La finalización de la Antigüedad varía según el espacio geocultural. Por ejemplo, para Occidente termina en el siglo V con el inicio de la Edad Media;[1] en el África subsahariana termina en el siglo I con el inicio de los Siglos Oscuros;[2] y en América termina en el siglo XV, cuyo periodo se llama América precolombina.
El lapso de la historia registrada es de aproximadamente 5000 años, comenzando con la escritura cuneiforme sumeria. La historia antigua cubre todos los continentes habitados por humanos en el período 3000 a. C. - 500 d. C. El sistema de tres edades periodiza la historia antigua en la Edad de Piedra, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, y generalmente se considera que la historia registrada comienza con la Edad del Bronce.[3] El comienzo y el final de las tres edades varía entre las regiones del mundo. En muchas regiones, generalmente se considera que la Edad del Bronce comenzó unos siglos antes del 3000 a. C.,[4] mientras que el final de la Edad del Hierro varía desde principios del primer milenio a. C. en algunas regiones hasta finales del primer milenio d. C. en otras.
Características de la Edad Antigua
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Sea cual fuera el criterio empleado, coincidiendo en tiempo y lugar, unos y otros procesos cristalizaron en el inicio de la vida urbana (ciudades muy superiores en tamaño, y diferentes en función, a las aldeasneolíticas); en la aparición del poder político (palacios, reyes) y de las religiones organizadas (templos, sacerdotes); en una compleja estratificación social; en grandes esfuerzos colectivos que exigen la prestación de trabajo obligatorio; en el establecimiento de impuestos y el comercio de larga distancia (todo lo que se ha venido en llamar «revolución urbana»).[5] Este nivel de desarrollo social, que por primera vez se alcanzó en Sumeria (espacio propicio para la constitución de las primeras ciudades-estado competitivas a partir del sustrato neolítico), llevaba ya cuatro milenios desarrollándose en el Creciente Fértil.[6] A partir de ellas, y de sucesivos contactos (tanto pacíficos como violentos) de pueblos vecinos (culturas sedentario-agrícolas o nómada-ganaderas que se nombran tradicionalmente con términos de validez cuestionable, más propios de familias lingüísticas que de razas humanas: semitas, camitas, indoeuropeos, etc.), se fueron conformando los primeros estados de gran extensión territorial, hasta alcanzar el tamaño de imperios multinacionales.
La Antigüedad clásica se localiza en el momento de plenitud de la civilización grecorromana (siglo V a. C. al siglo II d. C.) o, en sentido amplio, en toda su duración (siglo VIII a. C. al siglo V d. C.). Se caracterizó por la definición de innovadores conceptos sociopolíticos —los de ciudadanía y de libertad personal, no para todos, sino para una minoría sostenida por el trabajo esclavo—, a diferencia de los imperios fluviales del antiguo Egipto, Babilonia, India o China, para los que se definió la imprecisa categoría de «modo de producción asiático», caracterizados por la existencia de un poder omnímodo en la cúspide del imperio y el pago de tributos por las comunidades campesinas sujetas a él, pero de condición social libre (pues aunque exista la esclavitud, no representa la fuerza de trabajo principal).[7]
Las civilizaciones de la Antigüedad son agrupadas geográficamente por la historiografía y la arqueología en zonas en que distintos pueblos y culturas estuvieron especialmente vinculados entre sí; aunque las áreas de influencia de cada una de ellas llegaron en muchas ocasiones a interpenetrarse e ir mucho más lejos, formando imperios de dimensiones multicontinentales (el Imperio persa, el de Alejandro Magno y el Imperio romano), talasocracias («gobierno de los mares») o rutas comerciales y de intercambio de productos e ideas a larga distancia; aunque siempre limitadas por el relativo aislamiento entre ellas (obstáculos de los desiertos y océanos), que llega a ser radical en algunos casos (entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo). La navegación antigua, especialmente la naturaleza y extensión de las expediciones que necesariamente tuvieron que emprender las culturas primitivas de Polinesia (al menos hasta la Isla de Pascua), es un asunto aún polémico. En algunas ocasiones se ha recurrido a la arqueología experimental para probar la posibilidad de contactos con América desde el Pacífico. Otros conceptos de aplicación discutida son la prioridad del difusionismo o del desarrollo endógeno para determinados fenómenos culturales (agricultura, metalurgia, escritura, alfabeto, moneda, etc.) y la aplicación del evolucionismo en ámbitos arqueológicos y antropológicos.
