La corona de Suintila es una obra de orfebrería visigoda del siglo VII,[1] realizada por orden del rey de los visigodos Suintila, con la finalidad de servir de ofrenda en algún edificio religioso.[1] Suintila reinó entre los años 621 y 631 sobre el conjunto de la península ibérica. La corona forma parte del llamado Tesoro de Guarrazar, un importantísimo conjunto de piezas de orfebrería visigótica hallados en Guadamur (Toledo) en 1858.[2] El año 1861 la corona fue regalada a la reina Isabel II de España por uno de los descubridores del tesoro.[3] Desde entonces se conservó en el Palacio Real de Madrid hasta que fue robada en 1921, permaneciendo desaparecida desde esa fecha.
La corona de Suintila es una de las piezas del Tesoro de Guarrazar, un conjunto de orfebrería visigótica de gran importancia a causa del número, calidad y significación de los elementos que lo componen, y considerado por ello el más importante tesoro aparecido en el contexto europeo de la Alta Edad Media.[4] Fue hallado accidentalmente en 1858 en lo que resultó ser una necrópolis visigoda situada en Las Huertas de Guarrazar (Guadamur, Toledo).[1][2] Diversas investigaciones arqueológicas en la zona apuntan a la existencia en el lugar de un importante santuario o complejo monástico palacial compuesto por diversos ámbitos.[5][6][7] El tesoro habría sido ocultado en el cementerio de este centro religioso, tal vez en el interior de dos tumbas diferentes,[7] por alguna razón que hoy no es posible precisar, aunque suele considerarse como la más probable el avance hacia Toledo del ejército musulmán que inició la conquista de la península ibérica en el año 711.[1][7][2] Las piezas que lo componen no serían necesariamente objetos procedentes de iglesias de la ciudad de Toledo escondidos en Guarrazar, como se supuso inicialmente, sino que podría tratarse de objetos del propio santuario local, o ambas cosas a la vez.[7] Estas circunstancias han configurado la naturaleza del tesoro: una ocultación planificada de objetos que seguramente estaban en uso y que fueron enterrados completos, y no en fragmentos de los que extraer posteriormente un beneficio económico.[8]
Los dos lotes de piezas tuvieron descubridores diferentes que en ambos casos intentaron obtener dinero a cambio del oro y de las piedras preciosas de los objetos, aspecto que primó sobre su valor artístico e histórico.[3] La consecuencia fue la destrucción de aproximadamente dos tercios del total del tesoro[1] y la alteración parcial de varias de las piezas, además de su dispersión geográfica.[3] Hoy la mayor parte de ellas se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid (MAN), mientras el resto se conserva en el Museo de Cluny de París y en el Palacio Real de Madrid.[2][1][8]
La corona de Suintila formó parte del que se conoce habitualmente como segundo lote. Dada la dificultad de seguir vendiendo los objetos que lo componían a causa de las investigaciones que llevaban a cabo las autoridades, que ya tenían conocimiento del descubrimiento y habían abierto una investigación, el descubridor del segundo lote regaló a la reina Isabel II algunas de las piezas que aún tenía en su poder, entre ellas la corona de Suintila,[nota 1] que llegó de esta manera al Palacio Real de Madrid.[3] Allí, depositada en la Armería Real, se conservó hasta su desaparición a causa de un robo que tuvo lugar el 4 de abril de 1921.[9] La policía no consiguió nunca recuperar la corona, que se encuentra desaparecida desde entonces.
La pieza en sí misma se compone (en el caso de que no haya sido ya destruida) de 3 estructuras: la corona (diadema) propiamente dicha con letras colgantes a su alrededor, unas cadenas superiores que convergen en un engarce y que permiten colgar la pieza, y un cruz que cuelga de la pieza y cuya cadena de sujeción arranca también del engarce superior y baja por el centro de la corona hasta dejar la cruz suspendida a un nivel más bajo.
En lo que se refiere a su realización, el estudio de las piezas del tesoro de Guarrazar y las del llamado Tesoro de Torredonjimeno (otro importante hallazgo de orfebrería visigótica) ha llevado a suponer la existencia de, al menos, dos 'talleres' o momentos diferentes.[8][2] Un taller antiguo, anterior al reinado de Suintila (que habría realizado alguna de las piezas como la corona de chapa simple del museo de Cluny), y un taller reciente, al que corresponderían la mayor parte de las piezas encontradas en Guarrazar y que se trataría de un taller palacial de uso real y aristocrático.[8]
Entre ambos momentos o talleres habría que señalar la transcendencia que tuvo la llegada de la gran cruz procesional del siglo VI (conocida habitualmente como Gran cruz del Tesoro de Guarrazar) de la que hoy solo se conservan dos brazos conservados en el Museo Arqueológico Nacional (MAN). Esta cruz, con un trabajo de orfebrería más complejo que el resto de las piezas, no fue obra de un taller visigodo sino de un taller externo, probablemente un taller italiano de influencias bizantinas.[2][8] Los fragmentos que se han conservado están realizados con doble lámina de oro repujada con motivos vegetales y con gemas y vidrios engastados.[2] Documentos de la época relatan el regalo del papa Gregorio Magno al rey Recaredo I, con motivo de su conversión al catolicismo (589), de una importante cruz-relicario con un fragmento de la Vera Cruz en su interior. Se ha sugerido que esa cruz sería la misma cuyos fragmentos se conservan en el MAN.[2] En cualquier caso, su influencia técnica y estilística está clara en las piezas que habrían sido elaboradas en el denominado taller reciente, pues habría servido como modelo en el momento de la elaboración de las corona de Recesvinto y de Suintila.[2][8]
La corona de Suintila es una corona votiva donada por el rey como ofrenda o exvoto a alguna iglesia, y no una corona para ser llevada sobre la cabeza.[1][2] De hecho, en la monarquía visigótica los reyes no eran coronados usando una corona sino que eran consagrados a través de su unción con óleo bendecido.[2] Las coronas votivas servían, además, como ornato de los templos, situándose a tal fin en sitios convenientes, como encima de los altares o colgando en el centro de los arcos del interior, para subrayar la sacralidad de las zonas más prominentes.[2] Así aparecen representadas en diversas miniaturas de códices medievales. Fue una práctica muy común en el mundo bizantino[2] y existen referencias documentales sobre lo muy frecuente de su práctica en España, así como sobre algunas coronas especialmente señaladas, como la que el rey Recaredo I ofreció a la iglesia de San Félix, en Gerona, de la que hablan Gregorio de Tours y Julián de Toledo.