La xenofobia (/seno'fobja/) es el rechazo u odio al extranjero o inmigrante, cuyas manifestaciones pueden ir desde el simple rechazo, pasando por diversos tipos de agresiones y, en algunos casos, desembocar en el asesinato inclusive. La mayoría de las veces la xenofobia se basa en el sentimiento exacerbado del nacionalismo, aunque también puede ir unida al racismo, o discriminación ejercida en función de la etnia.
Toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública.Artículo 1.º de CERD[1]
En los países occidentales, tradicionalmente han sido, y son, las formaciones de ultraderecha las que alimentan y promueven el sentimiento xenófobo, existiendo en la actualidad una creciente preocupación por el rebrote de estas formaciones y de estas actitudes xenófobas.[2][3]
Al margen de su consideración ética, la xenofobia puede ser un delito. Numerosos Estados tienen tipificadas como delito las conductas racistas y xenófobas.[4] La Comunidad Europea aprobó en septiembre de 2008, una ley contra el racismo y la xenofobia, teniendo los países miembros un plazo de un año para adaptar sus legislaciones a esta ley.[5][6]
La diversidad de la especie humana es nuestro mejor patrimonio. Entre otros bienes, produce diferentes culturas, diferentes conocimientos; conocimientos que no se habrían producido, por lo que no tendríamos acceso a ellos de no existir tal diversidad. La humanidad sería muy limitada sin esa diversidad.[7][8] El mundo no es una serie de compartimentos estancos y una de cada 35 personas es emigrante,[9] siendo la migración uno de los fenómenos sociales más importantes de nuestra era[10][11] y, quizá, también uno de los más importantes de nuestra evolución.[12]
Probablemente las raíces de la xenofobia se encuentren en nuestra hominización. La organización de los primeros grupos humanos conllevaría enfrentamientos y probables exterminios entre grupos vecinos. El sentimiento xenófobo, la prevención frente al extranjero, así, sería un rasgo evolutivo arcaico. Con la formación de sociedades amplias y permeables y el trasvase de información entre estas sociedades, veríamos al extranjero como portador de esa información y conocimiento. En nosotros coexistirían ambos arquetipos: negativo y positivo;[13] estando en nosotros la racionalización y contención del sentimiento xenófobo, el miedo al diferente, que podría ser innato, reminiscente de nuestra historia evolutiva (lo que justificaría su difícil erradicación y la fácil asimilación de los discursos xenófobos y racistas).
Ciertamente, aquellos que, por inclinación propia o formación recibida, pudieron beber de la «leche de las humanidades» y aprendieron, de las propias flaquezas, la dura lección de la imperfección y la vulgaridad humanas, esos saben oponerse, de un modo al que llamaríamos natural, [...] a toda doctrina racista, cualquiera que sea su origen y fundamentación, de raza o de frontera, de color o de sangre, de casta o religión.
En la Grecia clásica pueden descubrirse ya rasgos xenófobos, unos rasgos que se aprecian en los escritos platónicos: la sobrevaloración de la «polis», de la propia cultura en detrimento de las demás.[14] En la historia, dependiendo de las civilizaciones y culturas que han entrado en contacto, se ha manifestado xenofobia entre estas civilizaciones y culturas. Así surge el antijudaísmo, el racismo contra las etnias americanas, el racismo colonial y neocolonial europeo en África, la repulsa a los gitanos.[15]
El siglo XX, su primera mitad, fue especialmente trágica con el exterminio de millones de personas, justificado por la xenofobia y el racismo. El juicio de Núremberg puso fin a ese periodo y se suponía concluido. La realidad es que los movimientos nazis, neonazis, racistas y xenófobos han persistido, y reaparecen con mayor fuerza en los momentos de crisis, propicios para despertar los sentimientos xenófobos.[16] En la actualidad, la comunidad internacional muestra una creciente preocupación por la proliferación de estos grupos que, principalmente, se infiltran en movimientos sociales y encuadrados en partidos de ultraderecha.
Todas las protestas, todos los clamores, todas las proclamaciones contra el racismo y la xenofobia son justos, necesarios y bienvenidos.