La desembocadura del Tigris y el Éufrates en la Baja Mesopotamia[10] dio origen a la acumulación de depósitos aluviales en la zona de marismas que va ganando paulatinamente terreno al mar frente a la costa en retroceso del golfo Pérsico (actualmente a más de cien kilómetros del lugar que ocupaba en el IV milenio a. C., y con los dos ríos confluyentes —Shatt al-Arab—). La zona fue propicia (con la condición de mantener una gran capacidad de organización social para el trabajo colectivo en la construcción de obras hidráulicas como canalizaciones, regadío y drenajes) para el desarrollo de las ciudades-estadosumerias (Ur, Uruk, Eridú, Lagash). Estas, en competencia entre sí y con los pueblos nómadas de estepas y desiertos circundantes (los del sur y oeste englobados por la historiografía en el amplio concepto étnico de semitas y los del este en la zona irania donde se fue formando la civilización elamita), así como con los núcleos que se fueron formando más al norte (Babilonia) y más al norte aún en la Alta Mesopotamia (Nínive); fueron desarrollando las características constitutivas de la civilización (sociedad compleja) y el estado (superestructura político-ideológica): templo, clase sacerdotal y religión organizada, frontera, guerra territorial, ejército, propaganda, impuestos, burocracia, monarquía, construcciones como murallas y zigurats; y el rasgo que marca el inicio de la historia: el registro de la memoria en la escritura.
La dinámica del crecimiento territorial llevó a la formación de imperios, que en su pretensión de monopolizar el poder, se describían a sí mismos como un continuo espacial «entre el mar pequeño y el mar grande» (el golfo Pérsico y el Mediterráneo), en enumeraciones más o menos fiables de pueblos anexionados, destruidos, dispersados, rechazados, sometidos, tributarios, o simplemente socios comerciales, aliados o contactos diplomáticos.
Cordilleras, mesetas, estepas y desiertos caracterizan un difícil medio físico entre el río Tigris al oeste, el golfo Pérsico al sur, el río Indo al este y los montes Elburz, el mar Caspio y el río Oxus al norte. No obstante, también son la vía terrestre que conecta el Oriente Próximo con el Asia Central y el Asia Meridional (más difícilmente, siendo más usada la conexión marítima); y a través de esas zonas, en última instancia, con el Extremo Oriente. La extensa región persa o irania cumpliría un papel clave en la teoría indoeuropea, de debatida validez, que suponía la existencia de un grupo ancestral de pueblos de las estepas portadores de rasgos comunes (lingüísticos, étnicos, culturales e incluso de estructura de pensamiento), esencialmente ganaderos (otorgaban un gran valor a vacas, caballos y perros), de estructura social patriarcal, jerarquizada y triádica (visible incluso en su panteón de dioses), que protagonizaron una gigantesca expansión que incluiría la conquista de India por los arios; la de Europa por los predecesores de griegos, latinos, celtas, germanos y eslavos; y la de Mesopotamia, Anatolia, Levante y Egipto por medos y persas.
Escultura de un animal fantástico (en Persépolis).
