El término «agenciamiento» es un concepto que es trabajado entre los campos de la Filosofía, el Psicoanálisis y la Sociología. Como concepto filosófico, encontramos como referentes a los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, alrededor de 1972, principalmente Kafka, para una Literatura Menor, pero cuya elaboración y génesis se remontan a Capitalismo y Esquizofrenia I, así como también El Anti-Edipo; dentro de lo cual refiere a la teoría de las multiplicidades que caracteriza la obra de Deleuze desde Diferencia y Repetición. Luego será retomado Guattari dentro del Esquizoanálisis, y por sociólogo francés Michel Callon, para referirse a la agencia humana en tanto agencia distribuida compuesta de complejos procesos tecnológicos, que involucra artefactos, habilidades incorporadas, algoritmos, etc., que nombrará como “agenciamiento sociotécnico” dentro del campo de la tecnología y la economía.
La palabra española “agenciamiento” es una traducción del francés agencement, que suele traducirse al inglés como arrangements y assemblages. Estos tres términos (agencement, arrangements y assemblages) se traducen al español como “disposición”, “arreglo” y “ensamblaje”, respectivamente. Sin encontrar una traducción exacta de la palabra francesa agencement al inglés ni al español, las traducciones “tienen el obvio inconveniente de decir, en castellano, muy poco o demasiado con respecto al francés” (Heredia, 2014, p.93).[1][2]
Resulta necesario mantener la especificidad terminológica de la palabra "agenciamiento" en las traducciones que realicemos para conservar el sentido específico que inauguran los aportes de los filósofos francés Gille Deleuze y Felix Guattari. En ese sentido, el término agenciamiento refiere a “un sustantivo que no remite a una sustancia ni a un sujeto y que a la vez desborda el verbo agenciar que es su raíz, un sustantivo que remite a un «paquete de relaciones» y a un devenir” (Heredia, 2014, p. 93).
Para Deleuze, la filosofía nunca se refiere a un acto gratuito ni a la pura contemplación, sino a una verdadera creación de conceptos. Es decir, el concepto filosófico en sí debe ser entendido en el modo del acontecimiento; es una ruptura que cambia profundamente el sentido de los términos que lo componen y de los cuales está compuesto. El concepto creado, como cualquier acontecimiento, constituye su propia temporalidad y establece una diferencia entre un antes y un después.[3] Por ejemplo, Deleuze nos dirá que, después de Kant, el concepto de tiempo nunca volverá a tener el mismo sentido. Sin embargo, si la creación de un concepto es fruto de un devenir impredecible, no es aleatoria, debe responder a una necesidad, es decir, debe responder a un problema que, sin embargo, no agota. Al final de su vida, Deleuze imaginó la historia de la filosofía como una «geofilosofía»,[4] una vasta coexistencia, según el modelo geológico de los estratos en un afloramiento, de todas las filosofías como planos problemáticos constituidos por sus intentos de elucidación conceptual. Por ello, no hay progreso en la filosofía, sino simplemente diferentes maneras de plantear los problemas y responder a ellos. La historia de la filosofía es, por lo tanto, solo una serie de relaciones diferenciales entre elementos teóricos heterogéneos. Para Deleuze, esta organización es una creación propia (a la que se une Guattari): se trata pues de un concepto nuevo, que tiene nuevos componentes y define un nuevo campo problemático.
El concepto de agenciamiento está vinculado al concepto de «máquina», y ambos fueron creados por Deleuze y Guattari en un contexto polémico que involucraba al psicoanálisis. La crítica que estos dos autores dirigen al psicoanálisis puede entenderse a la luz de la crítica que Deleuze dirige a la estructura del sentido común y la representación desde sus primeros textos. La operación específica de la representación consiste en totalizar lo presentado, en formas que preexisten al ser presentado. «La re-presentación implica una reanudación activa de lo que se presenta, por lo tanto, una actividad y una unidad que se distinguen de la pasividad y diversidad propias de la sensibilidad como tal».[5] En otras palabras, la representación es una síntesis de un elemento singular y un contenido mental que posee una extensión más amplia que él y dentro del cual entra como parte. Esto describe perfectamente la operación de subsunción que define el juicio. La representación, por lo tanto, según Deleuze, violenta lo real al reducir el estado singular a categorías más amplias que borran su singularidad, y así es como juzgamos. Así, reconocemos lo que se presenta por analogía con lo que ya se ha presentado y neutralizamos la novedad de lo que surge: "Por el contrario, hay otras cosas que nos obligan a pensar: ya no son objetos reconocibles, sino cosas que hacen violencia, signos encontrados".[6] El verdadero pensamiento sólo se ejercita entonces en la renuncia al juicio y en la toma en cuenta de lo que se presenta como haecceidad, como singularidad irreductible.
