Ayocuan Cuetzpaltzin (En náhuatl: Ayocuan Cuetzpaltzin: 'Águila Blanca';[1] Tecamachalco, 1450-1499? - ¿?, 1500-1530?), fue un noble y tlamatini (poeta y sabio) de la región poblana, autor de numerosos poemas de los que hoy se conservan sólo algunos, como el ¡Ma huel manin tlalli! (¡Que permanezca la tierra!).
Ayocuan Cuetzpaltzin | ||
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Tlamatini de Tecamachalco | ||
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Información personal | ||
Nombre completo | Ayocuan Cuetzpaltzin | |
Nacimiento |
1400-1450? Tecamachalco | |
Fallecimiento |
1500-1530? | |
Familia | ||
Padre | Cuetzpaltzin el Viejo | |
Información profesional | ||
Ocupación | Tlamatini (poeta) | |
Fue uno de los tres hijos de Cuetzpaltzin el Viejo, un señor chichimeca quien gobernó las ciudades de Cohuayocan y Cuauhtepec durante el siglo XV.[2] Se dice que también que gobernó el señorío de Tecamachalco entre los años 1420 y 1441.[3] Perdió su dominio este último año al sufrir un ataque conjunto de los pueblos de Coatlinchán, Cholula, Huejotzingo y Tlaxcala.[4] Ayocuan, junto con sus dos hermanos, fue educado en el pueblo de Quimixtlán.[5]
Su poesía, tal como muchos otros poetas mesoamericanos, se centraba en lo efímero de la vida y de la tierra, de la inestabilidad de la existencia. También denostó las imperfecciones del ser humano. Su obra poética conocida devela el profundo sentido religioso que poseía.[6]
Nació en la segunda mitad del siglo XV, en la región de Tecamachalco, en la región y moderno estado de Puebla. Fue uno de los hijos registrados del noble chichimeca Cuetzpaltzin (o Cuetzpal), señor de Cohuayocan y Cuauhtepec durante la primera mitad del siglo XV, y señor de Tecamachalco entre 1420 y 1441, supuestamente. Dos de sus hermanos registrados en la Historia Tolteca-Chichimeca eran Xochicózcatl y Quetzalécatl, de los que no se sabe[5].
En 1448 fue llevado por su padre a educarse junto con sus hermanos a Quimixtlán, un pueblo cuyo nombre significa 'lugar envuelto en nubes' que se encuentra al noreste de Citlaltépetl, una región elevada donde las nieblas y las lluvias son frecuentes. En este ambiente, rodeado por la naturaleza y recibiendo educación por parte de su padre y de algunos maestros, se adentró en conocimiento de las ancestrales creencias y tradiciones de su pueblo.
Durante su etapa adulta, se sabe[7] que frecuentaba la región entre Huejotzingo y Tlaxcala junto con amigos suyos también poetas y tlamatini, como Tecayehuatzin,[8] señor de Huejotzingo. Se dice que durante sus caminos iba repitiendo poemas y frases que iba formulando en sus pensamientos. El más famoso decía:
¡Que permanezca la tierra! ¡Que estén de pie los montes![9]
Ayocuan pasó su vida entre señores y principes, actuando como mediador en situaciones legales, hablando con otros tlamatini, y andando en los caminos de Huejotzingo repitiendo sus poemas y frases que emanaban su pensamiento. En un cantar anónimo se dice que llegó a ser un 'señor chichimeca', es decir, que llegó a ser gobernante, aunque no se sabe el señorío ni la fecha exacta donde pudo haber ejercido ese cargo.[10]
Aunque no se conservan muchos de sus poemas, su prestigio era conocido por sus contemporáneos, ya que se le dedicaron muchos elogios en diversos cantares[11] y poemas de otros tlamatini hasta después de su muerte.
Su obra, de la que se conservan solo unos cuantos poemas, se centra principalmente en la brevedad de la vida, y las imperfecciones de la humanidad[5]. También revela una conexión religiosa profunda de su poesía, como lo describía un cantar anónimo donde se le describía como teohua (sacerdote).[12] Tecayehuatzin de Huejotzingo, uno de sus amigos, afirmaba que 'se ha acercado al Dador de la Vida'.[13]
Una de las bases del pensamiento de Ayocuan parece haber sido la inestabilidad de lo que existe. A partir de este entendimiento, formó un sentido que lo llevó a afirmar y proclamar esta futilidad del hombre y de sus creaciones. Admira al arte y los símbolos, pero cree que nuestros anhelos descomponen el orden del mundo que nos rodea.[11] Así lo afirma en In xóchitl, in cuicatl (Las flores y los cantos):
"Del interior del cielo vienenLas bellas flores, los bellos cantos.
Los afea nuestro anhelo,
nuestra inventiva los echa a perder." [14]
Ante la vanidad del hombre y la vida de su pensamiento, se preguntaba que ocurría después de la muerte, si después de esta se vivía de verdad, o si el único lugar donde 'hemos venido a conocer nuestros rostros' es en la tierra. Por esto, exalta el valor de las amistades y todas las experiencias que vivimos: 'los símbolos, las flores y los cantos, que logramos concebir y expresar'. Por eso también reconoce que lo mejor que podemos llevar a la tumba son las flores y los regalos del Dador de la Vida[11].
Los poemas atribuídos a Ayocuan incluyen: