1 Pedro 2 es el segundo capítulo de la Primera Epístola de Pedro, cuyo autor es el Apóstol Pedro y que forma parte del Nuevo Testamento de la Biblia.[1] y está dirigida nominalmente a los judíos dispersos en el mundo, si bien puede entenderse como una metáfora referida a los cristianos "exiliados" del Reino Celestial.
El autor aboga por la determinación y la perseverancia en la persecución, los deberes prácticos de la vida santa, cita como ejemplo a Cristo y otros motivos de paciencia y santidad y concluye con admoniciones para sacerdotes y pueblo. Ha sido definida como «el más denso resumen neotestamentario de la fe cristiana y de la conducta que tal fe inspira».[2]
I. La vida del creyente a la luz de la gran salvación (continuación de 1 Pedro 1)
II. La posición y los deberes de los creyentes
La liturgia aplica este texto a los recién bautizados, que son como niños recién nacidos a la vida de la gracia, pidiéndole a Dios:
Acrecienta en nosotros los dones de tu gracia para que comprendamos mejor que el Bautismo nos ha purificado, que el Espíritu nos ha hecho renacer y que la sangre nos ha redimido.[4]
Es posible que la «leche espiritual» (v. 2) haga referencia a las promesas hechas por Dios de entregar al pueblo elegido una tierra «que mana leche y miel» Ex 3,8). La expresión indica el conjunto de gracias que el Señor concede en el Bautismo para alcanzar la salvación.[5]
El pasaje, compuesto por una red de citas del Antiguo Testamento probablemente usadas en la catequesis apostólica primitiva, se centra en la imagen de la construcción. A través del Bautismo, el cristiano se convierte en parte del edificio espiritual de la Iglesia, cuya piedra angular es Jesucristo. Los cristianos, como piedras vivas, deben estar unidos a Él mediante la fe y la gracia para formar un templo sólido donde se ofrezcan sacrificios espirituales agradables a Dios. Cuanto mayor sea la unión con Cristo, más firme será la construcción:[7]
Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas (…). Para que te prepares con mayor interés, tú que me escuchas, a la construcción de este edificio, para que seas una de las piedras próximas a los cimientos, debes saber que es Cristo mismo el cimiento de este edificio que estamos describiendo.[8]
««Para esto habían sido destinados» (v. 8) no implica que existan hombres condenados de antemano, sino que es una expresión bíblica para describir la libre respuesta humana dentro de los planes divinos. Mientras los incrédulos quedan fuera, los creyentes forman el verdadero y nuevo Pueblo de Dios (vv. 9-10). Los privilegios antes reservados a Israel ahora pertenecen a los cristianos, pues las profecías del Antiguo Testamento se han cumplido en la Iglesia. En este pueblo santo hay un único sacerdote, Jesucristo, y un único sacrificio: el que ofreció en la cruz y que se renueva en la Santa Misa. Sin embargo, todos los cristianos, por el Bautismo y la Confirmación, participan del sacerdocio de Cristo, siendo capaces de actuar como mediadores entre Dios y los hombres y de participar activamente en el culto divino. Este es el sacerdocio común de los fieles.[9]
Todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta santa, consagran el mundo mismo a Dios.[10]
El cristiano, por el Bautismo, tiene una dignidad que es incompatible con una vida mundana. Como consecuencia, es inevitable que los mundanos le calumnien por mostrarse como distinto de ellos. Sin embargo, su vida ejemplar hará que incluso éstos adoren a Dios:
Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos.[12]
Y como exhortaba Juan Crisóstomo:
No habría necesidad de predicar si nuestra vida estuviera resplandeciente de virtudes. No serían necesarias las palabras si mostráramos las obras. No habría paganos si nosotros fuéramos verdaderamente cristianos.[13]
El temor filial al Señor es el fundamento del respeto a la autoridad. Jesús había enseñado el deber de cumplir con fidelidad las obligaciones propias de ciudadanos y Pablo, haciéndose eco de las enseñanzas del Maestro, recuerda que toda autoridad viene de Dios.
El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.[15]
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La buena conducta también abarca el respeto a la armonía en el hogar. Para los criados, esto implica aceptar con paciencia las injusticias, siguiendo el ejemplo de Jesús. Los versículos 21-25 son un hermoso himno que exalta a Cristo en la cruz, reflejando el cumplimiento de las profecías del Siervo Doliente descritas en Isaías (52,13-53,12). Por grandes que sean nuestras pruebas como cristianos, nunca igualarán en magnitud ni en injusticia los sufrimientos del Señor. Bernardo de Claraval, tras repasar esos padecimientos, comenta:
He creído que la verdadera sabiduría consistía en meditar estas cosas (…). Ellas me han servido algunas veces de bebida saludable, aunque amarga, y otras las he empleado como unción de alegría suave y agradable. Esto me sostiene en la adversidad, me conserva humilde en la prosperidad y me hace andar con paso firme y seguro por el camino real de la salvación, a través de los bienes y males de la presente vida, librándome de los peligros que me amenazan a diestra y a siniestra.[17]
«Pastor y Guardián de vuestras almas» (v. 25). Las profecías mesiánicas del Siervo doliente incluyen la figura del rebaño descarriado y disperso, imagen que Jesús retoma al presentar la alegoría del Buen Pastor.Juan 10:11-16 Pedro, quien recibió de Cristo la misión de apacentar su rebaño (cf. Jn 21,15-19), parece tener un vínculo especial con estas imágenes, reflejando su profundo amor y responsabilidad hacia la grey del Señor.[18]