La crítica del psicoanálisis sigue este patrón formal: esto reduce los síntomas psicopatológicos singulares y efectivos a formas generales: Edipo, etc. Podemos citar: «Entonces, toda la producción del deseo queda aplastada, reducida a imágenes parentales, alineada con las etapas preedípicas, totalizada en Edipo... Edipo se convierte así para nosotros en la piedra de toque de la lógica». Como cualquier estructura judicial, el psicoanálisis se convierte en una estructura coercitiva que rechaza la Diferencia como tal, es decir, el libre desarrollo de las singularidades: "Di que es Edipo, o recibirás una bofetada".[7]
En el psicoanálisis, lo abstracto (la categoría formal, el juicio, la representación ideal) siempre explica lo concreto. Por el contrario, la organización nos permitirá tener en cuenta los procesos concretos y materiales de creación de deseos. Aquí es donde entra en juego la máquina; el deseo se diseña, se produce y se construye literalmente; nunca es natural ni personal. Lejos de inyectar un deseo angelical en el proceso histórico, el colectivo social, por el contrario, produce un deseo que nunca es natural. No hay espontaneidad, por lo tanto, sino un constructivismo del deseo, que se caracteriza por el término "máquina deseante": el deseo no se da, sino que se construye, se ordena, se maquina, mediante una doble operación de codificación y de corte".[8]
El agenciamiento será entonces el conjunto de condiciones genéticas singulares para la producción de un tipo de realidad que incluye coordenadas espacio-temporales e históricas precisas. En lugar de reducir, como dice Deleuze, un tipo de ser a una realidad preexistente, debemos regresar a las condiciones de génesis de esta realidad y a los elementos materiales, al contexto semántico de su creación.
Esto dice Deleuze sobre el deseo: "Pretendíamos proponer un nuevo concepto de deseo [...], lo cual era lo más simple del mundo. Quisimos decir que, hasta ahora, se habla de deseo de forma abstracta porque se extrae un objeto que se supone es el objeto del deseo [...], pero nosotros queríamos decir que nunca se desea a alguien ni a algo, siempre se desea un todo". En otras palabras, todo deseo se forma dentro de una disposición, es decir, una multiplicidad de singularidades materiales concretas. Todo deseo es deseo de un contexto, deseo en un contexto. Todo objeto de deseo en realidad envuelve una multiplicidad, como el rostro de Albertina en Proust envuelve un paisaje o la ola de Leibniz una infinidad de micropercepciones.
Es también en el marco de los agenciamientos que el poder, según Deleuze, puede producir sujetos, es decir, organiza los flujos deseantes de los individuos para identificarlos y darles una subjetividad controlable: «No hay agenciamiento mecánico que no sea un agenciamiento social, ni agenciamiento social que no sea un agenciamiento colectivo de enunciación».[9] En otras palabras, los agenciamientos sociales producirán contextos y máquinas que, a su vez, producirán subjetivaciones, crearán deseo. Según Deleuze, lo que Kafka logrará es la puesta en palabras de un agenciamiento de poder dado, que corresponde a la burocracia y la ley. Hará perceptible el agenciamiento colectivo de enunciación, es decir, los tipos de enunciados que producirá un tipo de poder burocrático.
Así, el concepto de agenciamiento relativiza el inconsciente freudiano, ya que según Deleuze, el descubrimiento freudiano es relativo al agenciamiento vienés del XIX o del siglo XX que fue el de Freud. El inconsciente freudiano es, por lo tanto, solo un tipo entre otros de producción de deseo, relativo a un contexto específico.
El agenciamiento, en Deleuze, constituirá pues el embrión del concepto de rizoma, definido como una multiplicidad productora de individuaciones contextuales.
Recientemente la Editorial Cactus publicó dos seminarios de Felix Guattari donde emplea la teoría esquizoanalítica al campo psi, realizados entre 1980 y 1982.[10][11]
En el marco de los debates sobre la agencia, la filosofa belga Vinciane Despret propondrá las nociones de agentes secretos e interagencia,[12] a partir de lo cual afirmará: "Lidiamos con agenciamientos complicados: se trata en cada caso de una composición (…) un agenciamiento que se inscribe en redes de ecologías heterogéneas” (Despret, 2018, p.12).[13]
En el campo de los Estudios sociales del arte, el psicólogo argentino Francisco Bertea indaga la práctica artística a partir de la noción de agenciamiento en el mundo artístico transformador, tanto en la danza contemporánea independiente[14][15] y como en el teatro como herramienta de intervención psicosocial.[16]
|doi=
incorrecto (ayuda).
|doi=
incorrecto (ayuda).
|doi=
incorrecto (ayuda).