Una apacheta (del quechua y aimara: apachita) es un montículo de piedras colocadas en forma cónica una sobre otra, como ofrenda realizada por los pueblos indígenas de los Andes de América del Sur a la Pachamama o a otras deidades del lugar, en las cuestas difíciles de los caminos.[1]
Se trata de verdaderos monumentos indígenas de valor sagrado, que se construían en diferentes puntos a orillas del camino del inca.[2][3]
Como vieja costumbre de dejar piedras, con el paso del tiempo se convertían en marcas, a manera de hitos, que demarcaban estos caminos. Era en esos puntos donde los viajeros pedían y agradecían a la Pachamama (Madre Tierra) y a los Apus (dioses de las montañas).[4]
Se creía que dejar una piedra protegía al viajero que pasaba por el lugar, la cual se ofrecía junto a un acullico de hojas de coca, tabaco o bebidas fermentadas, entre otras cosas.
A diferencia de un túmulo, la apacheta no se erigía como cámara funeraria ni para cubrir sepulturas o como lápida. La gran mayoría de ellas aparecen solas y aisladas, y se cree que quitar las piedras de una apacheta es profanación, equivalente al sacrilegio, por cuanto son sagradas para tal rito.
Si bien no todos coinciden en su significado como ofrenda o lugares de pedidos a la Pachamama, algunos autores creen que las apachetas nacieron debido a la preocupación de los pueblos andinos por el orden: por dividir, medir distancias, marcar y separar sectores o territorios. Otros consideran que su origen no fue otra cosa que un montón de materiales acarreados para edificar usnos o puestos de vigía en los puntos estratégicos de los caminos incaicos.[5]