El término "comarcas churras" (comarques xurres en valenciano) define una zona de la Comunidad Valenciana caracterizada por ser de habla castellana con rasgos similares a los del castellano aragonés, con influencias valencianas (castellano churro).
Generalmente se supone que estas comarcas fueron repobladas mayoritariamente por aragoneses tras la conquista de Valencia por Jaime I en la edad media.
Incluyen las siguientes comarcas y municipios:
En la provincia de Castellón, 2 comarcas:
En la provincia de Valencia:
La comarca de la Canal de Navarrés es a veces incluida también.
La comarca de Requena-Utiel, contigua a las anteriores, también es de habla castellana, pero no formaba parte del reino de Valencia medieval, fue segregada de Castilla en el siglo XIX e incorporada a la provincia de Valencia, a excepción de los municipios de Sinarcas y Chera, mencionados anteriormente. Tampoco pueden considerarse comarcas churras las comarcas castellanohablantes del sur de la provincia de Alicante (la Vega Baja del Segura, el Alto Vinalopó y algunos municipios del Medio Vinalopó), ya que sus hablas son de influencia murciana.
La denominación churro también ha sido empleada con otros sentidos: así, a la gente que llegaba hasta Valencia desde Cuenca y Teruel, también se les llamaba de esta forma.
Generalmente se considera que el origen de las particularidades de las comarcas churras se remonta a la fundación del Reino de Valencia por parte de Jaime I. Según esta idea, pueden distinguirse tres etapas, las dos primeras marcadas por repoblaciones.
La primera etapa, que se extiende desde el siglo XIII hasta la expulsión total de los moriscos en 1609, corresponde a las repoblaciones iniciales realizadas tras la conquista del Reino de Valencia. Generamente se considera que durante este periodo se asentaron mayoritariamente aragoneses en zonas estratégicas del interior del Reino,[1] bajo la jurisdicción de la diócesis de Segorbe,[2] entre ellas la propia ciudad de Segorbe y diversos enclaves fronterizos a lo largo de la frontera valenciano-aragonesa. A lo largo de estos siglos fueron repoblándose distintas localidades de esta diócesis, como Chelva en 1370, así como otras zonas hoy consideradas churras ajenas a dicha jurisdicción, como el Villar del Arzobispo o Chulilla.[2] No obstante, la mayoría de los lugares actualmente considerados como churros permanecieron habitados por población morisca hasta comienzos del siglo XVII. Cabe señalar, además, que en el propio proceso de formación del Reino se transfirieron a la jurisdicción valenciana determinados territorios conquistados y repoblados previamente por Aragón, entre ellos el Rincón de Ademuz.[2]
La segunda etapa se inicia tras la expulsión total de los moriscos en 1609. Este hecho supuso una grave crisis demográfica y obligó a una nueva oleada repobladora.[1] Fue entonces cuando muchos de los lugares churros, hasta entonces habitado mayoritariamente por moriscos, se repoblaron con gentes procedentes tanto de Aragón como de otras zonas del reino de Valencia que ya habían sido colonizadas desde el siglo XIII.[1]
Finalmente, la tercera etapa, más contemporánea, está marcada por cambios más puntuales en el mapa que van componiendo la actual frontera lingüística. Encontramos traslados de pueblos motivados por la construcción de embalses, desastres naturales o cambios administrativos, así como una importante y creciente castellanización y deterioro del habla churra más tradicional.
A continuación se tratan estas etapas en mayor detalle.
Una explicación frecuente sobre el carácter aragonés de las comarcas churras sostiene que allí donde se repobló mayoritariamente con aragoneses se habla churro (castellano-aragonés), mientras que donde se repobló con catalanes se habla valenciano. Esta generalización, aunque parcialmente acertada, resulta incompleta, pues pasa por alto detalles históricos importantes, como que gran parte de los lugares hoy churros permanecieron mayoritariamente habitados por moriscos hasta su expulsión en 1609.
Tampoco es correcto atribuir la lengua actual de cada población al origen de los señores feudales o al fuero bajo el cual se estableció la repoblación. Así, encontramos hoy localidades repobladas a fuero de Aragón en las que se habla valenciano (Borriana, Vallibona, Boixar-Fredes), y viceversa, con Segorbe, hoy de habla churra, siendo repoblada a fuero catalán y, posteriormente, a fuero valenciano.[1]
Lo que sí permite afirmar la documentación, en particular las cartas pueblas y apellidos registrados en ellas, es que durante el siglo XIII, tras la conquista y fundación del Reino de Valencia, diversos lugares estratégicos del interior se repoblaron mayoritariamente aragoneses. Entre ellos destacan poblaciones tan importantes como Segorbe, clave para controlar la carretera que ofrecía a Aragón una salida al mar alternativa a la catalana, o poblaciones a lo largo de la frontera valenciano-aragonesa.[1]
El por qué del origen aragonés de estos repobladores se entiende, entre otros factores, por la figura de Abu Zayd, último gobernador almohade de Valencia. Tras ser destronado en la capital valenciana por Zayyan, buscó el apoyo de Aragón y en 1229 recuperó Bejís y otras plazas fronterizas gracias a la ayuda aragonesa. Posteriormente, en 1236, tras convertirse al cristianismo, sometió al obispo de Segorbe, que entonces residía en Albarracín, todas las tierras que quedaron bajo su dominio.
Todo este territorio cedido por Abu Zayd, se unió al dominio de la antigua diócesis de Segorbe, quedando así bajo jurisdicción de la diócesis: el valle de Segorbe, la cuenca del Alto Palancia, parte de la actual comarca de La Serranía y el Rincón de Ademuz. Esta dinámica se vio reforzada por la rivalidad entre los obispos de Segorbe y de Valencia, así como por la existencia de rutas naturales que facilitaban el acceso al mar de Aragón por estas tierras. Así, se repueblan en este siglo lugares como Bejís en 1276, Jérica en 1249 (tras el exterminio de su población morisca en 1234) o Chelva en 1370.[2]
Fuera de la diócesis de Segorbe, en la actual comarca de La Serranía, fueron repoblados también con gentes aragonesas El Villar del Arzobispo (1323) y Baronía de Chulilla (1340), bajo expresa ordenanza de su arzobispo que quiso expulsar a todos los moriscos de estas tierras y repoblar con familias cristianas.
Todas las demás localidades, hoy consideradas churras y por aquel entonces aún no repobladas, tanto dentro como fuera de la diócesis de Segorbe, conservaron su población mayoritariamente morisca hasta 1609: gran parte del Alto Mijares, Gestalgar, Bugarra, Pedralba, la Hoya de Buñol-Chiva, en otros.[1]
En esta última comarca, en la Hoya de Buñol-Chiva, hacia finales del siglo XIII se estima una proporción aproximada de 90 % moriscos frente a un 10 % de colonos cristianos. Estos últimos, de mayoría catalana, habrían dado lugar a una situación de bilingüismo arábigo-catalán en la zona, perdurando esta situación hasta 1609, cuando la expulsión provocaría una gran crisis poblacional.[3]
Si bien las fronteras de esta comarca, tanto al este y oeste hoy quedan bien delimitadas lingüísticamente, con Siete Aguas marcando la frontera con Castilla hasta la incorporación de Requena-Utiel en 1851, y la sierra Perenxisa al este separando Godelleta, hoy de habla churra aún con numerosos valencianismos, de Torrent y Torís, de habla valenciana, el límite sur de la presencia aragonesa es aún a día de hoy objeto de debate entre académicos.[2]
Algunos sostienen que la presencia aragonesa no se consolidó más allá del río Júcar, dejando fuera de este área por tanto a la actual Canal de Navarrés, mientras que otros defienden que Enguera sí fue repoblada por aragoneses y que el habla de hoy en día encaja dentro del ámbito castellano-aragonés, aunque con un componente valenciano mucho mayor. Según el filólogo Emili Casanova, el límite meridional de la influencia aragonesa y del aragonés estaría en el macizo del Caroig, de modo que más al sur las hablas ya tendrían como base el castellano o el murciano.