La península de Anatolia, vía terrestre entre Asia y Europa, de la que la separa el estrecho del Bósforo y las numerosas islas del Egeo, con las que siempre mantuvo un continuo cultural (del que son muestra los aqueos y troyanos del mito homérico), estuvo en el corazón de las innovaciones de la Revolución Neolítica y la Revolución Urbana, desarrollando estados poderosos que entraron en relación y competencia con los mesopotámicos e incluso con Egipto. Hacia el norte, la costa del mar Negro (el Ponto para griegos y romanos), acogía mitos como el del vellocino de oro que se hallaba en la Cólquide. La cordillera del Cáucaso la pone en contacto con las lejanas llanuras eurasiáticas.
Creseida de plata. Moneda emitida por el rey Creso de Lidia, siglo VI a. C.
La zona costera más oriental del Mediterráneo, por su ubicación entre África y Asia y sus favorables condiciones físicas, actuó como un «pasillo» entre el mar y el desierto, muy compartimentado, aunque con valles fluviales de dirección norte-sur (los del Jordán y el Orontes), que posibilitó las comunicaciones terrestres entre África, Asia y Europa. Ese papel se había cumplido desde el Paleolítico y el Neolítico (Jericó), y se acentuó con las primeras civilizaciones. Los grandes imperios de Egipto, Mesopotamia y Anatolia tuvieron en esta zona su zona de contacto geoestratégico. La situación crítica permitió que se desarrollaran potentes civilizaciones locales de fuerte personalidad e influencia en el desarrollo histórico posterior (rasgos como el alfabeto o el monoteísmo), con una proyección muy superior a su extensión geográfica o población.
Manufacturas fenicias (Museo Archeologico Nazionale - MIBAC)
Fortaleza de Masada, donde las legiones romanas asediaron a una guarnición judía.
Pesa con el símbolo de la diosa fenicia Tanit. Hallado en la isla de Arados (Siria).
Siria, Jordania y Arabia antiguas
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Entre el Tigris y la cordillera del Líbano comienza una vasta zona desértica que se extiende hacia el sur hasta la península arábiga. Supone un obstáculo insalvable para el desarrollo de la agricultura más allá de pequeñas zonas de oasis muy dispersos, excepto en la zona del Yemen (Arabia Felix —‘Arabia feliz’—). Las actividades económicas que se desarrollaron y permitieron la formación de una peculiar civilización fueron, por tanto, la ganadería nómada y las lucrativas rutas caravaneras del comercio a larga distancia que conectaban todas las partes del mundo antiguo a través de los puertos del mar Rojo, el golfo de Adén y el golfo Pérsico (abiertos al océano Índico —navegación hasta la India e Indonesia—, al este de África —donde la relación con Eritrea y Etiopía fue muy estrecha— y a la costa oriental de Egipto —Berenice—), y ciudades del interior como Alepo, Damasco, Apamea, Petra o Palmira (que conectaban con el Levante mediterráneo).
«Egipto es un don del Nilo» (Heródoto), pues pocas civilizaciones tuvieron una relación tan determinante con un río. Su crecida anual permitió la fertilidad y altísima densidad de población de una estrecha franja que recorre el despoblado desierto norteafricano («desertizado» en el periodo postglacial) desde las cataratas del sur hasta el delta del norte. La dualidad entre el Alto Egipto y el Bajo Egipto forjó, sobre una sociedad campesina extraordinariamente estable y vinculada por el trabajo colectivo en las obras hidráulicas, unas instituciones y una cultura caracterizadas por la sacralización de la figura del faraón, la fortaleza de los templos, una eficaz burocracia y una compleja religión del más allá. Dentro de una gran continuidad a lo largo de milenios (que a veces se ha interpretado como homogeneidad o incluso estereotipación, con escasísimas excepciones —el periodo de Amarna—), se mantuvo una repetida dialéctica entre la unidad y la disgregación en el devenir cíclico de las fases de la historia egipcia, con periodos de esplendor y de crisis.
