiempo, inspirarían los movimientos que lucharían por la abolición de la esclavitud.[15]
A partir del versículo 10, se hace un retrato vívido de la lucha espiritual cristiana, usando como metáfora la armadura de un soldado. Esta armadura está compuesta por distintas partes que el autor identifica con virtudes útiles para resistir al mal.
En la versión griega, la palabra que aparece traducida como "fortaleceos" estaba conjugada en presente. Eso sugiere un significado de permanencia, es decir, que el autor se refería a mantener la fuerza que se tiene y no a alcanzar más fuerza.
En este versículo se presenta la metáfora de la armadura de Dios. Su descripción y sus elementos guardan cierta similitud con lo que se relata en el Libro de la Sabiduría de Salomón 5:17-20, un libro deuterocanónico del Antiguo Testamento.
La carta concluye con un fuerte llamado a los fieles a mantenerse firmes en su lucha contra el mal, recordándoles que cuentan con las herramientas necesarias para vencer. Usando la metáfora de la «armadura militar», el Apóstol anima a revestirse de la protección divina para resistir los ataques del mal. Además, exhorta a la «perseverancia en la oración», pidiendo también oraciones por él y su misión. Es una invitación a encontrar fortaleza en Dios y a confiar en su poder para superar las adversidades.[21]
Ser fuerte en el Señor es ser fuerte en la palabra, en la sabiduría, en la contemplación de la verdad y en todas las sentencias de Cristo.[22]
Por eso, entre los diversos medios sobrenaturales para luchar contra las asechanzas del enemigo se destaca la oración (v. 18):
“No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar” (Evagrio de Antioquía, Cap. pract. 49) Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. [23]
El versículo 12 menciona "principados", "potestades" y "dominaciones de este mundo", términos que provienen de la literatura judía de la época. En este contexto, se refieren a fuerzas oscuras que buscan alejar a la humanidad de Cristo, asediando constantemente a los seres humanos. Estas entidades representan las influencias malignas que intentan obstaculizar la vida cristiana y el crecimiento espiritual, y que deben ser combatidas con la ayuda de la gracia divina y la protección espiritual.[24]
La carta se cierra con una bendición por parte de su autor. Esta bendición habla de paz, amor, gracia y fe. Paz, amor, gracia y fe que el autor desea "a todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable" (Efesios 6:24).[25]
La misión de Tíquico es, casi literalmente, la misma que en Col 4,7-8. Tíquico acompañó a Pablo a Jerusalén en el tercer viaje y sería enviado en misión a Creta y a Éfeso