Cabe destacar que es también durante este periodo fundacional del Reino cuando se produce la cesión de lugares conquistados inicialmente por Aragón a la jurisdicción valenciana, como son Ademuz y Castielfabib. Además, en Els Furs de 1261, aparecen menciones a localidades en un principio pertenecientes a Valencia pero que hoy son turolenses: Mosqueruela, Linares, Puertomingalvo, Rubielos, Nogueruelas, Olba, Albentosa, Manzanera, Abejuela, Torrijas y Arcos de las Salinas. Teruel pleitearía durante diez años para incorporar estas tierras, semi despobladas por aquel entonces.[2]
Entre estas localidades destaca Olocau del Rey, situado en la comarca de Els Ports, de habla valenciana. Su carácter aislado respecto al resto de la zona churra se debe a que, tras ser conquistado, fue repoblado con gentes aragonesas al pertenecer en un principio, junto a Villarluengo, a la Orden Militar del Santo Redentor. Posteriormente, en 1287, Alfonso III lo agregó a Morella.[2]
En conclusión, en el periodo que abarca desde la conquista y establecimiento del Reino de Valencia, hasta la expulsión de los moriscos de 1609, las zonas de mayoría aragonesa dentro del Reino de Valencia incluían aquellas repobladas bajo jurisdicción de la diócesis de Segorbe, principalmente Segorbe y diversos enclaves fronterizos como la Baronía de Arenoso, Zucaina, Villahermosa, Ludiente y Castillo de Villamalefa, entre otros; aquellas repobladas ajenas a la diócesis, como El Villar del Arzobispo o la Baronía de Chulilla; el Rincón de Ademuz y Olocau del Rey.
En un primer momento, tras la conquista del Reino de Valencia, Jaime I permitió que gran parte de los moriscos permanecieran en el territorio, otorgándoles un régimen de relativa tolerancia e incluso permitiéndoles, en ocasiones, por la ley musulmana. Esta política respondía al hecho de que los moriscos consistían un porcentaje muy elevado de la población y Jaime I consideraba esencial mantenerlos para evitar así el colapso demográfico y económico del recién establecido reino.[1]
La convivencia entre moriscos y cristianos fue, en general, pacífica en los primeros tiempos, pero con el paso del tiempo se fue deteriorando. Los moriscos, protegidos por sus señores que explotaban las tierras aprovechando la mano de obra barata que les proporcionaban, empezaron a asociarse a la nobleza y en contra del campesinado cristiano. Este clima de tensión se veía agudizado por las amenazas de expulsión procedentes de la monarquía hispánica, que aún siendo opuestas por la aristocracia local propiciaron diferentes levantamientos de moriscos en zonas donde eran mayoría, como el de la Sierra de Espadán de 1528.[1]
La represión hacia las prácticas musulmanas fue en aumento, impulsada principalmente por la Inquisición, que procesaba a moriscos por delitos de fe y los castigaba con galeras, azotes o confiscación de bienes. Se conservan registros de juicios contra moriscos de localidades como Biber, Castellnovo, Çoneja, Gaimiel, Matet o Segorbe, en la comarca del Alto Palancia.
Este clima represivo, unido a una cada vez mayor concentración de población morisca en las actuales comarcas churras que con su geografía montañosa eran la escapatoria ideal para aquellos moriscos reprimidos buscando cobijo, propiciaron la construcción de diferentes conventos en la zona, como el de Nuestra Señora del Socorro en Jérica o el de San Francisco en Segorbe.[1]
El 22 de septiembre de 1609, bajo el reinado de Felipe III, se decretó la expulsión definitiva de los moriscos. La medida supuso un golpe devastador para la economía valenciana, dejando prácticamente deshabitados muchas localidades, entre ellas muchas de las que hoy se consideran churras. Yátova (Hoya de Buñol-Chiva), por ejemplo, quedó reducida a apenas 16 vecinos, mientras que otros como Buñol o Chiva perdieron casi toda su población.[3]
La crisis demográfica obligó a organizar nuevas repoblaciones. En la Hoya de Buñol-Chiva, donde aproximadamente el 90 % de la población fue expulsada, quedó solo un núcleo de cristianos de habla catalana. Sería con los nuevos repobladores, en su mayoría procedentes de la parte castellano-aragonesa del propio Reino aunque también de otros lugares como Castilla, Mallorca, Aragón e incluso Italia, que se expandiría el habla castellano-aragonesa a esta comarca.
En otras zonas como el Alto Palancia, quedaron totalmente despobladas localidades como Castellnovo o Algimia de Almonacid, esta última siendo repoblada por gentes de Navarra y Puebla de Arenoso. Teresa, Matet, Gaibiel, Vall de Almonacid, Navajas, Almedíjar, Geldo, Soneja, Sot de Ferrer, Azuébar, Gátova, Ayódar, Fuentes de Ayódar, Olocau, Fanzara, Argelita, Torralba, entre otros, quedaron despoblados también. Algunas localidades, como la Alquería de Montanejos, Arañuel, Argelita, Ayódar, Cirat, Espadilla, Fuentes de Ayódar, Montanejos, Toga, Pandiel, Tormo, Torrechiva, Vallat o Villamalur permanecieron desiertas incluso hasta 1617.[1]
La mayoría de estos despoblados fueron repoblados con gentes procedentes de Aragón o localidades valencianas de habla castellano-aragonesa. De este modo se fue configurando la actual frontera lingüística entre el ámbito churro y el valenciano, con localidades como Bugarra, Godelleta y Pedralba siendo repoblados con gentes de La Serranía, o Gátova y Marines siendo repoblados por gentes de Segorbe en contraposición a sus vecinas Bétera y Nàquera, repobladas con gente de Llíria de habla valenciana.[2]
En consecuencia, tras la expulsión de 1609, el mapa lingüístico del Reino quedó prácticamente definido en sus líneas generales, con una clara división entre un área de habla y origen aragonés y otra de habla valenciana.
Tras las repoblaciones llevadas a cabo a partir de 1609, la mayoría de localidades hoy consideradas churras quedaron definitivamente asentadas, aunque algunos núcleos como Turche, Pardenillas, Mijares o Motrotón,[4] en La Hoya de Buñol-Chiva, fueron abandonados. Desde entonces, la frontera resultante apenas ha variado respecto a la actual.
El proceso de castellanización de estas comarcas, acentuado sobre todo a lo largo del siglo XX gracias a una mayor difusión de la radio, televisión y escuela, ha ido diluyendo progresivamente el carácter aragonés de las hablas churras. (Véase el apartado Deterioro del habla churra para un análisis más detallado).[1]
Los cambios más recientes en la delimitación de las comarcas churras se deben, sobre todo, a desplazamientos poblacionales forzados. La construcción de embalses como el de Benagéber obligó a trasladar a sus habitantes a nuevos asentamientos: un nuevo Benagéber, San Antonio de Benagéber (inicialmente en el término de Paterna) y San Isidro de Benagéber (en Moncada). Circunstancias similares afectaron también a los pueblos de Loriguilla, Tous y Domeño, cuyas poblaciones fueron reubicadas en la huerta valenciana, creando "islas" lingüísticas churras en zonas tradicionalmente valencianoparlantes.[2]
Otro caso significativo fue el de Marines: la riada del Turia en 1957 provocó desprendimientos que arrasaron parte del pueblo, forzando su reubicación a un nuevo núcleo en la huerta valenciana. Desde entonces, la población se reparte entre Marines Viejo y Marines Nuevo. También destaca el caso de su vecina Gátova, que en 1995 decidió separarse de la comarca del Alto Palancia y unirse a El Camp de Túria ,[5] en la provincia de Valencia, siendo el único pueblo de España en cambiarse de provincia en todo el siglo XX.
En lo referente a la gastronomía, la tradición culinaria de estas comarcas tiene puntos en común con la cocina aragonesa y en menor medida con la manchega. Comparte con la primera el mojete, el cordero asado, los embutidos de cerdo, el potaje, el ajoarriero y las gachas migas de trigo y maíz, y con la segunda el gazpacho (similar a los galianos o gazpachos manchegos). En común con las restantes comarcas valencianas se hace la paella, la coca de llanda y otros platos de arroz como el arroz al horno y el arroz empedrao. También encontramos la ollica de pobre y el puchero.
En estas comarcas existen danzas populares similares a la jota aragonesa, se usa un traje similar al de baturro como vestimenta tradicional, se practicaban juegos populares de influencia aragonesa como el guiñote y la morra.