La apertura del sarcófago de Tutankamón por Howard Carter en 1923, uno de los momentos más espectaculares de la arqueología. Era una tumba intacta, y precisamente la del faraón cuyo breve reinado (1336-1327 a. C.) significó la vuelta a la ortodoxia tradicional de la religión egipcia tras el paréntesis herético de Ajenatón.
Ramsés II, el más activo de los faraones del Imperio nuevo, en un relieve de Abydos. La expansión exterior llevó hasta el norte de Palestina, enfrentándose con los hititas en la famosa batalla de Qadesh (siglo XIII a. C.1274), cuyo incierto resultado permitió presentarla como una victoria por ambas partes, obligó al mantenimiento de un precoz concepto de «equilibrio internacional» con sofisticadas negociaciones diplomáticas, y suscitó un interesante programa justificativo en textos y monumentos artísticos que la convierten en la primera batalla de la historia militar con suficiente información como para ser objeto de un estudio detallado.
Pirámides de Gebel Barkal, en el reino de Napata (o de los «faraones negros» o kushitas), fuertemente influenciado por la cultura egipcia. Actual Sudán.
Mediterráneo y Europa antiguos
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Hélade es el concepto geográfico y cultural que abarcaba en la Antigüedad clásica el territorio habitado por los griegos o helenos, más amplio que la actual Grecia, y que comprendería el territorio continental europeo que va desde el Peloponeso al sur hasta una difusa separación con Macedonia, Tracia y Epiro al norte; además de las islas del mar Egeo y del mar Jónico y la costa occidental de la actual Turquía (Jonia) hasta el Helesponto. También se asimilaban al concepto de Hélade las colonias griegas establecidas por todo el Mediterráneo; y también podían entenderse próximos a él los extensos territorios de las monarquías helenísticas de Egipto y el Próximo Oriente, que en mayor o menor medida habían sido helenizados.
Maqueta de la estructura del palacio de Cnosos. Fue una asombrosa ciudad palatina ubicada en Creta, de características nunca antes vistas (red de tuberías, posición compleja en las gradas del interior, dimensiones muy superiores a otros palacios contemporáneos, etc.), por lo que se cree que de la civilización minoica, los egipcios ―no los griegos―, se inspiraron en el mito de la Atlántida. Las teorías arqueológicas sobre el catastrófico final de la cultura minoica, asociado a la llamada «erupción minoica» del volcán que produjo la caldera actual de la isla Santorini (siglo XVII a. C.), también permiten su asociación con ese mito.
El Imperio macedonio fue el más vasto del mundo antiguo, y también el más efímero: no sobrevivió a su fundador, Alejandro Magno. En plena juventud, tras suceder a su padre Filipo II de Macedonia (que previamente había unificado las polis griegas), aplicó la eficaz maquinaria de guerra formada por este a la derrota del Imperio persa, el enemigo de los griegos desde las guerras médicas. Su gesta expandió la cultura griega por Próximo Oriente y hasta el Asia Central y la India, iniciando el periodo denominado Helenismo.
El estadio de Afrodisias, uno de los pocos vestigios que nos quedan de esa ciudad grecorromana, conocida en su tiempo por sus bellos edificios de mármol. El estadio es, de hecho, una mezcla entre un coliseo y una pista griega. La razón de ello se debe a que celebraban batallas sangrientas y al mismo tiempo juegos como lanzamiento de discos.
El Acueducto de Segovia es una de las muestras de la profunda romanización de Hispania. Conduce el agua una distancia superior a 15 km, salvando una profunda vaguada, hasta llegar al altozano ocupado por la ciudad, lo que le convierte en el acueducto romano más largo conservado.
Frescos etruscos de la «tumba de los leopardos» (Tarquinia), donde se representa un simposion, costumbre social de clara influencia griega, representado aquí con el colorido y la concepción festiva propios de la pintura etrusca. Los etruscos desarrollaron una civilización con características orientalizantes dentro del ámbito itálico, del que fueron la potencia dominante hasta que Roma, la capital latina que estuvo sometida a reyes etruscos (Monarquía romana), se terminó imponiendo en los primeros tiempos de la República (del siglo V a. C. al siglo III a. C.).
