El antiintelectualismo es la hostilidad y desconfianza hacia el intelecto, los intelectuales y la actividad intelectual, generalmente, expresadas en escarnio de la educación, filosofía, literatura, arte y ciencia como poco prácticas y despreciables. Alternativamente, los autodenominados intelectuales, que supuestamente no logren asimilar los rigurosos estándares académicos, pueden ser descritos como antiintelectuales. Los antiintelectuales se suelen percibir y presentarse públicamente como defensores de la gente común —populistas contra elitismo político y académico— al proponer que los educadores son una clase social distante de las preocupaciones cotidianas de la mayoría, dominando el discurso político y la educación superior.
Como el término «antiintelectual» suele ser peyorativo, definir casos específicos de antiintelectualismo puede ser problemático; se pueden objetar aspectos específicos del intelectualismo o la aplicación de estos sin ser despectivos de las actividades intelectuales en general. Por otra parte, las acusaciones de antiintelectualismo pueden constituir un argumento de autoridad o un recurso al ridículo que intentan desacreditar a un oponente en lugar de tratar específicamente sus argumentos.[1]
Isaac Asimov definió el antiintelectualismo de la siguiente manera:
El antiintelectualismo es el culto a la ignorancia. Ha sido una constante en nuestra historia política y cultural, promovida por la falsa idea de que la democracia consiste en que "mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento".[2]
Por su parte —y desde la perspectiva de un humanismo socialista—, E. P. Thompson consideró que el antiintelectualismo, al desconfiar de la común capacidad humana para intervenir de forma racional en la vida pública, constituía una amenaza para la democracia real e implicaba la defensa de un modelo político basado en legitimar la exclusividad de una determinada élite a la hora de tomar las decisiones que afectan a toda la comunidad, según dicha hipótesis de una presunta incapacidad o alienación de aquellos a quienes se dice representar.[3]
Según el trabajo realizado por Richard Hofstadter, Dabiel J. Rigney y Diane S. Claussen, existen tres tipos de antiintelectualismo:
Aquí se presentarán algunas frases comunes y argumentos utilizados a favor del antiintelectualismo y en detrimento de la cultura intelectual:
En República Dominicana, y otros países de Latinoamérica, se viven momentos en donde la música popular (Trap, Reguetón y Dembow) está teniendo mucha incidencia en la cultura y en la forma cómo los jóvenes se comportan. Muchos de estos artistas (específicamente en el caso de República Dominicana) no cuentan con una educación elemental y en gran parte estos exponentes provienen de estratos sociales muy bajos y algunos exconvictos. [4] En su gran mayoría, estos artistas usan sus canciones para promover la cultura del crimen, dinero fácil, promiscuidad, delincuencia, inmoralidad, la pornografía y uso de drogas entre otros factores que no aportan a que los jóvenes piensen en que deben tener un comportamiento, más bien los empujan hacia el desinterés de tener una buena educación, por ende, a no perseguir su crecimiento intelectual. [5]
En el caso específico del Dembow (dominicano) se promueven antivalores y una cultura en donde los méritos intelectuales son innecesarios (incluso muchos hacen burlas de las personas que estudian) para vivir, pues, según sus letras, solo necesitas drogas, sexo y dinero para vivir una vida plena y sin preocupaciones, ya que, por su ritmo simple, sus letras repetitivas y su vacío contenido falto de valores, el Dembow, rinde culto al antiintelectualismo.[6]
De acuerdo a Max Weber, por ejemplo, una vez un grupo o clase ha obtenido un estatus elevado a través de ciertos logros, sus miembros tienden a limitar las oportunidades de que otros individuos las sustituyan, lo que a su vez genera conflictos que pueden incluso desembocar en revoluciones, de esta forma se motiva al antiintelectualismo como un ejemplo de lucha de clases.