La xenofobia, el odio y el rechazo al forastero, es un prejuicio arraigado en el individuo y en la sociedad. Dirigido al individuo, al colectivo o a ambos, se manifiesta en su forma más leve con la indiferencia, la falta de empatía hacia el extranjero, llegando hasta la agresión física y el asesinato. «Entre los prejuicios xenófobos o racistas más extendidos están la superioridad cultural del mundo occidental (eurocentrismo), el temor a la pérdida de la propia identidad, la vinculación del paro y la delincuencia a los emigrantes, y el robo y el tráfico de drogas a los gitanos».[17] El extranjero se convierte en el elemento amenazante en la percepción xenófoba.
El discurso xenófobo se centra en la actualidad en la inmigración, proclama la superioridad de la cultura propia y pone como excusa a su rechazo xenófobo la falta de respuesta a sus pretensiones de que los inmigrantes asimilen esa cultura, renunciando a su cultura anterior que consideran inferior. Cuando la afirmación cultural puede considerarse como un derecho que debe armonizarse con la legislación y la cultura receptoras.
El derecho del inmigrante a mantener sus diferencias culturales solo podrá ser posible cuando las sociedades receptoras renuncien a la ideología de la asimilación pura y simple de las comunidades extranjeras, para consentir la cohabitación de comunidades diferentes. Solo de esa manera la inmigración dejará de ser vista como un peligro para la identidad cultural para pasar a ser concebida como una posibilidad de enriquecimiento de esa cultura.
A la censura moral de la xenofobia se une que en numerosos países es también un delito. El 16 de septiembre de 2008, en la cumbre de Bruselas, la Comunidad Europea aprobó la Ley contra la Xenofobia y el Racismo que contempla condenar hasta con tres años de cárcel los comportamientos xenófobos y racistas. Los Estados miembros deberán adaptar sus legislaciones en el plazo de dos años para contemplar como delito:
«No podemos dejar de resaltar que a contrapeso de actitudes discriminatorias, racistas y xenofóbicas, existen también experiencias de apertura, acercamiento, involucramiento que genera redes de solidaridad y espacios de intercambio, aprendizajes que construyen la interculturalidad.»[19]
La diversidad biológica y cultural del hombre es uno de los mayores tesoros de la humanidad. ¿Qué inrterés tendría un mundo poblado de individuos idénticos en la practica totalidad y con una única cultura? […] ¡Cuan grande es el placer de visitar países lejanos y descubrir pueblos y culturas que han aportado respuestas diferentes a los problemas de la humanidad! […] Que quede bien claro que las tendencias racistas y xenófobas explotadas por algunas ideologías no tienen ningún fundamento, ninguna justificación científica.Jean Chaline, p. 96
Según estudios de la Organización de las Naciones Unidas, 1 de cada 35 personas es un migrante en el mundo, lo que quiere decir que 1 persona de cada 35 se desenvuelve en una nación que no es la suya, al menos por nacimiento. Esta importante estadística nos da la pauta para reconocer la importancia de analizar el tema de los extranjeros en relación a sus derechos humanos en la nueva nación que les abre las puertas y cómo su nacionalidad repercute en el trato que recibe en su nuevo ambiente social.Miroslava A. Meza, 2005
Una breve visita a cualquiera de las ciudades que más leguas han recorrido en el camino de la multiculturalidad sugiere que ésta no carece de ventajas. Los inmigrantes han vivificado barrios decaídos y han contribuido a la renovación de las artes, por no hablar de la gastronomía. En cuanto a la contribución que los inmigrantes hacen a la economía, lo menos que se puede decir es que su concurso resulta imprescindible.Joaquín Arango, p. 13
Si bien a ésta nunca le han faltado enemigos, en el pasado tendía a prevalecer una valoración positiva de la misma. Basta analizar la mitología dominante en el imaginario colectivo de las viejas sociedades receptoras para confirmarlo. La principal preocupación en relación con la inmigración era asegurarse un suministro abundante de trabajadores. Tanto su llegada como su integración en la sociedad como pobladores permanentes se fomentaban activamente. Aunque no sólo, la inmigración era sobre todo vista como una fuente de oportunidades, de vivificación económica, cultural y de todo orden, incluso como una bendición. El magnate Andrew Carnegie la definió como «un río de oro que fluye a nuestro país cada año».Joaquín Arango, p. 14
Tendemos mucho más a maldecir a la naturaleza por lo que nos disgusta de nosotros mismos que a ensalzarla por lo que nos gusta.Frans de Waal, El mono que llevamos dentro, Trad.: Ambrosio García Leal, Tusquets Editores, 2007, ISBN 978-84-8310-384-5