Busto de Julio César, el último «hombre fuerte» de la República (otros fueron Cayo Mario, Sila o su principal rival, Pompeyo), y antecesor inmediato del Imperio romano, que diseñó su heredero Octavio Augusto bajo la forma de principado (finales del siglo I a. C.). La expansión territorial de Roma y las guerras civiles republicanas significaron socialmente la superación de la oposición inicial entre patricios y plebeyos y la constitución de un modo de producción esclavista que encumbró a una poderosísima aristocracia.
Planta del Coliseo de Roma o Anfiteatro Flavio, donde se sentaban 5000 espectadores a observar espectáculos sangrientos como batallas entre gladiadores o con fieras salvajes, e inclusive batallas navales (naumaquias). La expresión panem et circensis (‘pan y circo’) declaraba la intención demagógica de halagar y embrutecer a las masas populares al tiempo que se garantizaba su apoyo a la figura imperial; de modo similar a como lo habían hecho los dirigentes de la fase final de la República romana.
Fases de la expansión territorial de Roma, desde el Lacio inicial hasta la máxima extensión en tiempos de Trajano (siglo II), y la posterior división del imperio y caída de Occidente.
Las estepas del Asia Central tuvieron históricamente una estrecha relación (dialéctica de pueblos nómadas y sedentarios) con la llanura del Indostán, y esta con la península del Decán. La conexión por tierra con el Oriente Medio a través de los desiertos de Irán fue, en cambio, más comprometida, mientras que la navegación por el mar Arábigo permitió rutas más fluidas. No obstante, todas ellas fueron experimentadas, a veces en el transcurso de la misma expedición, como fue el caso de la de Alejandro Magno (326 a. C.).
Ladera que contenía los Budas de Bamiyan (Afganistán, hacia el siglo V), destruidos por los talibanes en 2005.
Extremo Oriente antiguo
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El aislamiento geográfico de esta zona está marcado por las más altas cordilleras del mundo: el Himalaya, el Altái, el Hindu Kush, el Tian Shan, el Pamir y el Karakorum; y algunos de los más extensos y secos desiertos: el Taklamakán y el Gobi. Incluso las comunicaciones marítimas entre India y China son dificultosas (exposición a los monzones, prolongada navegación por la interposición de la península de Indochina y la península de Malaca que obliga a cruzar por zonas como el estrecho de la Sonda o el estrecho de Malaca). Aun así, existieron contactos, como testimonia la continuidad de rutas comerciales y la difusión de tecnologías, alfabetos y religiones (el hinduismo al Sureste asiático y el budismo a Tíbet, China y Japón). No obstante, la dificultad de ese contacto se percibía como resultado de un viaje de dimensiones míticas (Viaje a Occidente).
Prasasti (piedra con inscripciones) de la era de Purnawarman, rey de Tarumanagara (Tugu, Yakarta, isla de Java, Indonesia, siglo V a. C.), una civilización altamente influida por la hindú
Yumbulagang, fortaleza que se considera la primera construcción edificada en Tíbet, y que habría sido fundada por su mitológico primer rey, Nyatri Tsenpo (hacia el siglo II a. C.)
Linga del santuario de Cát Tiên (Vietnam), enigmático yacimiento con dataciones desde el siglo IV
El desierto del Sahara y las dificultades del curso superior del Nilo supusieron dos formidables barreras geográficas que provocaron una discontinuidad cultural muy importante entre el Norte de África y el África Subsahariana. No obstante, fueron lo suficientemente permeables como para permitir el contacto mediante rutas caravaneras con la zona del río Níger y el golfo de Guinea, y el contacto a través del mar Rojo con Eritrea y Etiopía, zonas fuertemente vinculadas a la península arábiga. El caso especial de Madagascar es consecuencia de la procedencia de la población malgache, relacionada a través del océano Índico con otras poblaciones malayo-polinesias.
América antigua
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En la América precolombina, surgieron dos centros civilizatorios distintos: la región andina hacia el 0 a. C. y Mesoamérica hacia el 0 a. C.
Las primeras sociedades complejas conocidas de América del Sur, Sechín y Caral, surgieron hacia el IV milenio a. C. en la costa central del actual Perú. En el siglo XII a. C., la cultura de Chavín o Cupisnique se propagó por toda la costa y los Andes centrales, dando paso tras su declive a diversos estilos regionales como Paracas , Vicús, Cajamarca, Moche, Recuay, Lima, Pucará, Nazca, Huarpa y Tiahuanaco. Hacia el siglo VII , la influencia de Nazca y Tiahuanaco sobre Huarpa, sumada a desarrollos locales en la agricultura y riego, propiciaron el surgimiento de Huari como un gran Estado urbano y militarizado que expandió su dominio por gran parte de la región anteriormente influenciada por Chavín, salvo el sur tiahuanacota. A la caída de Huari y Tiahuanaco en el siglo X, el poder político se fragmenta en diversos señoríos con estilos culturales diversos. En esta época se desarrollaron Lambayeque, Chimú, Chancay, Ychsma, Maranga y Chincha en la costa, a la par de Chachapoyas, Huamachuco, huancas, chancas, collas, Lupaca, Chiribaya e incas en las tierras altas. Al rededor de 1438, el inca Pachacuti lidera la expansión del Imperio incaico hasta el sur de la actual Colombia y noroeste argentino. La larga sucesión cultural tiene un abrupto cambio con la Conquista española en el siglo XVI.
La extraordinaria extensión de la colonización polinesia en el Pacífico (exploración del Pacífico, navegación polinesia), en un triángulo cuyos vértices están en Nueva Zelanda, Hawái y la Isla de Pascua, y cuyo centro es Tahití. La unidad etnográfica de esta cultura se observa en características antropológicas físicas, lingüísticas, ideológicas, sociales y económicas (determinados cultivos y ganados —cerdos y aves—).
La expedición de Thor Heyerdahl en la Kon-tiki fue un intento imaginativo de arqueología o antropología experimental que pretendía comprobar la posibilidad de viajes entre América del Sur y el Pacífico, basándose en la capacidad de navegación de balsas similares a los «caballitos de totora» del lago Titicaca. No obstante, la interpretación más usual de las evidencias arqueológicas y antropológicas mantiene que el asentamiento original de la población de América se realizó vía terrestre, y de norte a sur, mientras que la de Oceanía se realizó de oeste a este.
Símbolos de los dioses maoríes. Tangaroa sería un héroe divinizado cuya genealogía se conserva en los mitos polinesios, mantenidos por la tradición oral, y que permiten describir e incluso datar sucesivas migraciones que comenzarían desde algún punto de Indonesia (posiblemente la Isla de Java, se ha calculado en el siglo III a. C.) y continuarían por radiación de isla en isla hasta alcanzar la máxima expansión en el siglo XII.[14]
Mapas y cronología de la Edad Antigua
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Formaciones históricas en torno al espacio mediterráneo y próximo-oriental
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En fondo blanco, los periodos considerados prehistóricos (sin presencia de escritura —la existencia de proto-escritura[15] en algunas culturas es una cuestión polémica—), en fondo ligeramente sombreado los periodos históricos (con presencia de escritura —las primeras escrituras y alfabetos, en letras de color rosa—), en fondo de distintos colores, los distintos imperios (entidades políticas de gran extensión, que alcanza al menos una de las zonas consideradas en este esquema). La tabla sigue la narrativa occidental, es decir, terminando con la caída del Imperio romano de Occidente.
La novela histórica surgida en el romanticismo tuvo en la Edad Media su principal escenario (véase medievalismo), pero también se buscó la ambientación en distintas civilizaciones de la Edad Antigua.
Muchas de las novelas se adaptaron al cine o la televisión:
El éxito editorial de los temas históricos ha multiplicado la aparición de best sellers del género, sobre todo los relacionados con la historia militar de Roma.[31]
Con el nombre de peplum (por la vestidura griega denominada en castellano peplo) se designa a un subgénero cinematográfico en que la ambientación en la Antigüedad es una simple excusa para una película de aventuras de bajo presupuesto en la que los anacronismos y otras inadecuaciones a la historia son abundantes (por ejemplo: Hércules, de 1958, y Hércules, Sansón, Maciste y Ursus, de 1964). Las características del género ha propiciado la realización de numerosas secuelas y parodias.
Tanto estas como las de mayor nivel popularmente recibieron el nombre de «películas de romanos» (aunque fueran ambientadas en la época griega o cualquier otra época antigua), y su visionado en los «cines de barrio» de sesión continua y doble programa o en los cines de verano tuvo un notable papel en la educación sentimental de la juventud desde finales de los años cincuenta hasta los setenta del siglo XX, reflejado en obras como las de Terenci Moix (egiptómano y mitómano en concreto de Elizabeth Taylor, actriz que representó a Cleopatra). En este sentido, el cantautor español Joaquín Sabina tiene una canción titulada Una de romanos, caracterizada por la nostalgia de la juventud pasada.
↑Le Goff, Jacques (2016). ¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas?. Fondo de Cultura Económica. pp. 22-24.Parámetro desconocido |país= ignorado (ayuda)
↑García Moral, Eric (2016). Breve historia del África subsahariana. Nowtilus. p. 19.Parámetro desconocido |país= ignorado (ayuda)
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↑Mesopotamia significa ‘entre ríos’ (siendo meso: ‘en medio de’, y pótamoi: ‘ríos’).
↑Bruce Gordon Archivado el 1 de abril de 2014 en Wayback Machine. (2005)
↑Sven-Tage Teodorsson:Ex oriente lux, ex occidente dux: griegos, cartagineses y romanos en contacto y conflicto Archivado el 13 de enero de 2012 en Wayback Machine.
«¡Ex oriente lux!». Se dice que con esta exclamación saludaban los romanos al sol cuando se elevaba sobre las montañas samnitas. La expresión se ha hecho una frase célebre universal, usada a lo mejor por casualidad en sentido original, pero casi siempre simbólicamente para sugerir que nuestra cultura occidental proviene en el fondo de Oriente.
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En la tradicional identificación de pueblos y lenguas con el relato bíblico de los descendientes de Noé, la zona se identifca con Fut, hijo de Cam, y con las llamadas lenguas camitas; conceptos todos ellos obsoletos en las modernas antropología y lingüística.
En atención a los temas representados (dependientes de cambios en clima y cultura, que explican la presencia de unos u otros animales) las fases del arte rupestre se han denominado bubaliense (Paleolítico o Mesolítico), bovidiense (bóvidos, Neolítico -Tassili n'Ajjer-), equidiense (caballos y carros esquemáticos -"periodo de los carros"-, I milenio a. C. -en celtiberia, web cit., se fecha "tradicionalmente" en 1500 a. C.-) y cameliense (camellos, desde el siglo I a. C. hasta la actualidad). (Alfonso Fraguas, El arte rupestre prehistórico de África nororiental, pg. 95).
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↑Artículo sobre el asunto en El País, 17 de enero de 2009. Cita tres ejemplos de reciente aparición: Centurión (de Simon Scarrow. Barcelona: Edhasa, 2008), El águila de la Novena Legión (de Rosemary Sutcliff. Barcelona: Plataforma, 2008) y César, las cenizas de la República (de Gisbert Haefs. Barcelona: Edhasa, 2008).
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